Lincoln || Una batalla contra el corazón || Disolutos I

XIX

BERWIN

—Primero que nada, están hablando con la futura reina consorte de Prusia —mierda.

Escucharlo de sus labios era como un golpe directo en la entrepierna.

» Mi esposo, aparte del aquí presente, sigue vivo, y en estos momentos soy un títere de mi padre porque quiere deshacerse de el a como dé lugar —en algún momento tendría al dichoso emperador de frente para hacerle entender la manera correcta de como tratar a una mujer.

Su mujer.

Presupuestó que le tenía un regalo de bienvenida y por eso no se apareció.

—Fue dado por muerto tras un viaje que realizó por el lejano oriente —ese fue Portland.

—¿Ha escuchado el popular dicho de: «Hierva mala, nunca muere», milord?

—Es un asunto que no nos compete —cortó Londonderry, siendo lo suficiente sensato para no mostrarse morboso ante semejante cotilleo.

—No se los estaría revelando si no les interesara.

—En eso tiene razón —secundó Rothesay —. En estos momentos el futuro de Inglaterra está en las manos de una princesita insensata.

—¡Rothesay! —dijo en tono de advertencia, siendo la primera vez que abría la boca después de un largo rato, dejando que la rubia manejase la situación como le conviniera.

—¿Sabías la verdad y aun asi te casaste? —resopló este al no ver sorpresa en su rostro —¿Tienes mierda en la cabeza? El matrimonio es nulo —de ninguna manera.

—Si piensas deducir en vez de escuchar, será mejor que te largues, cabrón —su humor chispeante se habia esfumado y solo quedaba un muy enojado con el mundo Berwin Spinster, que si lo presionaban demasiado pensaría seriamente en cargarse a su padre, por ser un completo hijo de puta.

No le apasionaba ser Duque aún, pero se sacrificaría con tal de ya no ver su estampa.

Consolaría a su madre y hermanas, después de todo, desde hace mucho su imagen era más presente que la de su padre en sus vidas, al Duque solo tener vida para la política y las desavenencias con el Rey, fraguando planes con el vicioso de Prini.

Y de Rothesay, ni hablar, porque estaba haciendo méritos para meterle un puñetazo por comportarse como un imbécil, cuando esa princesita era su esposa, y si se ponían a ver tenía más rango en la sociedad siendo de otro país que él.

Seguía siendo un misógino de mierda.

Ángeles MacGregor no lo había cambiado, solo le enseñó a comportarse con ella si quería conservarla a su lado.

—No pienses que me voy a quedar callado, dejando que esta mujercita haga lo que quiera con nosotros, solo porque estás pensando con la entrepierna, y eso no te deja ver más allá de tus narices —que dudara de sus capacidades era una cosa.

Que se creyera superior y más listo, podria lidiar con eso, pero habia desarrollado un instinto de protección hacia Berit, que simplemente escuchar que seguiría hablando de ella de una manera tan despectiva lo llevó al tope de lo que podia soportar.

Por eso, se abalanzó sobre él, soltando a Berit en el proceso, dándole un puñetazo en la mandíbula, que, claramente no se esperaba al ser el más pacífico del grupo, aunque Londonderry fuese el que siempre hacía de mediador.

Acción que lo hizo retroceder hasta regresar al borde del escritorio en el que estaba apoyado con anterioridad, mandándose la mano a la boca, para acto continuo mirar sus dedos y apreciar que estos estaban manchados de sangre.

Ignoró el jadeo audible de la rubia, y el silencio aún más pesado de la estancia, al solo estar concentrado en como actuaria el grandioso Duque de Rothesay, cuando alguien se habia atrevido a darle su merecido, pues sus palabras eran un arma mortal.

—Lincoln… —trató de decir algo Londonderry, pero con una simple mirada de soslayo lo silenció.

—A ninguno le incumbe como vaya a manejar este asunto con mi esposa, y bien lo has dicho tú, James, y por eso mismo les pido que se retiren y sigan disfrutando de la fiesta, o continúen esta conversación en otro lugar porque quiero estar a solas con mi mujer.

—De aquí no me muevo hasta que su Alteza nos diga que tiene en común su matrimonio con el ajedrecista —no habia actuado ante su agresión, pero bien que la lengua le seguía funcional.

Necesitaba que le pegase más fuerte.

Cuando lo iba a hacer la mano de Berit lo frenó, haciendo que la mirase por encima del hombro para que advirtiese como negaba, y la dejase hablar consiguiendo que bufara en respuesta y retrocediera mientras su amigo le regalaba una sonrisa de superioridad en respuesta.

—No tengo la menor idea, Excelencia —confesó consiguiendo que la mirase con desconfianza.

—¿Y pretende que le crea que vino a arruinar la paz de Inglaterra solo porque su padre se lo pidió?

—¿Usted se casó porque quiso, o porque su rey lo obligó? —contra atacó en respuesta.

—No es lo mismo.

—¿Qué le ve de diferente? ¿Qué usted es un hombre? —hubo murmullos, pero ninguno se inmiscuyó —. Porque si ese es el inconveniente, le recuerdo que mi situación es más viable, teniendo en cuenta mi posición, en cambio la suya, si me permite manifestarle, es causal de vergüenza porque con su poder se siguió rigiendo a los deseos de un soberano, que, claramente siempre lo ha visto como moneda de cambio, o eso es lo que se puede apreciar a primera vista, cuando los de esta sala sabemos el trasfondo de su matrimonio, el cual sería aún más humillante para su ego si se llegase a saber, aunque si ahondamos en este todo el mundo está enterado en parte de este, cuando su amante en esa época intentó detener su matrimonio, pese a que era una cortesana reconocida y no llegaba ni a viuda de alta cuna —este boqueó sin saber que responder, quedando en un completo mutismo cuando Berit finalizó el discurso regalándole su popular sonrisa que distaba de toda maldad —. Y antes de que piense que lo estoy ofendiendo o dejando en ridículo —cosa que era muy cierta —, solo expongo un punto que me obligó a resaltar. Nada más me estoy defendiendo, Excelencia —eso también era cierto.




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