—¡Ay! —se quejó Hyunjin entre risas, cuando Jeongin le dio otra palmada en el estómago.
—¿Vas a decírmelo? —preguntó Jeongin.
Caminaban por la calle a paso rápido, buscando algo de sombra bajo los toldos multicolores de los comercios. Jeongin le abrazaba la cintura y Hyunjin le rodeaba los hombros con el brazo de forma protectora. Hyunjin sacudió la cabeza y se ajustó las gafas de sol.
—No —respondió, y su mano cazó la de Jeongin antes de que le atizara de nuevo—. ¡Oye, vamos a tener que hacer algo con toda esa agresividad! —Se inclinó sobre su oído y susurró—: ¿Necesitas que te ayude a relajarte? Ya sabes que me encanta echarte una mano con eso.
Jeongin resopló.
—Eres incorregible.
—Y a ti te gusta que lo sea. Muy, muy incorregible —dijo Hyunjin, esbozando una sonrisa malvada.
—De todo puedo cansarme.
—¿De mí? —repuso Hyunjin. Su tonito engreído hizo que Jeongin pusiera los ojos en blanco—. Jamás te cansarás de mí. Se me da demasiado bien mantener tu atención.
Jeongin se puso colorado y, tras un momento, le dio un azote en el trasero que hizo que Hyunjin rompiera a reír. Le encantaba oír su risa, le provocaba un hormigueo electrizante por todo el cuerpo.
Intentó respirar con normalidad, algo difícil cuando Hyunjin acababa de recordarle lo que habían estado haciendo la noche anterior, y la anterior…, y la anterior.
Esas imágenes en su cabeza lo hacían boquear como un pez. Darse el lote con Hyunjin era adictivo. Sentir sus manos y su boca sobre el cuerpo lo transportaba al séptimo cielo.
—Dime adónde vamos y seguiré alimentando ese ego que gastas.
—Suplica cuanto quieras. Es una sorpresa —bromeó él con una sonrisita oscura—, y si te digo adónde vamos, dejará de serlo.
—No soy de los que suplican —replicó con desdén.
Hyunjin lo miró con expresión juguetona.
—Un poco sí. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro que solo él pudiera oír—. Oh, sí…, Dios mío…, por favor… —gimió con voz ronca—. Me encanta pervertirte.
Jeongin se sonrojó. Notó que le faltaba el aire y se obligó a ignorar los pensamientos excitantes que invadían su cerebro. Recuperó la compostura y le propinó otra palmada.
—Así que admites que eres un pervertido.
Hyunjin sonrió con malicia y se inclinó para darle un beso lento y suave en los labios. Era tan tierno y dulce, que Jeongin se olvidaba de su pasado, de sus problemas y de lo que era capaz de hacer cuando se enfadaba. Se olvidaba de esa parte mala oculta tras su sonrisa, de ese lado peligroso que caminaba de puntillas al borde de un abismo. Jeongin se derritió bajo sus labios y disfrutó de su sabor. Suspiró y se apretó contra él rodeándole el torso con los brazos.
Una mujer se quedó mirándolos con los ojos como platos. Una décima de segundo después, esos ojos brillaron con desaprobación.
Hyunjin casi podía oír los engranajes de su cerebro moviéndose a toda velocidad mientras los juzgaba y sacaba conclusiones que, estaba seguro, no eran nada buenas. Su reputación ya era una mierda, pero la idea de que la de Jeongin pudiera resentirse por los prejuicios de personas como esa mujer lo ponía enfermo. Un tic contrajo el músculo de su mandíbula, mientras le sostenía la mirada con expresión asesina.
Estaba harto de idiotas.
Miró de reojo a Jeongin. Él ni siquiera se había dado cuenta; caminaba sonriente, abrazado a su cintura. Entonces se dijo que su reputación le importaba una mierda. Lo único que le interesaba era tenerlo a su lado aunque todo el mundo se dedicara a señalarlo con el dedo. Jeongin era su salvavidas.
Hyunjin se paró de golpe y sus ojos volaron hasta el bar que se encontraba a su derecha. Enfocó un punto tras el cristal de uno de los ventanales. Frunció los labios y resopló.
—¡Como esté bebiendo lo mato! —gruñó. Soltó a Jeongin—. No te muevas de aquí. Enseguida vuelvo.
Le dio un beso en la frente y entró como alma que lleva el diablo en el local. Sin entender nada, Jeongin se quedó allí, plantado, viendo a través de cristal ahumado cómo Hyunjin serpenteaba entre las mesas en dirección a la barra.
—Así que es cierto. Te has liado con Hwang.
Esa voz. Jeongin tragó saliva y se dio la vuelta. San se alzaba a pocos centímetros de él. Llevaba el cabello oculto bajo una gorra de béisbol y unas gafas de sol que se quitó lentamente. Las colgó del cuello de su camisa, mientras lo taladraba con sus ojos de color avellana.
—Si lo que quieres decir es que salimos juntos, sí, salgo con Hyunjin.
San apretó los dientes y se inclinó sobre él.
—¿Es un puto castigo por acostarme con Félix? Como yo me lo tiré, tu plan es pagarme del mismo modo —le espetó.
Jeongin se quedó de piedra. Primero, por la agresividad y el veneno que destilaba su voz; y segundo, por la conclusión absurda y egocéntrica a la que había llegado.
—¿Qué? ¡No, no es ningún castigo ni nada parecido! Hyunjin y yo estamos juntos y no tiene nada que ver contigo.
—Y una mierda.
Jeongin dio un paso atrás. Lo miró asqueado.
—Piensa lo que quieras, pero no estoy con él para llamar tu atención. Lo que hay entre Hyunjin y yo es de verdad. Va en serio.
San lo traspasó con su mirada. Jeongin le dio la espalda, dispuesto a terminar con aquella conversación.
—¡Qué cosas tiene la vida! —dijo Choi con desprecio—. Yo tenía que rogarte para que me dejaras besarte, y ahora eres tú el que le suplica a ese imbécil que te folle.
El golpe de Jeongin le hizo escupir la última palabra. —Eres un imbécil—le espetó con rabia.
A San se le aceleró la respiración y apretó los puños.
—Sí, soy un imbécil desesperado. Tú me estás haciendo esto. ¡Por Dios, Jeongin, recapacita!
La puerta del bar se abrió de golpe y Hyunjin salió con cara de pocos amigos. Con una mano apartó a Jeongin, y con la otra retiró a San poniendo distancia entre ellos.