Lincoln || Una batalla contra el corazón || Disolutos I

XV

Hola mis amores.

Antes que nada quiero desearles a todas las mamás que me leen un feliz día de las madres.

En mi país hoy lo celebramos, cuando no hay necesidad de una fecha para ser consientes que los seres que nos trajeron al mundo siempre deberían de ser celebrados.

Por eso, quiero recalcar nuestra labor, porque madre solo hay una y muchas veces no es la que solo engendra, si no también la que cría.

Valorémoslas, porque aunque deberían, no son eternas.

Sin mas que añadir, espero que les guste el capitulo, porque falta poco para que termine la historia.

Besos.

Les ama.

Jen <3

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BERWIN

Definitivamente tenía unos pensamientos prohibidos.

Las corazonadas de las que hablaba su madre, y habia experimentado ni bien abrió los ojos antes de que amaneciese, estaban malditas.

Porque eso solo podia explicar lo que estaba pasando en esos momentos, cuando días antes dejó su corazón al desnudo, recibiendo reciprocidad en la medida de lo posible, y con esta unos días estupendos, para después estar viviendo ese acontecimiento, que no debía afectarlo, pero ahí estaba, sintiendo como sus esperanzas se hacían añicos, dejando su corazón a duras penas palpitando.

Aunque pensándolo de manera objetiva, sin enfocarse solo en su sentir, era obvio que las cosas fuesen mal para todos esa noche.

Sin embargo, parecían que todas las maldiciones se las habían juntado para obsequiárselas en noche buena.

No era un santo, pero sabía que no se merecía ser el menos favorito del creador.

Ni mucho menos el recadero, cuando según las historias que en su tiempo de ocio leía, este siempre era el primero en pasar a mejor vida.

Pero, ahí se hallaba.

Siguiendo el plan trazado de los Duques de Beaumont por cotilla.

Por ser una persona bondadosa, que, sin preguntar, brinda una mano amiga.

Desatendiendo por unos instantes su propio conflicto, donde Berit pasó de su estampa al completo solo para pasar con su amado pariente y el Duque de Buccleuch, que de su inconveniente ni hablar, porque según fuentes cercanas, ósea Lady Chatty, la dama se habia esfumado de Londres, pese a que su tía seguía siendo amante del Vizconde de Portman.

Y se hubiese interesado un poco más por los detalles, si no estuviese con la cabeza en el pasillo en el que se escabulló su prometida con la mujer de Albemarle, porque Lady Aurora Harris nunca tendría pinta de amante, cuando se trataban como si pertenecieran mutuamente, aunque no estuviesen casados.

Por eso, tras hacer su labor, dejó de perder el tiempo, y salió en búsqueda de las rubias, sintiendo como era perseguido, no dándole importancia porque lo único que interesaba era saber lo que se traían entre manos esas dos damas.

Olvidándose de Albemarle, que, claramente era el que lo perseguía, y Lady Harris para enfocarse en la mujer que estaba prendiéndose de la pared como si ese fuese su único soporte para no desfallecer, ni bien dio con su paradero.

Con una carta en la mano, tan perdida en el contenido de esta, que no notó en qué momento se le acercó, ni mucho menos reaccionó cuando se la arrebató de las manos para comprender que la tenía en ese estado.

Quedando de piedra con lo que halló, y no precisamente con lo de la noticia de que su prometida estaba casada, porque eso ya lo sabía.

Era crédulo, pero no imbécil, y por eso, desde que la conoció siempre quiso alejarle sin éxito, cosa que explicaba él porque era de alguna manera receloso al hablar de está, y cuando Londonderry se lo preguntó ni bien el escandaló estalló, simplemente no pudo responderle.

Viniendo a su mente la nota que el rubio de ojos color tormenta, que llegaba a la escena le facilitó, sin entender el motivo, pese a que lo conocía por ser el protegido del antiguo conde de Warrington.

Hans.

«—Dudo mucho que Harris te halla mandado a asesinarme, porque no congeniamos, pero estamos lejos de manejarnos en el mismo circulo —espetó ni bien se lo topó en una de las habitaciones del Brooks, cuando se dedicaba a que desapareciera de su mente la imposición del Rey, siendo el nuevo capricho de su padre.

Porque para joderlo si se podían poner de acuerdo.

Ahí si no existían los desacuerdos políticos.

—Me chocaría su hilarante personalidad, si no me conviniera sobrellevar esta conversación con una persona tan básica —enarcó una ceja al observar cómo caminaba por la estancia con un cuchillo en las manos sacándose la mugre inexistente de sus claramente pulcras uñas, porque solo viéndolo era la personificación de la perfección, y no lo decía por su físico, que de por si era llamativo con su cabello rubio peinado a la perfección, sus ojos de un gélido color gris, y sus facciones perfiladas, si no por la manera en que llevaba las ropas.

De la más fina tela, a medida, y sin ninguna arruga.

Hasta las botas le brillaban por la suela.




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