El auto finalmente se detuvo frente a una enorme mansión oculta entre la espesura de un bosque. La luna iluminaba la fachada de piedra gris, con ventanas altas y estrechas que parecían observar a Alex con un aire intimidante. El lugar estaba rodeado de árboles altos, sus ramas desnudas entrelazándose como si quisieran ocultar el lugar del resto del mundo.
Cassandra bajó del auto sin decir una palabra, y Viktor hizo lo mismo, dejando a Alex solo por unos segundos en el interior. Tomó una respiración profunda y salió del vehículo, sintiendo el crujir de la grava bajo sus pies.
—¿Aquí… aquí es donde voy a vivir ahora? —preguntó, observando la mansión con mezcla de asombro y desconfianza.
—Por ahora, sí —respondió Cassandra, abriendo la puerta principal con un movimiento fluido de su mano—. Es seguro, está lejos de curiosos y, lo más importante, nadie del Consejo podrá encontrarte fácilmente.
Alex frunció el ceño mientras la seguía al interior. El vestíbulo era amplio, con un techo abovedado decorado con candelabros de hierro forjado. Las paredes estaban adornadas con retratos antiguos que parecían observarlo. Todo en la casa gritaba opulencia, pero también soledad.
—¿Y mi padre? —preguntó, deteniéndose en seco. Su voz temblaba, y la preocupación era evidente en sus ojos—. ¿No me buscará?
Viktor, que venía detrás, cerró la puerta con un golpe seco y se apoyó contra el marco.
—Nos encargamos de eso. En el lugar del accidente dejamos un cuerpo irreconocible. La policía asumirá que eras tú. Tu padre estará de luto, pero no te buscará.
Alex sintió que el suelo se desmoronaba bajo él.
—¿Hicieron qué? ¿Cómo pudieron…?
—Era necesario —lo interrumpió Cassandra con firmeza—. Si el Consejo sabe que alguien te busca, utilizarán eso en tu contra. Créeme, fue lo mejor para todos.
Alex apretó los puños, pero no tuvo fuerzas para replicar. Todo su mundo había sido arrancado de raíz, y ahora estaba atrapado en una realidad que no entendía.
—Ven, siéntate. —Cassandra lo guió hacia una sala amplia con muebles de cuero oscuro y una chimenea encendida. Le señaló un sillón, y Alex se dejó caer en él, mirando el fuego como si pudiera encontrar respuestas en las llamas.
Cassandra tomó asiento frente a él, mientras Viktor se quedó de pie, cruzado de brazos, observando la escena en silencio.
—Sé que esto es mucho para procesar, Alex. Pero es importante que confíes en nosotros. Para eso, quiero que todos compartamos algo de nosotros. Que sepas quiénes somos y por qué estamos aquí contigo.
Alex arqueó una ceja, desconfiado.
—¿Y eso va a hacerme sentir mejor?
—Quizás no ahora —admitió Cassandra—. Pero ayudará.
Se giró hacia Viktor, haciéndole un gesto para que comenzara. El hombre suspiró, como si lo estuvieran obligando a hablar de algo que prefería olvidar.
—Me llamo Viktor. Hace más de ochenta años, era un soldado en Europa. Fui convertido durante la Segunda Guerra Mundial, cuando caí en una emboscada. Mi escuadrón fue masacrado, y un vampiro me dio la opción de unirme a ellos… o morir. Elegí vivir.
Alex notó el tono áspero en su voz y el leve temblor en sus manos, como si aún cargara el peso de esa elección.
Cassandra habló después.
—Yo nací en este mundo. Mi madre era humana, y mi padre, un vampiro del Consejo. Nunca quise ser parte de sus planes, así que me rebelé y me uní a los que luchan por la libertad de nuestra especie. Encontrarte fue mi decisión.
Alex asintió lentamente, comenzando a entender que, aunque eran diferentes, también eran humanos a su manera.
—¿Y ahora qué? —preguntó, su voz más tranquila—. ¿Qué quieren de mí?
Cassandra se inclinó hacia él, sus ojos brillando con una mezcla de seriedad y compasión.
—Necesitas entender lo que eres, Alex. Tu linaje.
Hizo una pausa, buscando las palabras correctas.
—Hace siglos, los vampiros Primordiales eran los primeros y los más poderosos. Eran inmortales en todos los sentidos, capaces de dominar no solo a los humanos, sino también a otros vampiros. Pero su poder era visto como una amenaza, incluso para el Consejo. Por eso, los exterminaron.
Alex tragó saliva, sintiendo que una verdad oscura comenzaba a formarse en su mente.
—¿Y yo?
—Tu familia era parte de ellos —continuó Cassandra—. Pero con el tiempo, los Primordiales que sobrevivieron comenzaron a mezclarse con humanos, ocultándose. Cada generación fue perdiendo más de su poder… hasta que tú naciste.
Viktor intervino.
—Eras más humano que vampiro. Por eso no sentiste nada especial antes. Pero tu sangre, Alex, nunca dejó de ser diferente. Por eso tuvimos que morderte. Para activar lo que estaba dormido en ti.
Alex sintió un nudo en el estómago.
—¿Entonces esto siempre estuvo dentro de mí?
—Sí —confirmó Cassandra, su voz apenas un susurro—. Y ahora, tu vida está ligada a ello.
Alex miró hacia el fuego una vez más, tratando de procesar todo lo que había escuchado. El peso de su linaje, el sacrificio de su humanidad, y el peligro que ahora lo rodeaba.
—¿Qué hago ahora? —preguntó, su voz quebrándose ligeramente.
Cassandra se levantó y le ofreció la mano.
—Ahora, comienzas a entender lo que significa ser un Primordial. Y aprendes a sobrevivir.
Mientras Alex, Cassandra y Viktor se encontraban en la mansión, el Consejo se reunía en un lugar distinto, alejado de las sombras del bosque, en una sala secreta rodeada de antiguas paredes de piedra. La atmósfera era densa, llena de tensión. Los miembros del Consejo, un grupo selecto de vampiros antiguos, se encontraban sentados alrededor de una mesa de ébano, el centro de la cual estaba adornado por un gran mapa del mundo. Un candil suspendido sobre la mesa proyectaba sombras largas y distorsionadas, haciendo que el lugar se sintiera aún más inquietante.
En un extremo de la mesa, un vampiro con la apariencia de un hombre de mediana edad, de rostro severo y ojos grises como la tormenta, se levantó con una calma fría. Su nombre era Lucian, y era el líder del Consejo, conocido por su incansable deseo de mantener el orden en el mundo vampírico, sin importar el costo.
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Editado: 03.02.2025