Lincoln || Una batalla contra el corazón || Disolutos I

I

BERIT

 

(Londres – Inglaterra)

Finales de septiembre de 1807…

 

Llevaba demasiado tiempo meditándolo.

Años posponiendo el tema que la tenía en esa encrucijada, evadiendo hasta a su propio padre para no hacerle frente a la situación, pero ahí se hallaba, bajando del barco que acababa de atracar en tierras no tan desconocidas, pero esa vez para afrontar su destino.

No podia continuar ignorando sus obligaciones, tenía que afrontar las consecuencias de hacerse mayor y tener un peso enorme sobre sus espaldas que se adjudicó en el momento en que accedió a tal disparate.

Siempre se negó, pero fue débil y ahora no podia simplemente deshacerlo cuando se manifestaba como imposible.

¿Por qué?

Era lo que siempre se preguntaba al ser tan cobarde para auto darse la respuesta, porque Lady Berit Habsburg-Lothringen, Princesa de Alemania, no encontraba la forma de solucionar sus inconvenientes sin tener que inmiscuir a más seres que no tenían la culpa de las que ni siquiera fueron sus decisiones.

Ya suficiente tenía al aliarse con la déspota y caprichosa Lady Aurora Harris, que conociéndola en su excursión por América entendía la manera de desenvolverse para conseguir lo que quería, inmiscuyendo al Conde de Albemarle para que llevase a cabo lo que ella había pactado, sabiendo de antemano que le estaba haciendo daño a su orgullo, ya que fue el mismo que en su tiempo la rechazó, porque ni su título de princesa le daba lo que tanto buscaba en una mujer.

Por los menos, ni bien cumplió lo que los hizo viajar juntos a Alemania tomaron caminos diferentes, pese a que terminarían en el miso sitio con el tiempo.

Se pasó las manos por la cara, consiguiendo que de esa manera el grito de impotencia quedase amortiguado.

Ni siquiera quería bajar de la embarcación, aunque lo estaba haciendo como autómata, al no tener otra opción.

Inglaterra no era un lugar que quisiese habitar, aunque no le desagradaba en lo absoluto, solo…

Antes de poder continuar con su hilo de lamentaciones, la doncella, que hacía las veces de carabina, al ser una baronesa viuda de edad avanzada y sin hijos, llamó su atención con un carraspeo, y un sutil toque en su hombro para que volviese de ese mundo, que últimamente era su lugar menos favorito y más asiduo.

Miro de reojo a la señora Fischer, sin comprender su llamado de atención hasta que apreció como un cuerpo le tapaba de los rayos matinales, absorbiéndola con su imponente sombra.

Tragó grueso cuando atinó a examinar quien le estaba bloqueando el paso, quedándose muda al distinguirlo por fin de cerca.

 Siendo inconfundible su altura predomínate, con cuerpo atlético, y aura avasallante, el traje que le sentaba como un guante, su rostro maduro con una barba cana perfectamente cortada, las facciones masculinas, los ojos verdes, y el cabello castaño en combinación al tenerlo medianamente plagado de canas que le sumaban atractivo.

—Alteza —hizo una fina reverencia para recibirles —. Espero haya sido agradable el viaje —quería reírse para no llorar.

Fueron de los peores días de su vida, y sus ojeras moradas en contraste con su rostro pálido, que estaba ignorado se lo revelaban ahorrándose la perorata, pero era lo suficiente caballero para no mencionarlo.

—Gracias por el interés, y tomarse el trabajo de venir a recibirme Excelencia.

—Algo insignificante, teniendo en cuenta que es la futura madre de mis nietos —se ahogó con su propia saliva, tosiendo compulsivamente.

La auxilió dándole golpecitos en la espalda, con una sonrisa de boca cerrada, mientras la señora Fischer le daba aire con el abanico que cargaba.

No respondió ante sus palabras de provocación, solo movió la cabeza en forma de agradecimiento, mientras retomaba la marcha en medio del tumulto de personas en el puerto que estaban desembarcando y abordando, hasta llegar al carruaje con el blasonado de oro que portaba el escudo del ducado de New Castle Upon – Tyne.

Sus baúles y la señora Fischer fueron subidos a otro vehículo, mientras ella compartía uno con su Excelencia, que los primeros minutos de viaje se dedicó a mirarla sin mediar palabra, consiguiendo que se removiera en su asiento incomoda por no saber cómo si quiera abordar el tema.

Era una situación delicada.

Tenía todo para formar una guerra entre Alemania e Inglaterra, y lo único que podía hacer era temblar levemente mientras el sudor recorría su frente, siendo antinatural cuando estaban en pleno apogeo el otoño, y el aire frio se colaba por las paredes de carruaje.

Trató de romper el silencio.

Boqueó como un pez, pero ni eso pudo hacer salir de su boca algo decente, porque la voz se le había extinguido.

—No hablaré de fechas con usted, Lady Habsburg, porque la persona con la que ve a tratar no es la más llevadera de todas, pese a su temperamento amistoso y pícaro la mayor parte del tiempo, pero podemos llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes, si cumple mis expectativas —lo miró sin comprender a lo que se refería —. Solo intente llegar a él, hacer que solo piense en usted sin importar de qué manera, y le aseguro que todo lo que desea se hará realidad —palideció por el tono que dijo la última frase, abarcando hasta sus más oscuros secretos —. Su padre se tomó el trabajo de explicarme la situación antes de que Albemarle me abordara haciendo de celestina, y por eso he visto la oportunidad de ayudarnos, y no la pienso desaprovechar.




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