Lincoln || Una batalla contra el corazón || Disolutos I

NUNCA HA SIDO LIBRE LA PRINCESA FUGITIVA

SOLO LE AFLOJARON LAS CADENAS, QUE APARENTEMENTE DEBEN SER ETERNAS

 

Pasado…

(Berlín-Alemania)

Palacio de Bellevue.

Finales de agosto de 1802…

 

¿Por qué todo parecía tan irreal?

¿Por qué no se podia mover o gritar?

No estaba siendo detenida por nadie.

Se veía de cuerpo presente en la escena, pero sentía que su alma no estaba dentro de su entidad, y se apreciaba lo bastante lejos para poder evitarlo, y de igual manera algo la hacía advertirse prisionera, mirándose fijamente por un interminable momento, como se tapaba el rostro con las manos sin querer reparar en lo que estaba aconteciendo.

La vista la tenia nublada con luces titilantes, y cuando quiso intentar moverse para llegar hasta su cuerpo para que reaccionase, y hacer algo por la rubia de ojos boreales, sintió las manos llenas de sangre.

Arrodillada a uno de los costados del cadáver de Federico, que, por su culpa estaba muerto.

Trató de tocar su rostro con las manos temblorosas, pero este estaba hecho un borrón, aterrorizándole, y antes de que pudiese gritar de la impresión e impotencia, sin saber cómo, ya se hallaba en la silla, al lado de Susan, una de las chicas que conoció en su estancia en el Averno.

Tan masacrada, y rogando por no ser ayudada, sintiendo un impulso de tomarle la mano para que de alguna manera advirtiese que no estaba sola, como lo hizo con la que se hacía llamar Bella, apenas descubriendo que era Aurora Harris, sin embargo, la escena de un desmembramiento ocupó todos sus sentidos, en especial, sus tímpanos.

Pues, al cerrar los ojos, lo único que escuchaba por encima de los alaridos de dolor de la víctima, era la voz de la rubia de ojos boreales llena de súplica hacia ese ser maligno de facciones hermosas y angelicales que sonreía de forma maniaca.

Ese que se carcajeaba disfrutando del escarmiento que le estaba dando a la que osó abandonarlo.

Consiguiendo que quisiese correr con una desesperación que le acortaba la respiración, y le aceleraba los latidos del corazón hasta sentirlos en los tímpanos.

Cayendo en una oscuridad absoluta.

Sin siquiera un punto de luz que le mostrase el camino a seguir.

—¡Berit! —sentía como el pecho se le comprimía, boqueando sin hallar el oxigeno necesario para continuar, mientras las lágrimas empapaban sus mejillas —. Es solo un sueño, kleines Mädchen[jg1]  —no.

Era tan real, que sencillamente, esta vez quería regresar al lugar del que nunca debió salir.

—¡Mutter![jg2]  —llamó a la única persona que la abrazaba en los momentos difíciles antes de partir de ese mundo.

Era la mujer más dulce que conocía, y la necesitaba como nada, mientras se revolvía en las penumbras inútilmente porque sentía que caía de manera irrefrenable en un pozo sin salida —¡Mutter! —le llamó con más sentimiento, desgarrándose la garganta en el proceso —. Vater[jg3]  no me quiere cuidar —nunca lo habia hecho —. Vergib mir Vater[jg4] .

—Despierta, Liebling[jg5]  —sintió que la sacudían, y con la zarandeada el aire regresaba a sus pulmones de un tirón en forma de sollozo, acompañado de una tos aferrándose a los brazos que la acunaban negándose a ratificar que seguía en esa pesadilla, porque eso no podia ser real —. Ya, prinzessin[jg6] . Estás en el lugar que perteneces —al distinguir el tono de voz se puso alerta, consiguiendo que con brusquedad se deshiciese de los brazos de la persona que la estaba consolando, abriendo los ojos de golpe, topándose de lleno con la claridad y los ojos azules del padre ausente, que necesitaba, pero no quería a su lado.

Mirando para todos lados, topándose de lleno con los ojos de su institutriz, la señora Fisher, que se mordía el labio, negando cuando extendió los brazos hacia ella y no la dejaron avanzar.

Era lo más cercano que tenía a una madre, y le estaban negando su consuelo.

» Tenemos que hablar —la voz plana y rotunda de su padre la hizo envarar.

De igual manera, negó retrocediendo hasta que la espalda chocó con la cabecera de la cama.

» Se que esto es difícil, pero tenemos que tratarlo a la brevedad.

—Majestad, sé que tiene razón, pero… —trató de interceder por ella la señora Fisher, pero su padre la silenció con una mirada de soslayo.

—Ha pasado un mes desde lo ocurrido, y es hora de que vayas superándolo, porque no te podemos esperar por más tiempo —¿Qué?

Ni siquiera se habia tomado el trabajo de averiguar cómo se sentía con todo aquello.

La habia esperado, pero por la sugerencia del médico de palacio.




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