—¡Me encanta este coche! —exclamó Jeongin con un chillido.
Paró el motor del Mustang y se bajó pegando saltitos.
Hyunjin lo siguió, dando gracias al cielo de tener por fin los pies en el suelo. Aún le temblaban las piernas.
—A mí me encanta cómo has adelantado a ese camión a ciento veinte y sin mirar, y cómo el motorista que venía de frente casi se muere de un infarto —dijo en tono sarcástico, mientras cerraba la puerta con más fuerza de la que pretendía—. Te juro que me has quitado cinco años de vida.
—Exagerado —replicó Jeongin con los ojos en blanco.
Hyunjin lo miró, y extendió la mano con la palma hacia arriba.
—No te acostumbres a salirte con la tuya. Puedo volverme inmune a esos ojitos. Anda, dame las llaves —le pidió.
Jeongin frunció los labios con un mohín.
—¿Qué llaves? ¿No serán estas? —preguntó de forma coqueta.
Las agitó, sosteniéndolas con las puntas de los dedos, y dio un paso atrás, y después otro, alejándose de él mientras sonreía con malicia. Los ojos de Hyunjin brillaron y su expresión se volvió hambrienta. Era como si el chico supiera qué hacer, qué decir o cómo moverse en cada momento para acaparar su atención. Como si en el mundo no existiera nadie más salvo él.
—Sí, esas llaves. No volverás a coger el coche hasta que te enseñe a conducir.
Jeongin dio un respingo, como si un látigo lo hubiera azotado. Tomó nota mental de otra de las ideas primitivas que pensaba eliminar del cerebro de Hyunjin. No solo eliminarla, la extirparía con cirugía si lo obligaba.
—¡Yo sé conducir! —le espetó, y le puso mala cara.
—No, no sabes. Tú simplemente aceleras, giras y frenas. Eso lo hace cualquiera —le espetó sin cortarse—. Dame las llaves.
Hyunjin no era de los que adornaban los hechos para que los demás se sintieran bien, y tampoco iba a hacerlo con Jeongin. ¿Por qué iba a decirle que conducía bien si era un peligro con ojos bonitos? ¿Por eso, porque tenía los ojos bonitos y le disparaba el pulso? Ni de coña.
Jeongin se enderezó de golpe y se puso colorado.
—No. Ahora sí que no pienso dártelas —lo retó, cruzándose de brazos.
—Jeongin —Hyunjin entornó los ojos y un destello amenazante los iluminó.
—Hyunjin. —Lo imitó, sin dejarse amedrentar. Hyunjin se rió entre dientes y echó la cabeza hacia atrás, derrotado. Cuando volvió a mirarlo su expresión era divertida. Lo contempló de arriba abajo. Se fijó en sus labios entreabiertos y rojos. Lo volvían loco.
—Bien, quédatelas, pero a cambio quiero un beso.
Jeongin se estremeció de pies a cabeza y su corazón se paró un segundo antes de volver a latir desbocado. Tragó saliva y esbozó una sonrisa de suficiencia con la que trató de disimular que ciertas partes de su cuerpo reaccionaban como nunca lo habían hecho al tono exigente de su voz.
—¿Un beso?
—Sí —respondió Hyunjin, mientras se acercaba lentamente. Miró a su alrededor, evaluando el entorno y a las personas que iban de un lado a otro y que les observaban al pasar por su lado—. Pero tiene que ser un buen beso, uno muy bueno.
Jeongin también miró a su alrededor. Vio a dos compañeros de clase paseando, y a la hija de su dentista saliendo de una tienda de dulces al otro lado de la calle. Hizo inventario de sus sentimientos. No se sentía incómodo ni cohibido. Hyunjin era su… ¿novio? Subiría el Himalaya para besarlo en la cima si se lo pidiera.
Esbozó una sonrisa coqueta. —¿Me estás poniendo a prueba? ¿Crees que no voy a besarte aquí?
—No veo que lo estés haciendo —le hizo notar Hyunjin. Se mordió el labio, tratando de reprimir la risa.
—Bien —suspiró Jeongin.
Se guardó las llaves en el bolsillo trasero y le guiñó un ojo. Se acercó a él muy despacio, con la respiración entrecortada, sin apartar la mirada de sus ojos oscuros. Podía sentir en el pecho la calidez de su estómago duro y plano bajo la camiseta. Todo desapareció salvo él.
Deslizó la mano por su nuca y lo atrajo hacia su boca. Hyunjin se inclinó y se dejó besar, pero de inmediato sus labios empezaron a moverse con avidez. Como si Jeongin estuviera hecho de agua y él se hallara muerto de sed. Jeongin se apretó contra su cuerpo. Se encontraba a su merced más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Hyunjin resultaba embriagador e irresistible, tanto que debía ser malsano para la cordura.
Hyunjin profundizó el beso. Los tímidos roces de su lengua se transformaron en una invasión en toda regla y, mientras saboreaba cada dulce recoveco, le acarició el costado ascendiendo hasta la curva de su trasero. Lo apretó un poco más contra su cuerpo y Jeongin gimió. Mordisqueó su labio inferior y deslizó sin ningún problema un par de dedos en el interior de su bolsillo.
Jeongin se separó de golpe y lo miró mientras recuperaba el aliento. Una sonrisa perversa se dibujó en la boca de Hyunjin. Las llaves colgaban de sus dedos, y las guardó en el bolsillo de sus tejanos. Jeongin no supo si echarse a reír o enfadarse. Hyunjin se mordió el labio inferior con ese gesto sexy tan habitual en él, y optó por la primera. No podía enfadarse si se estaba muriendo por besarlo otra vez.
—Muy hábil —dijo con los ojos entornados.
—No soy de fiar, niño bonito.
—Créeme, es algo que no volveré a olvidar —susurró Jeongin a milímetros de sus labios. Hyunjin quiso besarlo de nuevo, pero Jeongin lo rechazó empujándolo con una mano en el pecho—. ¿Tú no tenías hambre?
Hyunjin sonrió, y echó a andar hacia el restaurante con Jeongin colgando de su brazo.
—Tengo hambre de ti. Siempre tengo hambre de ti —dijo con voz ronca.
Ocuparon una pequeña mesa en la terraza, vestida con un mantel a cuadros blancos y rojos. La iluminación era suave, acogedora: un par de hileras de bombillas blancas que colgaban de una esquina a otra sujetas a unos postes formaban una delicada carpa de luz. El mar golpeaba los maderos que sostenían la terraza con un lento vaivén. El sonido de las olas se mezclaba con el de los cubiertos y las voces de los clientes que a esas horas llenaban el restaurante.