Durante las dos horas que duró el viaje hasta Incheon, ninguno de los dos dijo nada. Minho estaba convencido de que Hyunjin iba a cabrearse mucho con él cuando le viera aparecer con Jeongin. Sabía que las razones de su amigo para alejarse de él del modo que lo había hecho eran completamente válidas, pero el chico se merecía algo más que un mensaje. Sin embargo, era algo más complicado lo que animaba a Minho a ir en contra de los deseos de Hyunjin. Su instinto no paraba de lanzarle avisos de peligro respecto a su amigo, y Jeongin era el único con poder suficiente sobre él como para desbaratar cualquier locura que se le estuviera pasando por la cabeza.
Llegaron a Incheon a mediodía.
—¿Y por qué aquí? —preguntó Jeongin mientras contemplaba el mar que bordeaba la costa salpicada de pequeños muelles.
Minho se encogió de hombros.
—Los abuelos de Changbin eran de aquí. Él heredó la casa al morir su madre. Al principio pensamos esconderlo en el barco y navegar mar adentro, pero Hyunjin apenas podía respirar sin ver las estrellas. Así que este nos pareció el mejor sitio. ¿Quién pensaría en buscarlo aquí?
Jeongin giró la cabeza de golpe.
—¿No podía respirar? ¿Hay algo que deba saber? ¿Está… está bien?
—Todo lo bien que puede estar alguien después de que le den una paliza salvaje. Hace días que no le veo, pero Changbin dice que se recupera rápido —respondió Minho en voz baja.
Aminoró la velocidad y acabó por detenerse frente a una casa de paredes blancas y tejado gris, rodeada por una valla de madera también blanca. Apagó el motor y sacó la llave del contacto. Clavó los ojos en la casa y un tic contrajo su mandíbula. Miró a Jeongin y le dedicó una sonrisa tensa.
—¿Listo?
Jeongin asintió y bajó de la camioneta con los nervios estrujándole el estómago. No sabía qué iba a decirle a Hyunjin cuando lo tuviera delante. Estaba dolido y asustado por los últimos acontecimientos y, a pesar de todo, seguía sin entender por qué lo había dejado. O quizá sí y esa idea lo aterraba aún más.
La puerta se abrió de golpe y Changbin apareció vistiendo tan solo unos pantalones cortos.
—Dime que has traído más analgési… —Las palabras se atascaron en su boca. Sus ojos se abrieron como platos e inmediatamente se entornaron al clavarlos en Minho —. Menudo día has elegido para las visitas. Está de un humor de perros.
—Hola, Changbin —dijo Jeongin yendo a su encuentro.
—Hola, pequeño.
Abrió los brazos y lo estrechó con un ligero vaivén.
—¿Dónde está? —preguntó Minho.
—Entra y compruébalo tú mismo. Yo los espero aquí.
Minho tomó aire y entró en la casa con Jeongin pisándole los talones. Cruzó el salón y se dirigió a la cocina. La puerta estaba abierta y el sonido de una respiración apurada llegó hasta ellos.
Hyunjin, vestido tan solo con unos pantalones cortos negros, se balanceaba de espaldas a ellos colgando de una de las vigas del porche. Con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos, subía y bajaba haciendo flexiones con los brazos. Cada uno de sus músculos se tensaba bajo su piel cubierta por una película de sudor. Las partes visibles de su cuerpo parecían un mapa de cardenales que iban desde un tono verdoso azulado hasta el amarillo. Tenía dos cortes, uno en el costado y otro al final de la espalda, que ya estaban cicatrizando.
Jeongin se llevó las manos a la boca. No quería imaginar el aspecto que habría tenido la noche del accidente si ahora estaba así. Contuvo el deseo de correr y abrazarlo, recordándose que Hyunjin no se iba a alegrar de verlo.
—¡Eh! —dijo Minho.
Hyunjin aterrizó en el suelo y se dio la vuelta. Una sonrisa comenzó a dibujarse en sus labios, que desapareció inmediatamente al ver a Jeongin tras él. Por un momento su rostro adoptó una expresión vulnerable, pero se recompuso de inmediato y apretó los dientes.
—Vaya, te veo bien —continuó Minho—. Ni siquiera esperaba encontrarte levantado.
—¿Qué coño estás haciendo, Minho? Lo dejé muy claro —masculló sin mirar a Jeongin.
Entró en la cocina y pasó junto a ellos golpeando con su hombro el de Minho. Cogió una botella de agua del frigorífico y un bote de analgésicos de uno de los armarios. Se echó dos a la boca y los tragó con un sorbo de agua. Estaba a punto de darle un infarto. Su corazón latía a un ritmo endemoniado que le embotaba los oídos.
Llevaba diez días mentalizándose de que se había acabado, que Jeongin era historia. Solo pensar en él le dolía como si le atravesaran el pecho con un cuchillo y después lo retorcieran en su interior. Verlo, tenerlo delante a solo unos pasos de distancia, oliendo su perfume, viendo su boca fruncida por una mueca airada, multiplicaba ese dolor por mil. ¡Joder, estaba a punto de caer de rodillas delante de él y echarse a llorar como un bebé!
—Lo paré en el aeropuerto a punto de coger un avión a Santa Fe. Iba solo a buscarte, ¿qué querías que hiciera? ¿Que lo dejara ir? Tengo una cosa que se llama conciencia —explicó Minho sin asomo de culpa.
Hyunjin les dio la espalda para que no vieran que estaba demasiado afectado.
“¿A Santa Fe?”, pensó con un vuelco en el estómago. Jeongin iba a buscarlo; después de todo, iba a recorrer miles de kilómetros solo para verle. Se pasó las manos por la cara y pensó en Seungmin, en Choi y en lo que había planeado. Jeongin estaba fuera del círculo.
—Pues tu conciencia y tú deberían haber hecho cualquier cosa menos traerlo aquí —replicó Hyunjin.
—¡Y una mierda!
—No es asunto tuyo —bramó Hyunjin enfurecido.
—No, es tuyo, así que arréglalo de una vez —gritó Minho.
—¿Quieren dejar de hablar como si yo no estuviera aquí? —les espetó Jeongin—. Min, ¿te importaría dejarnos a solas?
—Encantado —dijo el chico en tono mordaz, mientras daba media vuelta y salía de la cocina a toda prisa.