Linaje Roto

Capítulo 10. (EDITADO)

Siglo VI.d.c. Promisedland, la tierra de las criaturas sobrenaturales. Territorio lobuno de la manada SoulMoon. El bosque de la luna. 

La joven se encontraba en el lago cuya agua le llegaba por la cintura, sus rizos caían con abundancia por la delgada linea de su espalda mientras sus ojos verdes brillaban en medio de la noche con la mirada perdida en algún punto de la lejanía y su piel cobriza relucía a la luz de la luna llena.

-Señorita Helena, el Alha Uram solicita su presencia.-

La joven, sonrió mientras se giraba para salir del agua mientras la sirvienta se apresurada a alcanzarle una toalla de lino para que pudiera cubrirse.

Helena recogió la túnica pulcramente doblada sobre una roca, se la colocó, y descalza, caminó hacia el magnífico palacio.

Estaban en guerra, pero en esos momentos de la noche todo era pura armonía.

-Helena, eres tan hermosa...- Uram inspiró su aroma fijándose en el hermoso cuerpo de la chica.

Su mano acarició la mejilla de Helena con suavidad mientras su otra mano se deslizaba por su cuello tocando la marca.

-Te amo Helena, eres mi maldita debilidad, pero también mi fuente de poder.- Un beso, otro beso y entre sus caricias Helena perdió el control rápidamente.

La mano de Uram se hundió en sus muslos mientras su boca atacaba sus pechos y ella jadeaba, muriéndose de placer. Helena lo observó con dulzura, su Uram era perfecto.

Estaba tan mojada, tan dispuesta para él, que su mente se nubló. La felicidad, si existía sería algo parecido a despertarse todos los días al lado del hombre que amaba y que la amaba.

Y llegó el orgasmo, el éxtasis puro. Ellos se habían unido en cuerpo y alma y el alma de ella purificaba su energía, para que él pudiese usar sus poderes con facilidad mientras que el cuerpo de ella estaba preparado para complacerlo, era la mujer perfecta.

Helena se acurrucó en sus brazos y se sintió protegida. Su Uram nunca le fallaría.

Sus ojos por un segundo se llenaron de lágrimas mientras recordaba cómo eran tratadas las personas de su mismo rango y sin poder evitarlo la rabia recorrió todo su cuerpo.

Ella era Helena después de todo. Una omega más, cuya única ventaja era ser querida por un hombre poderoso que afirmaba que  la amaba, pero aún así, él y el resto de lobos trataban a los omegas como simples trapos. Y ella, a pesar de todo no podía hacer nada más que ver cómo ellos morían con sus almas fragmentadas en esa sangrienta guerra ante las miradas inexpresiva de los demás.

La luz entraba por las ventanas correderas. La manada SoulMoon vivían en un territorio que recordaba al mundo arábigo.

El palacio del Alpha era grande, elegante y majestuoso, con arcos polilobulados y de herradura junto a  grandes bóvedas y cúpulas mozárabes cubriendo los techos de la estancias. Las paredes cargadas con ricas decoraciones geométricas y vegetales en los capiteles de las columnas que sujetaban los arcos, así cómo también mosaicos decorando los muros.

Un grito los sobresaltó a ambos. Era un soldado, que venía a avisar con urgencia de un ataque sorpresa.

Uram se frotó los ojos adormilado y tapando a Helena con la sábana para que no cogiera frío le preguntó con calma.

-¿Quién se atreve a atacar a la manada más poderosa del bosque de la luna? Prepara el batallón y deja que se encarguen de esos pocos soldados. Ahora somos poderosos, recuérdalo. Pasa mi orden.-

El soldado tembló por su tono autoritario y no se atrevió a decir nada más. Dándose la vuelta para irse, se cruzó con un hombre que venía inquieto, cómo si se esperase que algo fuese a salir mal.

-Alpha Uram, no son solo unos cuantos lobos, ni siquiera son solo los lobos de una manada. Me temo que son las cuatro manadas juntas las que vienen a atacarnos. Han creado una tregua y puedo suponer que lo que quieren es la fuente del poder.- El Beta Farid habló frenético.

-Nuestros hombres están agotados y los omegas están a punto de morir si se les sigue explotando, están en su límite. No es una situación favorable para nosotros. Por favor, reconsidere la decisión. Tiene que entregarles a Helena y dejar que esos codiciosos peleen por ella, lávese las manos del asunto.-

El Beta Farid tenía razón, no podrían ganar una batalla contra los lobos de las cuatro manadas que les superaban en número por goleadas. La mejor solución sería entregarles lo que querían y dejar que lucharan entre sí para conseguirlo.

El Alpha Uram reflexionó, Helena era a lo sumo una forma de cargar sus poderes sin tener que entrenar como hacían el resto de tontos que no conocían el secreto de los omegas. Era una mujer hermosa, dulce e inocente y estaba dispuesta a servirle como un cachorrito a la espera de su amo. Pero quitando todo eso, no era más que un objeto que podían usar y tirar.

Uram le pasó la mano por la mejilla y sonrió cruelmente. La decisión estaba tomada, un pequeño sacrificio para obtener un bien mayor. Pero no entregaría una Helena tan poderosa en ese perfecto estado. Eso sería un suicidio.

-¡Guardias! ¡Prendedla! Veinte latigazos con el látigo de plata en el patio, reunid a todos los omegas. Que sirva de ejemplo como castigo. Luego tiradla por encima de los muros y atad esta carta a su cuerpo. No quiero luchas innecesarias en mi territorio- La orden era clara.

Los guardias arrastraron a una Helena confundida y llorosa al patio mientras se reían soltaban despectivos comentarios hacia ella. Y Helena sintió arcadas, ganas de vomitar mientras esos guardias escupían sobre su cuerpo desnudo.

Allí en el patio, los latigazos resonaban por todo el recinto, las lágrimas caían de los ojos de Helena, que silenciosamente aceptaba el castigo preguntándose porqué. ¿No se amaban mutuamente? ¿No la quería lo suficiente? ¿Había hecho algo mal?

Los omegas del palacio la veían con lástima, con miedo, con temor y con empatía, sabiendo que ellos eran simples objetos, que una gota de sangre derramada por un omega, era más insignificante que matar a una hormiga del suelo.




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