Linaje Roto

Capítulo 31. (EDITADO)


La era de los dioses. Año desconocido. Nueve palacios celestiales, lugar de residencia de la Familia Imperial. 
 

Era un problema realmente grave.

Los Nueve Cielos se desmoronaban poco a poco.

La vida se moría, sin posibilidad de volver a reencarnar y no nacía nada, absolutamente nada. 
Todos los dioses estaban desesperados pues al no tener devotos fieles perdían poder en enormes cantidades.

Si las cosas seguían así, el maravilloso mundo que habían creado los primeros Dioses de la Destrucción y la Creación se iría a pique sin remedio.

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Ella, gracias a su amistad con Selene, la Diosa de la Luna, había logrado comprender que la realidad no era como se la había pintado todo el mundo.

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Los Nueve Cielos, eran un nido de víboras que eran capaces de destrozarse entre sí con tal de conseguir sus propósitos y la primera serpiente venenosa era su gobernante.

Aquel codicioso Emperador mandó asesinar a Destrucción y Creación creyendo que sin ellos podria mantener su poder y autoridad intactos.

Y le había funcionado, al menos durante unos cuantos siglos.

Pero años después, finalmente se dio cuenta de su error al ver que no aparecían nuevas reencarnaciones de ellos.

Estaban perdidos.

Esos dioses eran los que mantenían el equilibrio del universo por lo que sin ellos todo comenzaría a romperse.

Las únicas deidades que sabían del incidente estaban constantemente bajo la supervisión de sus guardias y no podían revelarle al mundo la verdad, de manera que, nadie sabría que la grave crisis que atravesaban los celestiales era por culpa de aquel inepto gobernante.

Y ahora, para colmo, era el Príncipe Heredero quién tenía que buscar una solución pues su padre le había pasado todo aquel marrón.

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A ella, le dolía la indiferencia que él mostraba, preocupado, tratando de buscar una alternativa al el Infierno, lugar que no iba a encontrar.

Y esque, el Infierno, aquella tierra donde se habían exiliado Creación y Destrucción, estaba llena de prosperidad, paz y riqueza.

Allí nada se marchitaba, el cultivo crecía abundantemente y los animales, bestias mágicas y el alimento no escaseaban.

Esa tierra estaba bendecida, el nacimiento era posible al igual que el proceso de la reencarnación.

Tras la muerte de Destrucción, la última reina, nadie había gobernado el Infierno y eso, era una oportunidad.

Quería hacerse con ese territorio para salvar Los Nueve Cielos, pero este, tras el exilio estaba oculto y fuertemente defendido.

Se decía que la puerta estaba bien escondida y que muy pocas personas conocían el camino de acceso.

Y por más que el Príncipe hubiera buscado duramente, no encontró nada.

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Su esposo no iba a tomar ese territorio pacíficamente si lo llegaban a hallar.

La joven, pensaba que si había una guerra en aquel momento, los dioses perderían y creía que estos tenían que dar gracias ya que al parecer los propios pobladores del Infierno no querían conquistar Los Nueve Cielos.

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Ella solamente era una diosa menor que había huido de casa para meterse en la boca del lobo.

Su vida ideal, no existía y su esposo, que estaba susceptible e irritable y no tenía tiempo para sus tonterías.

Bobadas como protestas en las que ella le hablaba de la maldad de las demás mujeres del Harén con las que tenía que compartirlo de mala gana.

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Su cabello cobrizo se meció con el suave viento, cuando las aguas se removieron con fuerza y ella notó la presencia de una barrera espiritual que aislaba la zona del lago del resto del palacio.

De aquel hermoso estanque salió una serpiente de escamas blancas y ojos morados, alguien a quien ella conocía muy bien, seguida de Belcebú, aquel chico gordito y saltarín.

La burbuja mágica, estaba tan bien hecha que ni siquiera fue sentida en el palacio.

Nadie notó la intrusión de aquellos dos que ahora, se habían colado para rescatarla a ella y llevarla de nuevo a casa, a su hogar.

La joven saltó de alegría y abrazó a Belcebú mientras la pequeña serpiente se enrollaba alrededor de su cuello cariñosamente. 

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Ambos habían recibido una terrible castigo de Amón, el hermano mayor y el que peor genio tenía por lo que estaban algo golpeados.

Tras una exhaustiva investigación y el uso de poderosos hechizos para crear las matrices necesarias para poder entrar en aquel protegido palacio, Belcebú y Leviatán habían acudido para llevársela solucionando así el tremendo error que habían cometido.

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Los dos llevaban un rato mandiciendo al Principe Heredero mientras esperaban que aquellas desgraciadas que habían agraviado a su pequeña desaparecieran de su vista.

Y a ambos, les había hervido la sangre tanto tras ver el maltrato que tenían que pensar si cuando llegasen al Infierno, destruirían de golpe aquel maldito terreno lleno de rameras o simplemente las matarían con tortura incluida.

El Infierno debía cobrarse una deuda grandísima con aquellos reales cabrones.

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Cuando Amón se enteró de que Belcebú y Leviatán habían dejado entrar a un miembro Imperial traidor que se había llevado a la joven, la sangre le hirvió tanto que estuvo a punto de iniciar una guerra contra las deidades, pero tuvo que detenerse por las lógicas de Lucifer.

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Levi se había convertido en una serpiente con la espectativa de coger y saltar sobre alguna de esas fulanas para morder y destrozar sus odiosas caras, pero Belcebú, por suerte había logrado frenarlo de puro milagro.

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Tras el abrazo y el reencuentro feliz, ella se había sentado de nuevo narrándoles a sus hermanos lo que había sucedido, algo que ya sabían pero que aún así logró cabrearles más.

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Levi, se sentía agraviado como nunca.

Las razones eran:

Esa estúpida concubina se había atrevido a llamarla "Diosa Menor", a ella, a la hija de dos "Dioses Fundamentales".




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