Hyunjin se bajó del coche con ganas de golpear algo, o más bien a alguien. Se dirigió a la entrada de un garito elegante en el centro. Sus opciones de encontrarle esa noche se agotaban. Al cruzar la puerta le hervía la sangre.
Solo necesitó un vistazo para localizarlo. Estaba junto a la barra con un par de sus colegas, vistiendo ropa cara y un peinado perfecto. Cruzó entre la gente que abarrotaba el local sin fijarse en nada. Sus sentidos no captaban la música alternativa que sonaba a través de los altavoces ni las luces estroboscópicas que parpadeaban en lugares estratégicos del techo. Todo su ser se centraba en Choi San.
Mantuvo la mirada fija en él mientras se acercaba con ganas de golpearle. La rabia que sentía hacía imposible que pensara con claridad.
San se dio la vuelta, alertado por uno de sus amigos. Su rostro adoptó una expresión cauta. Hyunjin se le echó encima sin avisar.
—¿Creías que no me iba a enterar, imbécil de mierda? —gritó Hyunjin—. Ha perdido el niño, ¿no es eso lo que buscabas?
Le dio un empujón en el pecho que lo estrelló contra la barra. San se enderezó, pero no a tiempo de evitar que un puño impactara contra su mandíbula.
—¿De qué estás hablando? —preguntó sorprendido y confuso. Se llevó la mano a la boca, la sangre le manaba del labio manchándole la camisa—. ¿Estás colocado? ¿Qué demonios te has metido?
—Voy a romperte hasta el último hueso —rió Hyunjin con desprecio. Se lanzó sobre él. Los amigos de San lograron interponerse, pero Hyunjin era imparable y se deshizo de ellos sin esfuerzo. La gente se apartó, protegiéndose tras las mesas—. Voy a hacerte pagar lo que le has hecho a Lix.
Le dio otro empujón y San estuvo a punto de caer al suelo al tropezar con un taburete de la barra.
—¿A Félix? ¿De qué hablas? Yo no le he hecho nada.
—Eres hombre muerto, Choi. Yo no necesito pruebas para saber que fuiste tú, y voy a encargarme de que lo pagues. —Soltó un derechazo que lo alcanzó en el costado. San se dobló hacia delante, sujetándose las costillas. Se enderezó con los dientes apretados y lo miró con un odio patente y corrosivo.
—¿Te sientes muy valiente por darle una paliza a Félix? ¡Inténtalo conmigo, vamos! —lo provocó Hyunjin.
San le clavó el hombro en el estómago y logró que cayera de espaldas sobre una mesa.
—Yo no he tocado a Félix —masculló, sujetándolo por el cuello.
—Su cara dice lo contrario. ¡Joder, ese niño también era tuyo! —gritó Hyunjin, apartándolo de un codazo.
—¿Y quién lo dice? —inquirió San. Sus ojos brillaron de ira—. Podría ser de cualquiera. No somos los únicos que se lo han tirado, Hwang. Él es lo que se dice un chico fácil. Le gusta que le den caña.
—¡Hijo de puta!
Hyunjin apretó los puños. San estiró los brazos para protegerse.
—Pégame cuanto quieras. Lo sabes tan bien como yo. Y aunque ese niño hubiera sido mío, ¿por qué iba a hacerle algo así? Joder, soy asquerosamente rico, podría mantener a una decena de niños.
—Quizá porque era un bastardo. Sería una mancha muy fea en tu vida perfecta.
—No soy tan frío como crees. Y… y no sé por qué te tomas este asunto tan a pecho. Ni que se tratara de Jeongin. Si fuera él lo entendería. —San entornó los ojos y lo miró con desconfianza—. ¿Estás jugando a dos bandos?
—No sigas por ese camino. No trates de darle la vuelta —le advirtió Hyunjin.
—Me pone enfermo que esté contigo, pero te ha elegido. No me gusta, pero tengo que aceptarlo, aunque lo quiero y no me voy a rendir. Cuando le rompas el corazón, estaré ahí, esperándolo…
No pudo acabar la frase. El puño de Hyunjin aterrizó sobre su cara y después en su costado. San se dobló hacia delante sin aire en los pulmones. Apenas tuvo tiempo de ver la rodilla que se elevaba hacia su rostro, pero el golpe no llegó.
Cuando logró enderezarse, vio cómo los amigos de Hyunjin intentaban contenerlo sin mucho éxito. El chico se retorcía entre gruñidos. Justo detrás de ellos, Jisung lo fulminaba con la mirada.
—¡Basta ya! —gritó Minho, esquivando por los pelos un codazo—. No nos obligues a sacudirte.
—¡Suéltame, voy a partirle la cara! —gruñó Hyunjin.
Chan lo sujetaba por los hombros, arrastrándolo hacia la salida, y Minho trataba de contenerlo empujándolo en el pecho con las manos para que retrocediera.
—Me parece bien, cárgatelo, pero al menos busca un sitio donde no haya cien testigos que puedan señalarte con el dedo.
—Vaya inteligencia la suya, cada día tengo más claro que solo es un mito —dijo Jisung.
Sostuvo la puerta abierta mientras ellos salían a trompicones. Minho le dedicó una mirada asesina a Jisung.
—No estás ayudando —le soltó.
—Le han encontrado gracias a mí, bonito —replicó Jisung, lanzándole un beso—. ¿Cómo se dice? Ah, sí, gracias.
Minho masculló una sucesión de palabrotas y maldiciones, pero acabó dedicándole una sonrisa imperceptible.
—Esto no va a quedar así, Hwang —gritó San desde la barra, en la que se había apoyado para coger aire.
—A partir de ahora mira hacia atrás. La sombra que verás será la mía, hijo de puta —gruñó Hyunjin desde la calle.
Minho y Chan lograron arrastrarlo hasta el coche. Hyunjin sacudió los brazos para liberarse de ellos. Lo soltaron, pero atentos por si volvía a la carga.
—¿Se te ha ido la cabeza o es que te has vuelto idiota de repente? —preguntó Minho alzando la voz—. Pero ¿cómo se te ocurre entrar ahí y agarrarte a golpes con él? ¡Mierda, Hyunjin, si te denuncia llevas todas las de perder! Y entonces, ¿qué? ¿A quién ayudas así?
—No me vengas con monsergas —respondió Hyunjin con un gruñido.
Se puso derecho y se pasó la mano por los labios. Sentía el sabor de la sangre en la lengua y un dolor agudo en el estómago que le obligaba a resoplar cada dos inhalaciones—. Ese imbécil le ha hecho daño a Félix. ¿Acaso no es también tu amigo?