Hyunjin habría reconocido el ronroneo de aquel motor entre miles. Empujó la puerta y salió al porche. Allí estaba él, como una aparición, bajando de su Chrysler. La desesperación que había sentido durante todo el día se esfumó de un plumazo. Se llevó las manos a la cabeza y logró llenar sus pulmones de aire por primera vez en muchas horas. Lo soltó con un suspiro de alivio y bajó los peldaños.
Jeongin echó a correr hacia él y apenas tuvo tiempo de abrir los brazos antes de que le saltara encima. Rezó para que hubiera venido a quedarse y no a despedirse; porque no podía dejarlo marchar. Lo abrazó con tanta fuerza que Jeongin resolló. Aflojó un poco.
—¡Joder, Innie, no vuelvas a hacerme esto! Te he llamado un millón de veces y he ido a tu casa otras tres.
Jeongin dejó caer los brazos por detrás de su cuello y lo miró a los ojos con una sonrisa.
—¿Has ido a casa? —Hyunjin asintió—. Lo siento, he pasado el día fuera, con mis padres. Tenemos que hablar.
La sonrisa de Hyunjin se borró de su cara, y en su rostro se formó una arruga de preocupación.
—Algo me dice que no va a gustarme.
Jeongin suspiró y le plantó un beso en los labios, sujetándole el rostro entre las manos. Inspiró con fuerza y hundió la nariz en su cuello. ¡Olía tan bien!
—Eso depende —susurró.
Hyunjin entró en la casa sin soltarlo y se dirigió a la cocina. Lo sentó sobre la encimera y colocó las manos a ambos lados de sus caderas. —¡Suéltalo!
Jeongin empezó a contarle todo lo que había pasado desde la noche anterior: el encuentro con San, la conversación con Jiwoo, y, por último, los asaltos que había mantenido con sus padres. Hyunjin lo escuchó sin parpadear. Se esforzaba por guardar silencio y no explotar con una sarta de maldiciones. Cuando terminó de hablar, la expresión del chico era indescifrable.
—¿No vas a decir nada? —le preguntó.
Hyunjin echó la cabeza hacia atrás. Hubo un momento de silencio. Lo miró a los ojos y después apoyó la frente contra la de él. Inhaló el aroma de su piel y soltó el aire de forma entrecortada. Le rodeó la cintura con los brazos y de un tirón lo apretó contra su cuerpo.
—Primero, voy a matar a Choi —empezó a decir. Sus labios cubrieron la boca de Jeongin cuando él intentó protestar. Cuando habló de nuevo, su voz sonó áspera —. Segundo, no tienes que preocuparte por mi madre, eso ya está solucionado. Y tercero, no tengo inconveniente en someterme al tercer grado de tus padres si con eso puedo tenerte.
—Más bien es un primer grado, y cuentas con todos los agravantes. Así que, no sé yo si te va a gustar —dijo Jeongin mientras se ruborizaba.
Hyunjin esbozó una sonrisa arrogante. Se movió lo suficiente como para que sus labios se rozaran.
—Mientras la condena sea cadena perpetua a tu lado —susurró.
Posó los labios sobre los de él mientras enredaba los dedos en su cabello. Sonrió sin dejar de besarlo, recorriendo con la lengua la curva inferior de su labio, para después mordisquearlo muy despacio. Jeongin gimió y el ardor de su impaciencia le calentó todo el cuerpo. Deslizó la boca por su cuello al tiempo que bajaba las manos por sus costados para agarrarle el trasero. Su cuerpo excitado se ajustó entre sus piernas, perfectamente alineado justo donde necesitaba que estuviera. Jeongin jadeó y enroscó los dedos en su pelo, tirando de él hacia arriba para alcanzar su boca. Oprimió sus labios con fuerza contra los de Hyunjin y los abrió para él, aplastando su cuerpo tembloroso contra el suyo como si buscara fundir sus pieles. Hyunjin lo saboreó, acariciándolo con su lengua, cada vez más rápido y profundo. Sus caderas meciéndose al mismo ritmo con una deliciosa fricción.
Derretirse bajo los labios de Hyunjin era inevitable, Jeongin lo sabía porque su cuerpo se convertía en una masa de hormonas incapaz de pensar. Sollozó cuando sus bocas se separaron y tardó un largo segundo en abrir los ojos. Hyunjin lo estaba mirando, recorriendo todos y cada uno de sus rasgos como si estuviera memorizándolos.
—No tienes la más remota idea de lo que provocas en mí —susurró Hyunjin. Jeongin se aferró a él para no desplomarse hacia atrás y le lanzó una mirada ardiente—. Sí que lo sabes.
Jeongin asintió y se le aceleró el pulso. Sintió una presión en el pecho que lo dejó sin voz. Sus labios pronunciaron un “te quiero” que quedó ahogado por el sonido de sus respiraciones, pero Hyunjin lo oyó.
—¿Qué has dicho? —Lo miró fijamente a los ojos.
—Que significas más para mí de lo que puedo soportar —respondió con una adorable timidez.
Hyunjin entornó los ojos. De nuevo se sentía al borde del precipicio, con la sensación de estar a punto de saltar sin saber si sería capaz de hacerlo. Solo que esta vez era algo peligroso y excitante y no le daba miedo.
—Así no, quiero oírlo.
A Jeongin se le subió el corazón a la garganta. Se inclinó hacia adelante y hundió la cabeza en el espacio entre su hombro y su cuello. Con un dedo en la barbilla Hyunjin lo obligó a mirarlo de nuevo. Nunca le había dicho a ningún chico esas palabras, nunca las había sentido de verdad.
—Te quiero —logró repetir.
Una sonrisa maravillosa se extendió por los labios de Hyunjin mientras lo devoraba con la mirada. Se inclinó sobre él muy despacio y un gruñido de placer brotó de su interior al ver cómo se mordía el labio inferior. Era tan guapo, y más aún con el deseo que le ardía en la mirada. Sus bocas se buscaron con urgencia y jadeó al sentir sus dedos en el pelo, tirando de él. Presionó sus cuerpos, arrancándole un gemido sensual. A ese paso, detenerse iba a ser difícil. Abandonó su boca con un suspiro de resignación. Incapaz de abrir los ojos, apoyó su frente en la de Jeongin y sonrió mientras le acariciaba la espalda con los dedos.
—¿Está tu madre en casa? —preguntó Jeongin sin aliento.
—Si estuviera ya nos habría lanzado un cubo de agua fría.