El auto se movía rápido, serpenteando por caminos que Alex no reconocía. La noche era densa, y solo las luces del vehículo iluminaban el camino, proyectando sombras inquietantes de los árboles que parecían doblarse hacia ellos.
Alex estaba en el asiento trasero, rodeado de un silencio incómodo. Cassandra iba al volante, con una calma que contrastaba con la intensidad de la situación. A su lado estaba el hombre que había irrumpido en la habitación, vigilándolo de reojo como si fuera una amenaza.
—¿Podrían explicarme qué demonios está pasando? —exigió Alex, su voz cargada de nerviosismo y enojo.
Cassandra no apartó la vista del camino.
—Ya te lo dije, Alex. Moriste. Lo que eres ahora... es algo diferente.
—Eso no me explica nada. ¿Qué soy? ¿Y por qué estamos huyendo?
El hombre en el asiento delantero, que parecía molesto por la actitud de Alex, se giró ligeramente hacia él.
—Eres un vampiro, muchacho. ¿Eso te parece suficiente?
Alex parpadeó, tratando de procesar esas palabras. Vampiro. No tenía sentido. No podía ser real.
—Esto es una broma, ¿verdad? —rió sin humor, esperando que alguien confirmara que todo era un mal sueño. Pero nadie lo hizo.
Cassandra suspiró.
—Sé que parece imposible, pero mírate, Alex. ¿Recuerdas el dolor que sentiste antes de desmayarte? Eso fue tu cuerpo cambiando. La vida como la conocías terminó en esa carretera.
Alex apretó los puños, sintiendo una oleada de frustración.
—¿Y por qué yo? No pedí esto.
Cassandra frenó de golpe, haciendo que Alex se tambaleara en su asiento. Giró su cuerpo hacia él, sus ojos rojos brillando como brasas.
—No, no lo pediste. Pero tienes algo que necesitamos. Algo que otros matarían por obtener.
El hombre, que Alex ahora sabía se llamaba Viktor, intervino con brusquedad.
—Tu sangre.
Alex frunció el ceño.
—¿Mi sangre?
Cassandra asintió lentamente.
—Tú no eres un vampiro común. Eres un Primordial, uno de los pocos que descienden de los primeros vampiros de la historia. Tu linaje es único, y eso te convierte en un objetivo para cualquier vampiro que quiera poder... o venganza.
Alex se quedó en silencio, su mente dando vueltas. Esto no podía estar pasando.
—Entonces, ¿ustedes me salvaron porque me necesitan? —preguntó con un tono amargo.
—Sí —admitió Cassandra, sin rastro de culpa en su voz—. Pero también porque te estaban buscando, y si ellos te encontraban primero, no estarías aquí para quejarte.
Alex notó algo en su tono, algo que no le había contado.
—¿Quiénes son ellos?
Cassandra giró el volante, retomando la marcha mientras hablaba.
—El Consejo. Son los líderes de nuestra especie, o al menos eso creen. Pero hay facciones dentro de ellos que no ven con buenos ojos a los Primordiales. Para ellos, eres un error que debe ser corregido.
El peso de sus palabras lo golpeó con fuerza.
—¿Por qué no simplemente me dejan en paz? No quiero nada de esto.
Viktor soltó una risa seca.
—No se trata de lo que tú quieras, chico. Se trata de lo que eres. Y ahora estás en medio de una guerra que comenzó mucho antes de que nacieras.
Alex sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de él. Una guerra. Sangre. Clanes vampíricos. Esto era demasiado.
De repente, una sensación extraña recorrió su cuerpo. Era como un ardor en la garganta, una necesidad que nunca había sentido antes.
—¿Qué… qué me está pasando? —preguntó, llevándose una mano al cuello.
Cassandra lo miró por el espejo retrovisor, su expresión severa.
—Tienes sed.
—¿Sed?
—De sangre —respondió Viktor, sin rodeos.
Alex negó con la cabeza, horrorizado.
—No, eso no puede ser. Yo no voy a...
Antes de que pudiera terminar, el auto frenó de golpe nuevamente. Esta vez, Cassandra bajó del vehículo y abrió la puerta trasera.
—Baja, Alex.
—¿Qué?
—Baja. Necesitas aprender a controlarlo antes de que te controle a ti.
Dudó, pero finalmente obedeció. Afuera, el aire nocturno era frío y el silencio opresivo. Cassandra lo guió hacia el bosque que rodeaba la carretera, mientras Viktor se quedaba en el auto, vigilando.
—Escucha bien, Alex. Lo que estás sintiendo ahora es solo el principio. Si no sacias tu sed, perderás el control. Y créeme, no quieres saber qué pasa cuando eso ocurre.
Alex tragó saliva, sintiendo cómo el ardor en su garganta se intensificaba.
—No voy a hacerlo. No voy a... morder a nadie.
Cassandra lo observó con una mezcla de comprensión y firmeza.
—No se trata de querer. Se trata de sobrevivir.
De repente, un crujido rompió el silencio. Alex giró la cabeza, alarmado, y vio cómo una figura emergía de entre los árboles. Era un ciervo, pequeño y delgado, que los miraba con curiosidad antes de intentar huir.
—Hazlo —ordenó Cassandra, su voz dura como el acero.
—¿Qué?
—Es un animal. No un humano. Si no lo haces ahora, podrías lastimar a alguien más tarde.
Alex negó con la cabeza, retrocediendo.
—No puedo...
Pero la sed era insoportable. Su cuerpo se movió casi por instinto, más rápido de lo que hubiera creído posible. En un abrir y cerrar de ojos, estaba sobre el ciervo, sus colmillos perforando la carne antes de que pudiera detenerse.
El sabor lo llenó de una euforia aterradora. Era cálido, metálico, pero también... embriagador.
Cuando finalmente se apartó, el horror lo golpeó como una avalancha.
—¿Qué... qué me está pasando? —susurró, cayendo de rodillas.
Cassandra se acercó, colocando una mano en su hombro.
—Estás despertando, Alex. Este es solo el comienzo.
Alex cerró los ojos, sintiendo que su humanidad se alejaba con cada segundo.
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Editado: 23.01.2025