Lincoln || Una batalla contra el corazón || Disolutos I

III

Por fa, leer la nota al final del cap.

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BERIT

La situación que estaba viviendo no tenía ni pies ni cabeza.

Eso era una mala idea por donde se le viera.

Entendía que darse golpes de pecho no arreglaba el asunto, pero de alguna manera la distraía de la mirada acusatoria de Lord Lincoln, y la ilegible de Lord Portland, mientras se metía un trozo de panecillo a la boca.

La habían invitado a desayunar por segunda vez, puesto que antes de salir de compras ingirió un alimento decente, pero no lo despreció, pues cuando estaba bajo presión su refugio era la comida, por eso no era una Princesa convencional, ya que su aspecto resaltaba lo saludable que se encontraba.

Llena de curvas por donde se le observase.

Se limpió la boca con la servilleta de tela, sintiendo que estaba a punto de explotar por la ingesta insana de alimento, pero no podía parar, el tema que querían sonsacarle era por mucho el más crucial.

Por qué no podía ser coincidencia que la quisiesen interrogar con respecto a su primo, cuando estaban en ese lugar solo por un único objetivo.

Que ella alcanzase el éxito en la misión que se le encomendó, y que ni siquiera había empezado a llevar a cabo, aunque eso no era lo que parecía en el bosque colindante con el Serpentine, cuando estaban tan cerca, que, si no los hubiesen interrumpido, otra seria la historia.

El pecho le dolía de solo recordar las palabras que le había dicho de una manera tan sincera, que la hizo sentir como la peor escoria que hubo pisado la tierra.

Le iba a arrebatar su sueño de tener un amor por la eternidad, de casarse con una mujer que le pudiese corresponder sin esconderle la mitad de sus intenciones.

¿En dónde estaba el punto positivo en todo aquello?

¿En dónde podía verse beneficiado según el padre de este, cuando claramente le rompería el corazón en el momento que se enterara de las razones por las que no se rendía?

Sabía que estaba ambicionando algo que no se merecía, pero existía la posibilidad, aunque no cumpliera sus expectativas.

Quería decirle la verdad, pero no podía.

Era imposible revelarle cualquier cosa cuando lo ponía en riesgo.

¿Se estaba preocupando por un desconocido?

—Espero los alimentos estuviesen de su agrado —inquirió Lord Portland, analizando su plato vacío, mientras procedía a degustar una taza de té, sacándola de sus cavilaciones, recordándole que estaba actuando como autómata.

Antes de que pudiese responder, el otro caballero bufó con aire divertido mirando su bandeja limpia.

—Casi se come las rosas que están pintadas en la porcelana —se mofó de su manera de comer, consiguiendo que el rubor le trepase a las mejillas, y le esquivara la mirada con culpabilidad por no poderse controlar —¡Auchssss! —espetó segundos después mirando al Conde de ojos violetas con ganas de asesinarlo.

—Lamento mis modales con respecto a... —trató de excusarse, pero Lord Portland negó.

—Usted estuvo perfecta, Alteza.

—Berit —soltó tras un carraspeo —. Me gustaría que llamase por mi nombre —parecía en desacuerdo, pero antes de que negara siguió hablando —. No suelo ser presuntuosa con respecto a títulos, y posiciones cuando siempre he pensado que los seres humanos debemos ser tratados por igual, y nadie es inferior a mí, mucho menos usted —escuchó de nueva cuenta bufar al que tenía que convencer para que la escogiera, y también quejarse de dolor.

—A este paso me vas a destrozar la espinilla —se quejó mirando a su amigo, que se reacomodó en la silla posando los codos en la mesa que estaban compartiendo en uno de los clubes más sofisticados de la zona, que no les negaban la entrada a las damas, sin siquiera dedicarle una mirada.

Al parecer solo pisándolo en respuesta, porque siseó formando una sonrisa tensa en los labios cuando pasaron unos caballeros y lo saludaron con una sutil inclinación.

—Dispensé los modales del prototipo de caballero que tiene en frente, Berit —eso sonó a tentación, y no precisamente hacia ella —, y también a mí por ponerla en este predicamento, cuando tendrá asuntos más importantes que atender con respecto a su próxima puesta en largo, pero me es ind...

—¿Conoce a los Mackenzie? —Berwin cortó la perorata de su amigo yendo al punto, mientras rodaba los ojos fastidiado, recostándose en el respaldar de la silla cruzándose de brazos, mirándola de manera acusatoria —. Son amigos íntimos del Conde de Luxemburgo.

¿Cómo olvidarlos?

No solo su belleza, y atractivo varonil destacaba en ellos, si no sus fuertes temperamentos.

Castaños de ojos azules.

Altos, atléticos, con un aura poderosa, en especial el mayor, y Duque de Hamilton, Armstrong, siendo el más serio por mucho a la par de distante, educado, pese a lo despectivo con respecto a muchos de sus pensamientos, en donde la mujer no podía ser más que un florero.

En cuanto al menor, Makolm, pese al gran parecido físico con su hermano, hasta en la contextura atlética, y su rostro inexpresivo, su humor negro salía a relucir, lanzando comentarios mordaces, sin dejar de ser empáticos y educados, todo lo que no era su pariente.

Hasta en el pensamiento liberal, cuando una de sus visitas coincidió con la lucha que tuvo con su primo y hermano, en la cual venció.

Aplaudiéndola por sus habilidades, mientras el Duque escoces, solo negaba en desaprobación cruzado de brazos.

...

Se tomó su tiempo en responder y analizar la pregunta.

Se aclaró la garganta, mientras notaba el tono despectivo con el que pronunciaba el título de su primo, incluido con el de los hermanos por los que estaban preguntando, pero no estaba para enfocarse en eso, cuando el tema principal era porque conocían a su pariente y preguntaba por sus amigos.

—En efecto —aceptó al no encontrar una opción valida para esquivar la pregunta —. Antes de mi fuga a América estuvieron en Alemania, y tuve el placer de verlos.




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