Lincoln || Una batalla contra el corazón || Disolutos I

XVIII

BERWIN

Catedral de San pablo de Londres…

La iglesia estaba gloriosamente preparada.

Los asientos finamente decorados con las rosas favoritas de la novia.

Amenizando el ambiente se hallaba los mismos músicos que asistían a las veladas de su Majestad.

Su familia y amigos se ubicaban en primera fila, al igual que los de la novia.

Y claramente Berwin Spinster estaba nervioso, porque iba a dar el paso más importante de su vida, por las razones que siempre deseó, sin embargo, ese no era el motivo por el cual se hallaba a punto de sufrir un ataque al corazón.

La espera se le estaba haciendo agónica, y la novia llevaba alrededor de una hora de retraso.

Ya los asistentes le estaban comenzando a ver con burla, y lastima, y su madre intentaba calmarlo sin éxito al rehuirle, pero no era el momento de querer consolarle con palabras alentadoras cuando no sabía por lo que estaba pasando en esos momentos.

Y no lo decía solo por lo que no apareciese Berit, o porque estuviese hasta el hijo del Rey de Inglaterra presente como invitado especial, ni mucho menos por sus futuras cuñadas y cuñado, que se ubicaban esperando que su pariente cruzase por esa bendita puerta.

Lo que lo tenía jalándose el pañuelo que le estaba cortando el flujo del aire y con la frente perlada en sudor era la promesa, que, claramente, al paso que iban no pensaba cumplir.

No tenía nada que ocultarle.

La habia aceptado con todo lo que aquello acarreaba.

¿Entonces cuál era el motivo de la demora?

Sus inseguridades salieron a flote y estaba pensando seriamente en mandar todo al carajo para ir a buscarle, y que le dijese a la cara que las agallas que le había demostrado solo eran una bonita mascara que duró poco menos que un suspiro.

Es que ni siquiera el imbécil de Luxemburgo se ubicaba en su campo de visión.

El amigo de este no daba respuesta alguna, al igual que su madre y hermanas, como su padre que hace poco había hecho arribo.

Algo sospechoso que no se le pasó por alto, pero preguntarle era una pérdida de tiempo.

Pudo haberse acercado a las hermanas de su prometida, pero estas estaban con sus respectivos maridos, y ni hablar del futuro esperador de Alemania, que pasaba de todos de una manera magistral, siendo igual de insufrible que su pariente.

Las opciones eran nulas.

Quería arrancarse el cabello, y un trago.

Deseaba con todas sus fuerzas golpear algo.

—Vendrá, hermano —esa fue la voz dulce de Kirstin, que obligó a que despegase la mirada de la entrada para enfocarse en sus inigualables ojos verdes heredados de una muñeca de porcelana, recordando que también se habia retrasado.

Le regaló una sonrisa de boca cerrada tan sincera que logró calmarle un poco los bríos, pues pese a ser mandada seguramente por su madre, por lo menos no era entrometida como Maeve o Irma, y lo que le brindaría seria confort y no azoramiento en un momento como ese.

» Eres el hombre perfecto para cualquier dama. Un príncipe de cuento, y es lo bastante inteligente para no dejarte pasar —eso logró arrancarle una sonrisa irónica de los labios, recordando que estaba en lo alto del estrado esperando como un imbécil su arribo.

Como el mayor de todos.

El bufón crédulo para Inglaterra, que lo apreciaba como un ser en extremo manejable e inocente pese a su título, y carácter que demostraba aparte del afable.

—¿Y si decide que no soy suficiente? ¿Qué la perfección está sobrevalorada? —preguntó en un tono ronco al carraspear para que su voz no saliese afectada pese a que sentía que sus ojos picaban.

La sonrisa de su hermana se agrandó hasta mostrar sus inmaculados dientes.

Iluminándole el rostro de una manera que cortaba el aliento.

No recordando lo que se sentía verle de esa manera, cuando hace mucho dejó de sonreír de forma tan abierta.

—¿Cuándo te darás cuenta, Berwin, que el rechazo que has recibido no es porque no fueses lo suficiente? —lo habia dicho de una manera tan bonita que le cortó el aliento.

Era su hermana más centrada.

La que nunca tenía un comentario fuera de lugar, ni una palabra diferente que no fuese para alentar.

—¿Entonces por qué? —también era la más sincera, con el tacto propio de una reina, y por eso era la indicada para preguntarle la duda que había estado rondando por su mente en todos esos años.

El hecho de ser rechazado claramente lo marcó.

Seguía afectándolo, inclusive, porque le decían que era demasiado bueno, pero, al parecer no lo suficiente porque siempre lo rechazaban pese a ser uno de los más apetecidos de Inglaterra.

—El problema siempre fueron ellas —arrugó el ceño ante sus palabras —. Simplemente no supieron cómo lidiar con todo lo que tenías para dar, cuando no eran capaces de comprometerse a resguardar un corazón tan entregado como el tuyo, pues eres demasiado hasta para tu propia familia, y… —no siguió porque una lágrima rebelde bajó por su mejilla, haciéndola parpadear con presteza para regresar a su postura del ser perfecto y calmo que representaba en su familia.




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