La era de los dioses. Año desconocido. Un lugar recóndito en el territorio de los nueve palacios celestiales.
-¡¿Estás loca?! Si se entera Amón nos fulminará a ambos. Estaremos muertos, o mejor dicho, YO estaré enterrado antes de que seas capaz de darle una explicación lógica.-
El joven que lo decía, estaba exaltado y la indignación se podía notar en sus mejillas rojas mientras que sus carnes grasas rebotaban con cada salto enérgico que daba para tratar de realzar su opinión.
-Oh, vamos Bel-bú, está herido...y al parecer, no tiene ningún lugar donde ir. Solamente hasta que se recupere...porfavor.-
La chica de pelo cobrizo, comenzó a mirar con ojos suplicantes al joven graso que trataba de resistirse a su persuasión.
-Nunca había visto a un hombre tan hermoso, además, es muy amable y no creo que pueda dañarme. Está herido y no parece tener gran poder y sus alas, oh, sus alas, quiero investigarlas por más tiempo. ¿Es un dios?-
Continuó la joven mientras el gordito se desesperaba aún más.
Belcebú, era un chico regordete con un rostro aniñado, adorable y enérgico. Como todos sus hermanos, era uno de los Lords y su autoridad no se podía subestimar, pero en ese momento, no le quedó más remedio que maldecir a los Nueve Cielos.
Su joven maestra era muy persuasiva y ese joven que había encontrado aquella mañana en el campo de peonías no le había podido encantar más por lo que se negaba a soltarlo y el pobre Belcebú, había tenido tanta mala suerte que le había tocado justo esa semana la vigilancia del paraíso.
No quería ni saber el tremendo castigo que le impondría su hermano mayor, Amón, si se enteraba de que bajo su cuidado, había dejado que un joven desconocido se colara en el Paraíso, de que este había engatusado a su señora para que lo mantuviese escondido y de que para colmo, por sus alas, podía jurar que su origen no era nada simple.
Estaba seguro de que el chico herido provenía de la corte celestial, quizá tendría un alto rango, pues la armadura que llevaba era de alta calidad, y el sello que colgaba de su cintura...
Mientras lo pensaba, Belcebú se acercó a ver el sello de jade que reposaba en la cintura para comprobar y toda la inspiración le vino tan de golpe que tuvo que sentarse en el suelo y respirar varias veces muy hondo para no desmayarse del susto.
Su hermano Amón lo mataría a golpes, lo reviviría para enterrarlo vivo y luego lo volvería a asesinar.
¡El chico pertenecía a la familia real! ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¡Las alas eran el símbolo indicador de un miembro real!
Mierda, el sello imperial, las alas, ¡La jodida familia real! Si cualquiera de sus hermanos lo descubría, lo harían papilla.
La joven diosa, al ver la cara de horror de Belcebú, no pudo evitar acercarse preocupada con una enorme cesta de comida en una de las manos para terminar de chantajearlo.
Sabía que había tenido una suerte tremenda, el hermano Bel-bú era el más débil ante sus habilidades persuasivas, y el más permisivo.
Nunca había entendido porqué en ese enorme jardín solamente se encontraba ella, ella con sus hermanos.
Siempre pensó que ese espacio era el único que existía, y se había dedicado toda la vida a estudiar sobre las otras cosas que desaparecieron, que solo se mencionaban en todos esos libros que le traía su hermano Lucifer todas las semanas y que ella devoraba y memorizaba cegada por la curiosidad.
Ahora, había encontrado otro ser vivo, uno que le podía contar sobre lo que había visto en el exterior, y encima uno tan hermoso...que su belleza podría competir contra la del hermano Ash.
-¡NO, DEFINITIVAMENTE NO SE QUEDARÁ AQUÍ!-
Ese fue el grito de Belcebú, tras recuperarse del susto y con la boca llena por la deliciosa comida.
-¡ME IMPORTA UN BLEDO LO QUE TENGAS QUE DECIRME, SE IRÁ ANTES DE QUE REGRESEN LOS DEMÁS Y NO HAY MÁS QUE DISCUTIR!-
-Oh, Bel-Bú, está herido, solo deja que se quede aquí hasta que acabe la semana y regreses...-
-¡He dicho que no, si los hermanos lo descubren...!-
La joven lo cortó;
-El siguiente turno es de Levi y sabes que es débil ante mí. Asumiré toda la responsabilidad así que deja que se quede. Aunque Levi lo descubra no pasará nada, él mantendrá mi secreto como siempre.-
Belcebú lo pensó, no podían ser descorteses con la familia real, y mucho menos matar a un miembro de ella, pero tampoco podían dejar que nadie que hubiese pisado el paraíso viviera, pues si se descubriera que el poder perdido seguía vivo en ese jardín y no pudieran proteger a la joven maestra, se les caería la cara de la vergüenza a los siete.
Ciertamente, su hermano más joven, sentía debilidad por esa joven señorita a que servían, habían crecido juntos y era sin lugar a dudas su hermano favorito.
Belcebú estaba seguro de que él protegería a la joven señorita de cualquier forma, y guardaría el secreto si así ella lo quisiera, pues tras él, con el que mejor funcionaba esa persuasión era con Levi.
Entre tanto, el podría llevarse a ese chico herido y modificar sus recuerdos usando su don.
Por fin, para el alivio de la joven diosa, Belcebú aceptó a regañadientes.
Aunque años después, se arrepentiría de esa maldita decisión al darse cuenta de que había cometido el error más grande que pudo haber tenido en su vida.
Año 3020. Actualidad. Mundo Humano. Rabat, Marruecos.
Elena estaba paseando por el jardín, sabía que Dan destrozaría el gremio y que Hiram estaría tan ocupado que probablemente no tuviera tiempo de encararse con ella durante otros tres días.
Jamal la acompañaba y un olor comenzó a inundar su nariz, era sangre, sí, sangre con un extraño matiz que no lograba distinguir.
Con diligencia, mordió suavemente una de las esquinas de la ropa de su dueña y la guió hacia donde estaba el profundo olor.
Y allí, había una figura, una mujer herida entre las plantas, cuya maleza cubriéndola hacia que pudiese camuflarse de alguna manera.