Lincoln || Una batalla contra el corazón || Disolutos I

XVII

BERIT

Abril de 1808...

«—El Cielo puede resultar abrumadoramente infinito —soltó la persona a su costado, que no debería estar ahí, teniendo en cuenta que el novio no podia verla antes de la unión, pero eso no le importaba, y a ella tampoco, pues lo único que le daba paz era su presencia, en especial mirar esos ojos avellana brillando en su dirección, mientras le sonreía como si fuese la cosa más maravillosa que existiese en la tierra.

—Si quiera comprender porque ha sido creado es igual de tormentoso que intuir el transformado de los sentimientos —acotó con un suspiro entrecortado, tratando de que la bata que a duras penas le cubría la ropa de cama hiciese la labor de abrigarle, agradeciendo que el invierno fuese cosa del pasado, y que la primavera los estuviese sobrecogiendo.

—Son incontrolables y nulamente manejables, porque la cuestión no es de querer, si no que estos andan por libre sin considerar lo que el cerebro prefiere —su cuerpo fue girado con sutileza hasta que su rostro quedó enfrentado al completo con el del hombre que dentro de unas horas seria su esposo.

Sonriendo abiertamente mientras enrollaba los brazos en su cintura, y metía el rostro en la curvatura de su cuello aspirando su varonil aroma.

—Mi cerebro implora por el constante movimiento, por correr y no mirar atrás, porque me ponga de primero, ignorando todo lo que anhelo —confesó con un nudo en la garganta al no tener la intención de siquiera pretender mentirle.

—¿Y tu corazón? —escuchó el tono ahogado que implementó, consiguiendo que despegase la cara del área que la sobrecogía para que sus ojos volviesen a conectar.

—Está aquí contigo, Berwin —declaró con las mejillas arreboladas ante la contundencia de sus palabras —. Por eso, he desechado las suplicas de mi cerebro, porque, aunque suene egoísta, y no te lo merezcas, eres lo único que realmente he querido en mi vida, y por eso, no puedo simplemente marcharme —aunque esos deseos estén ligados con las conveniencias de su padre.

Esas en las que ni siquiera habia pensado, aunque parte de sus meditaciones estaban dedicadas a un príncipe de Prusia que también era su marido.

Ese que habia asestado el primer golpe, y se quedó en una calma tétrica hasta el punto de hacer que las pesadillas volvieran, pese al alivio de su alma porque estuviese con vida, cuando no soportaba la idea de ser la culpable de una muerte.

—No eres la única egoísta, porque sin importar que me lleve a mi propia familia por delante, te quiero a mi lado —amortiguó un jadeo de su garganta cuando le confeso aquello.

—Pero, al lado de ellos no soy nadie —trató de retirarse, de poner una distancia que él no permitió, porque la tomó con una de sus manos por la cintura y la otra en la nuca, provocando que sus alientos chocasen.

—Eres lo más importante desde el momento en el que te consideré uno de ellos —ahora si jadeó ante la contundencia de las palabras.

La pasión desbordante con la que proclamaba aquello sin ningún tipo de titubeo.

» Y yo por mi familia haría cualquier cosa para conservarlos, Berit —se relamió los labios hipnotizada con su boca —. Por eso mismo te necesito a mi lado, porque para mí la base de la victoria comienza desde el alma, y si estoy completo, vencer y prevalecer es solo cuestión de tiempo —tras esa declaración, como otras tantas a lo largo de esos meses se quedó sin habla, sin aire, con el cuerpo tiritando por las sensaciones.

Todo en conjunto convirtiéndose en una mezcla abrumadora de anhelos que con él estaba descubriendo, porque Berwin Spinster era un hermoso ser de los que no tenía idea que podían existir.

Siendo la mezcla perfecta entre la fuerza bruta, el carisma innato, y el corazón bondadoso que no sabía que existiese en ese mundo.

Su belleza siendo el complemento ideal para esa gracia que llegaba al alma, convirtiéndolo en un ser pasional, y sentimental.

La mezcla idónea para que le hiciese temblar las piernas por la sensación que se arremolinaba en su abdomen, bajando hasta sus partes íntimas, que inconscientemente comenzaban a humedecerse al rememorar la manera devota en cómo fueron atendidas hasta el punto de dejarla sin ideas.

Y para culminar con su exposición le dio un beso que la hizo jadear sobre sus labios, mientras su cuerpo perdía fuerza y era sostenida para no caer por los brazos fuertes del hombre que se estaba convirtiendo en su única realidad.

La única que quería como constante en su existencia, sin importar lo incierta que esta fuera.

—Prométeme que aparecerás —dijo en tono ronco suplicante sobre sus labios —. Que no dejarás que tu mente actúe, si no que darás más importancia a tu corazón, porque ese es con el único que puedo congeniar —respiraba de manera acelerada sin saber que responder ante eso —¿Irás? —insistió —. Necesito escucharte decir que lo harás. Que me dejarás tomar partido, y protegerte, porque si me quieres en tu vida, es porque admitirás que tome tus asuntos como míos —tragó grueso —. Pues de mañana y para siempre serás Berit Spinster, la persona más importante de mi existencia.

Cerró los ojos con fuerza rindiéndose a sus palabras.

Sin dudar, aunque lo que de verdad debería es salir corriendo, porque aún estaba a tiempo de alejarse.

No obstante, él la quería en su mundo, y por ende ella se veía con la necesidad y el sentir codicioso de estar a su altura.

Respiró profundamente, y volvió a abrir los parpados, subiendo las manos hasta sus mejillas, regalándole la sonrisa más nerviosa, y desencajada que portaba, pero le estaba temblando el cuerpo, y era lo único que podia mostrar en esos momentos que fuese genuino.




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