Linaje Roto

Capítulo 8. (EDITADO)

Año 3020. Actualidad. Mundo humano. Rabat, Marruecos.
 

Elena estaba siendo arrastrada por un pasillo estrecho y oscuro. Su nariz temblaba del asco que sentía debido a la horrorosa mezcla que formaba la mano sudorosa del sultán y el olor a alcantarillado.

Caminaba seguida de Hiram, que ya no sonreía, y ni siquiera tenía cara de póquer, es más, su cara era aterradora. Las venas se marcaban en su frente y él mismo notaba su nerviosismo mientras volvía a gruñir y a maldecir en voz baja.

Elena había cabreado al Sultán haciéndole quedar como un triste paleto, como un lunático. Y esque quién se iba a imaginar que un hombre tan adulto como su majestad, en realidad creía en hadas, elfos, sirenas, etc. Era totalmente ridículo.
Y lo peor no era eso, lo peor era que la cara del sultán se había hinchado como un globo colorado ante las provocaciones ingenuas de su esposa y le había gritado en medio de la fiesta, humillándole, a él, a Hiram Ibsen.

El sultán estaba tan cabreado que sin pensarlo mucho, agarró del brazo con brusquedad a Elena y desapareció junto con ella y Hiram.

Hiram supuso que le enseñaría su enorme colección de obras de arte y él tenía mucho que ver con la caza y el robo de esa exposición.

Las criaturas que había capturado, o más bien secuestrado, eran torturadas por él mismo y por el hombrecillo que se divertía viendo el espectáculo.

Él no creía que su Elena, moralmente correcta, amable y empática, se tomase muy bien que tuviese ahí encerrados a los frutos de sus cazas para entretener al caprichoso monarca.

Y tenía razón. Cuando el Sultán le quitó la venda de los ojos a Elena, esta no pudo evitar poner cara de horror mientras se llevaba las manos a la boca cerrando los ojos fuertemente, como si no quisiese ver las escenas que tenía delante.

Elena solamente abrió los ojos cuando Hiram la tomó de la mano, para tranquilizarla y con cuidado analizó con todo con detalle la habitación.

Había varias celdas en la habitación, como si fuese una especie de cárcelprivada y en ellas había distintos tipos de personas; niños, mujeres, hombres y ancianos.

Todos ellos tenían heridas abiertas, e incluso, a algunos se les habían infectado, además, estaban muy delgados y demacrados y sus rostros se veían sin vida, como si les hubieran obligado a hacer cosas terribles. Aquello era muy desagradable.

Había una jaula en especial que le daba peor vibra que las demás. Contenía cinco pequeñas criaturas, con sus cuerpecito desnudos, llenos de un fluido que no quería saber que eran y que lloraban sin parar.

La rabia de Elena aumentó a pasos agigantados.

Solo eran niños, joder, niños pequeños, ¿Qué demonios estaba haciendo ese monstruo?

Las mujeres habían sido violadas, e incluso una de ellas se había quitado la vida por la vergüenza.

Y en un rincón, se encontraba una figura esbelta, atado con gruesas cadenas de plata que lo sujetaban por el cuello y que poseía un rostro muy familiar que Elena reconoció enseguida. 

Elena no podía creerse lo que estaba viendo. Ante sus ojos se encontraba un calabozo con un montón de criaturas sobrenaturales encerradas en él, torturadas, hambrientas y llenas de miedo. Tenía que sacarlas de allí, tenía que hacer algo.

¡Dan, Carl o Papá! Pensó. Sus nombres aparecieron en su mente por primera vez en mucho tiempo. ¿Qué harían ellos en su lugar?

Carl mataría a balazos en el trasero a ese monarca depravado. Dan le haría el ling chi, con su "Hilo Rojo". Y su padre, Aodhan, le desgarraría el cuello a mordiscos limpios.

Pero ella era solo Elena la inútil. ¿Qué podía hacer? ¿Pedir ayuda? ¿Denunciar y esperar a que la policía local se encargase de todas aquellas criaturas para que pudiesen convertirse en el nuevo mono de feria de los medios de prensa?

Miró a su alrededor y rápidamente cogió a Hiram del brazo mirándole con ojos suplicantes. Él era su esposo y era una persona influyente, seguro que podía hacer algo.

Hiram era una buena persona, aunque ahora hubiese cambiado, ella todavía recordaba cómo trataba a todos los seres vivos cuando se conocieron. No se quedaría impasible sin hacer nada ante tal horrible situación.

-¡Chica idiota! ¿Niños? ¿Personas? ¿Cómo tú y cómo yo?- El tono del sultán era de total incredulidad y mofa. -Míralos bien de cerca hermosa, y entonces comprenderás que no se merecen ningún buen trato, ¡Son monstruos!-

La mano de Elena se movió sola y abofeteó con fuerza al monarca que del impacto del golpe cayó sobre su propio trasero. El Sultán trató de levantarse enfurecido, encolerizado y dispuesto a matarla a golpes y entonces Elena fue la que cayó. 

El sonido del golpe resonó por toda la sala mientras que Hiram se frotaba la palma de la mano contra el traje diciendo:

-Déjala aquí para que reflexione, mientras tanto, hablemos de la próxima captura su majestad, espero que no se tome muy enserio lo que ha hecho mi estúpida mujer, después de todo, sigo siendo su cazador privado.-

Y ambos se alejaron riéndose con sorna.

Elena se puso de pie, mareada. Con cuidado, se acercó a las celdas, no quería que ellos le temieran.

En la primera celda, había un grupo de tres mujeres hermosas y cuatro ancianos elegantes, los distinguió enseguida. Eran elfos, las largas orejas y los bellos rostros así se lo indicaron. 

La segunda celda estaba formada por vampiros, que al parecer no tomaban sangre humana, pues sus ojos no eran color carmesí.

La tercera celda, en la que había pequeños niños desmayados y unos adultos, estaba poblada por hombres lobo. Lo notaba en la marca de imprimación de ella. Uno de los niños tenía pinta de ser un futuro alpha, tenía un aura de superioridad diferenciador de los demás.

La cuarta celda, llena de niños desnudos era una celda de pequeños súcubos e incúbos y eso la tranquilizó. No eran niños reales.

Luego se fijó en la última celda, la de las hermosas mujeres, y descubrió que eran brujas. Tenían que serlo puesto que llevaban enormes bozales que les impedían hablar junto con collares bendecidos que anulaban su capacidad de maldecir. Se veía doloroso.




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