Juntos se precipitaron en la sala de urgencias. Hyunjin se dirigió al punto de recepción y habló con la enfermera.
—Está en la tercera planta —dijo Hyunjin, mientras volvía a coger a Jeongin de la mano y lo guiaba al ascensor. Subieron en silencio y, en cuanto las puertas se abrieron con un chirrido, salieron a toda prisa en busca del puesto de enfermeras. Una mujer de unos sesenta años apilaba sobre el mostrador unas carpetas marrones.
—Perdone. —Hyunjin llamó su atención. La enfermera levantó la vista y le dedicó una sonrisa forzada—. ¿Podría decirme a qué habitación han llevado a Lee Félix?
—Habitación 214 —informó la mujer tras comprobar los datos en un ordenador—. ¿Son familiares?
—Lo más parecido que tiene —respondió Hyunjin.
La enfermera asintió y les indicó con el dedo el pasillo donde se encontraba la habitación.
Jeongin se tragó la bilis que ascendía por su garganta y siguió a Hyunjin, aferrado a su mano. Encontraron la habitación y se deslizaron dentro sin hacer ruido. Félix estaba sobre la cama con los ojos cerrados, inconsciente, conectado a un monitor cardíaco y a un par de vías que salían de sus brazos hasta unas bolsas con medicación que colgaban de un soporte.
Hyunjin se acercó a él y le tomó la mano. Jeongin se quedó a los pies de la cama, demasiado impresionado, mirando a el chico con una expresión de horror. Su cara estaba deformada por la inflamación de un pómulo y un ojo morado e hinchado. En la frente tenía un apósito en el que se apreciaba una pequeña mancha roja: sangre. Otro hematoma bastante feo tomaba forma bajo sus labios. Tenía el brazo derecho escayolado y le habían puesto un collarín.
La puerta se abrió y entró un médico con un portafolios. Levantó los ojos y los miró.
—¿Son familiares?
—Sí —respondió Hyunjin—. ¿Cómo está?
El médico suspiró y se acercó a su paciente. Comprobó los monitores y apuntó algo en un gráfico.
—Tardará en recuperarse, pero se pondrá bien. Aunque… —Bajó la vista y carraspeó—, ha perdido el bebé.
Jeongin dio un respingo y miró a Hyunjin con los ojos exageradamente abiertos. Por un segundo lo pensó, no pudo evitarlo, y la idea asomó a su mente como un doloroso fogonazo. Hyunjin levantó la vista y sus ojos se encontraron. Lo que vio en ellos lo tranquilizó y respiró aliviado. No era suyo.
—Tenemos que operarlo y controlar una pequeña hemorragia —continuó el doctor—. También comprobaremos los daños que parece haber sufrido, porque en la ecografía se muestra una zona desprendida que… Bueno, no sabremos nada hasta que estemos en el quirófano.
—¿Quiere decir que es posible que no pueda tener más hijos? —dedujo Jeongin, intuyendo lo que el hombre no se había atrevido a decir.
—Cabe la posibilidad.
—¿Sabe qué le pasó? —preguntó Hyunjin con una voz fría como el hielo.
Tictac, tictac, el precipicio apareció junto a sus pies.
—Tendrá que hablar con la policía.
—¿La policía? —inquirió Jeongin.
—¿No ha sido un accidente? —intervino Hyunjin.
—Parece que había indicios de violencia en la casa. Y él presenta un fuerte golpe en la espalda, por lo que podrían haberlo empujado. Ingresó consciente, pero en estado de shock, y no recordaba nada. Bueno, la operación está prevista para dentro de un par de horas. La enfermera les mantendrá informados —contestó el médico.
Les dedicó una leve sonrisa de ánimo y salió de la habitación.
Hyunjin se pasó una mano temblorosa por la cara. Una idea demasiado peligrosa se abría paso a través de su cerebro. Se inclinó sobre Félix y lo besó en la frente. “Si ha sido él, deseará no haber nacido”, le dijo en silencio, sin despegar los labios de su piel.
Necesitaba reflexionar con calma y no dejarse llevar por el impulso que palpitaba en su pecho.
—Sabías que estaba embarazado —dijo Jeongin. Se había dado cuenta de que no estaba sorprendido por la noticia. Hyunjin asintió—. Y el padre… —Hyunjin le dedicó una mirada con la que parecía decir: “Ni siquiera lo pienses”. Jeongin tragó saliva—. Sabes quién es el padre.
Hyunjin no respondió de inmediato y Jeongin tuvo el tiempo suficiente para empezar a atar cabos.
—Sí —declaró al fin con una sonrisa cínica.
Jeongin cerró los ojos.
—Dime que no es él —pidió.
Hyunjin apretó la mandíbula y lo miró de una forma que lo hizo sentirse totalmente expuesto. Se llevó una mano a la boca—. ¡Dios mío, lo es!
—Sí, y dudo que le entusiasmara la idea.
—¿Qué insinúas?
Hyunjin le sostuvo la mirada.
—Que este accidente le arregla un problema.
Jeongin negó con la cabeza, convencido de que Hyunjin había llegado a una conclusión precipitada.
—San tiene muchos defectos, pero no es capaz de algo así.
—Yo no lo tengo tan claro —replicó Hyunjin, e infinidad de emociones cruzaron por su cara—. ¿Y sabes qué? Si compruebo que ha tenido algo que ver con lo que le ha pasado a Lix, más le vale esconderse.
Jeongin rodeó la cama y se plantó delante de él. Lo cogió por los brazos y lo obligó a girarse hacia él.
—¡Prométeme que no vas a hacer nada! No tienes pruebas. Podrías estar equivocado. Seguramente te equivocas. —Hyunjin esbozó una sonrisa mordaz—. Escúchame. Si ha sido él, lo denunciaremos. Pero no saques conclusiones precipitadas basándote en tu aversión hacia él. Por favor, no te metas en problemas.
Hyunjin resopló por la nariz, mientras se dirigía a la puerta. Ni siquiera se molestó en contestar.
—¿Adónde vas? —preguntó Jeongin con miedo.
—Al pasillo, los chicos querrán saber qué le ha ocurrido a Lix.
Minutos después, Hyunjin colgó el teléfono tras hablar con Minho y ponerlo al corriente de lo sucedido. No quiso contarle nada sobre el bebé y sus sospechas. Tenía que pensar con calma y no dejarse llevar por las emociones. Nunca había sido fan de Choi. El tipo ya era un cretino desde niño. El típico creído que se consideraba por encima de todo y de todos. Un niño de papá acostumbrado a tener cuanto deseaba, ya fueran cosas o personas. Era un engreído taimado que apuñalaba por la espalda sin remordimientos. Hyunjin lo sabía muy bien, porque por su culpa había sido expulsado muchas veces durante sus años en el instituto.