A medio camino entre la consciencia y la inconsciencia, Hyunjin notó cómo lo agarraban por los brazos y lo sacaban del maletero de un coche. Tiraron de su cuerpo, arrastrándolo por un suelo de gravilla. Los goznes de una puerta chirriaron y se vio arrojado hacia delante. Cayó de costado y tosió. Apenas le llegaba aire a los pulmones.
Le quitaron la bolsa de la cabeza y respiró hondo al tiempo que alguien le lanzaba un cubo agua fría y maloliente. Volvió a toser y escupió el agua que le había entrado en la boca. Terminó de despertarse del aturdimiento que embotaba sus sentidos.
Una mano lo agarró del pelo y tiró de él, obligándolo a que se pusiera de pie.
Trastabilló hacia un lado, pero alguien lo empujó para enderezarlo.
Le palpitaban las sienes con un dolor agudo y, cada vez que trataba de respirar, sentía como si las costillas se le clavaran en los pulmones. Parpadeó, y poco a poco sus ojos se adaptaron a la tenue luz que emitían dos fluorescentes que colgaban de una viga en el techo. Estaba en el centro de una especie de viejo almacén. Las únicas ventanas tenían rejas y se encontraban a la altura de la cubierta. A su derecha había un coche, un Challenger rojo con una cabeza de tigre dibujada en la puerta. La impresión hizo que su mente comenzara a despejarse.
Una risita ahogada sonó a su espalda. De las sombras salieron dos personas. Hyunjin los reconoció enseguida: Wooyoung, y Choi Soobin, el primo de San.
—¿Te gusta? ¡Es una maravilla, un coche precioso! Me ganaste por los pelos, ¿sabes?
San apareció tras él y, al pasar por su lado, le dio un golpecito en la cabeza con la mano.
Hyunjin lo miró desconcertado.
—¡El gran Hwang Hyunjin! —exclamó, alzando los brazos—. Mírate, no eres para tanto. Solo eres escoria, basura.
—Tú —logró articular Hyunjin.
—¡Sorpresa! —exclamó San—. No te lo esperabas, ¿eh? Bueno, esa es la gracia. Si nadie imagina lo que hago, eso quiere decir que soy bastante bueno. Aunque no tanto como me gustaría. Creo que sabes más de lo que deberías, y no me queda más remedio que tomar medidas.
Hyunjin realizó una inspiración dolorosa y entrecortada que le abrasó la garganta.
—¿Qué clase de medidas? —logró preguntar.
San se inclinó hacia él con las manos en las rodillas.
—¿Sabes qué les ocurre a los que van por ahí haciendo preguntas, a los que meten sus narices en expedientes policiales y que intentan desenterrar a los muertos? Pues que sufren accidentes.
Hyunjin se concentró a través del dolor, asimilando las palabras de San. Todo el puzle encajó a la perfección. El coche, las drogas, las carreras… y Seungmin. Pero ¿por qué Seungmin? Miró a San a los ojos, esos ojos… Y entonces lo supo. La vio en él.
—Es tu hermana.
San suspiró de forma exagerada y sacudió la cabeza.
—Chico listo. —Le guiñó un ojo.
—La has utilizado para atraparme.
—Oh, claro que sí. Lía es muy fácil de manipular, ¿sabes?
—Mataste a mi hermano —masculló Hyunjin, asaltado por la cruda realidad.
—Sí. Lo cierto es que no pensaba llegar tan lejos, pero se me fue un poquito la mano. —San se encogió de hombros—. Bueno, tú ya sabes cómo son estas cosas, ¿no? Quieres enviar un mensaje, pero el tipo no para de hablar y no quiere entender que no tiene opciones. Te planta cara, te contesta, le atizas un poco para que capte la idea, pero te vuelve a contestar y… acaba con el cuello roto. Cosas que pasan.
Hyunjin forcejeó con las cuerdas mientras asesinaba con la mirada a San. Acababa de admitir que había golpeado a Seungmin hasta liquidarlo, y ni siquiera le había visto un asomo de arrepentimiento.
Necesitaba saber los motivos. Después, le arrancaría el corazón a través de la garganta.
—¿Y cuál era ese mensaje que querías enviarle?
San se rió y le guiñó un ojo. Se acercó lentamente, y se quedó mirándolo. Sin previo aviso lo golpeó en la cara. Hyunjin intentó mantener el equilibrio y movió la mandíbula de un lado a otro.
—Que un mierda como él no podía tener a alguien como mi hermana ni ser amigo de mi novio. El idiota de tu hermano de verdad creía que podía ser uno de nosotros. Se coló en casa de los Yang gracias a la zorra de tu madre. Se hizo amiguito de Jeongin, se metió a Yang Woobin en el bolsillo y logró que este le recomendara para una beca completa en Columbia. Se la concedieron, pero le faltaba la chica para cumplir el sueño americano y puso sus ojos en mi hermana. Se equivocó desde el principio. Le avisé, pero no me hizo caso. No quiso entender que nosotros y ustedes ni siquiera pertenecemos a la misma especie. No podía aspirar a cosas para las que no había nacido.
>>Y ahora tú intentas hacer lo mismo. ¿Te crees que puedes quedarte con mi chico? ¿Esperas que me quede de brazos cruzados mientras los Yang te llaman hijo? De eso nada.
—Tampoco te quedaste de brazos cruzados con Félix, ¿verdad?
San se echó a reír.
—Por supuesto que no. Jamás tendría un hijo con un fulano. Solo me lo follé, una vez. Me alegro de que no me contagiara nada.
Hyunjin se lanzó a por él, a pesar de que tenía las manos atadas a la espalda.
—Hijo de puta, voy a matarte.
Wooyoung se adelantó y le dio un puñetazo en el costado que le hizo caer de rodillas. Hyunjin se puso de pie como pudo, resoplando.
—¿En serio? Porque te miro y no veo a ese tipo duro al que todos temen. Solo veo a un fracasado, a una mierda —rió San.
Hyunjin esbozó una sonrisa malévola.
—Pues este mierda va a limpiar el suelo contigo. ¿Crees que porque juegas a ser un chico malo que trafica con drogas y participa en carreras lo eres de verdad? Para creer que somos de especies diferentes, te esfuerzas demasiado en ser como yo.
San, frunció el ceño y acortó la distancia que los separaba. Como si estuvieran sincronizados, Wooyoung y Soobin sujetaron a Hyunjin por los brazos. San le soltó un rodillazo en el estómago. Lo sujetó por el pelo y le echó la cabeza hacia atrás para que lo mirara.