Quince meses después
Jeongin cogió con una mano temblorosa el bolígrafo que le ofrecían y estampó su firma en cada una de las páginas del contrato. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su cara. Alzó su mirada brillante y se encontró con la de su recién estrenada agente literaria. La mujer le sonrió y le ofreció su mano.
—¡Bienvenido a la familia!
—Gracias —dijo Jeongin.
—¡No! Gracias a ti por confiar en nosotros. Tu trabajo es excelente. Eres bueno, Jeongin. Este manuscrito… —Colocó la mano sobre un montón de folios encuadernados— es una maravilla. Conozco a varios editores que matarían por él. Ya verás. Dentro de nada tendré muy buenas noticias para ti.
—Gracias. Siempre he soñado con dedicarme a esto, con ser escritor.
—Y vas a ser uno de los mejores. Estoy segura.
Meses atrás había tomado la decisión más importante de su vida. Hacer caso a una buena amiga y perseguir sus sueños. Sus padres creyeron que se había vuelto loco al posponer la universidad un par de años para dedicarse a escribir, pero él jamás había estado tan seguro de algo. Y la prueba de que no se había equivocado reposaba dentro de la carpeta que llevaba apretada contra el pecho. Había firmado un contrato con una de las mejores agentes literarias del país. ¡Sí!
Salió del edificio y tomó una gran bocanada del aire frío de finales de noviembre. Alzó la vista y contempló el cielo de San Francisco. Otro sueño cumplido. Apenas llevaba un par de meses viviendo allí y ya se había adaptado por completo. Compartía un pequeño apartamento con otros dos chicos en la zona. Le encantaba el olor de la ciudad, el ambiente, su gente.
Caminó durante un rato para despejarse. Los últimos días habían sido demasiado intensos. La llamada de la agencia, los nervios, la explosión de adrenalina que apenas lo había dejado dormir. Se arrebujó bajo el abrigo y apretó el paso en busca de un tranvía.
Al doblar una esquina se dio de bruces con un estudio de tatuajes. Miró a través del cristal y vio a una chica recostada en un sillón mientras le tatuaban algo en la muñeca. A su lado, un chico sonriente le besaba los nudillos de la otra mano.
Se le encogió el estómago y su mano descendió hasta su costado sin pensar. Acarició sobre el suéter a su lobo. Detestaba seguir anclado en el pasado, a su recuerdo. Pero no podía borrarlo. Se preguntó si, allí donde estuviera, Hyunjin también estaría cumpliendo sus sueños. Si habría conocido a alguien…
Habían pasado quince meses desde que se habían separado. Era mucho tiempo, tanto que habría podido casarse y hasta tener un hijo. Apartó esa idea, el dolor era demasiado intenso. Ya sufría bastante luchando todos los días contra su recuerdo como para atormentarse con esos pensamientos.
Subió al tranvía y trató de pensar en la trama de la nueva historia que estaba escribiendo, en los personajes… El esquema tomaba forma. Tenía bastante claro el principio, también el final; aún le quedaba lo más difícil: averiguar qué demonios iba a ocurrir durante el nudo. Una risita escapó de su garganta. Parecía el esquema de su propia vida, solo que en este caso no tenía más que el comienzo. El nudo central y el desenlace seguían siendo una incógnita sin despejar, y las matemáticas siempre se le habían dado de pena. Volvió a reír para ignorar la sensación de que, a pesar de todo, seguía faltándole algo.
Bajó del tranvía y recorrió con paso rápido las calles que lo separaban de su apartamento. Le encantaba aquel barrio ruidoso lleno de carteles luminosos y comercios repletos de cosas raras, por no hablar de las comidas. Nada que ver con Busan, donde todo era tan normal que exasperaba.
Por fin llegó al portal del edificio donde se encontraba su apartamento. Buscó las llaves en su mochila. Su teléfono móvil sonó en el bolsillo y tuvo que hacer malabares para poder sacarlo. En la pantalla parpadeaba un mensaje.
Jisung:
Tienes que llamarme. Llámame. Llámame ahora mismo. No imaginas quién está preguntando…
—Hola, Innie.
Jeongin levantó la cabeza de golpe. El corazón se le detuvo un instante antes de comenzar a latir desbocado en un peligroso ascenso hacia su garganta. Conocía aquella voz. Se quedó paralizado, seguro de que su oído le estaba jugando una mala pasada. Porque no podía ser. Se dio la vuelta muy despacio. ¡Ay, madre! ¡Era él, Hyunjin estaba allí de verdad! Vestía un tejano oscuro y una camiseta de algodón gris bajo una chaqueta de piel negra. El pelo empezaba a cubrirle las orejas y unos mechones rebeldes revoloteaban por su frente. Decir que estaba guapo no le hacía justicia.
Jeongin trató de recuperar el ritmo de su respiración y lo miró a los ojos, marrones y brillantes como si una luz los iluminara desde dentro. Nunca los había visto tan vivos.
—Hola —respondió en apenas un susurro. El suelo se sacudía bajo él, o quizá fueran sus piernas.
Hyunjin dio un paso hacia Jeongin y lo miró de arriba abajo. No quedaba en él ningún rastro del niño que recordaba. ¡Y estaba más sexy que nunca! Se le aceleró la respiración y un calor endiablado le quemó las entrañas. Dos pasos más y solo necesitaría inclinarse un poco para besar aquellos labios que tanto echaba de menos. El problema era que ya no tenía ese privilegio.
—Te veo bien. ¿Qué tal te va?
—Bien —logró responder Jeongin, demasiado turbado por la impresión.
—Creí que estarías en Columbia, en la universidad.
—Cambié de opinión, decidí que quería probar otras cosas. A mis padres casi les da un infarto, pero parece que se van acostumbrando. ¿Y a ti qué tal te va? ¿Dónde has estado todo este tiempo? —soltó, recuperando el control sobre sí mismo.
Hyunjin se encogió de hombros.
—Viajando sin rumbo.
—¿Es algo metafórico? —preguntó desconcertado.
Hyunjin sonrió. Se moría por tocarlo y tuvo que hundir las manos en los bolsillos de su chaqueta para no sucumbir a su deseo.