Linda

Capítulo 3

 Se encontraron en el bar del legendario Gritti Palace, que enfrentaba el Gran Canal.

—¡Es una maravilla volver a verte Jérémie—exclamó Aidan— ¡Me alegro tanto de que hayas podido venir! —Envolvió a su amigo en un fuerte abrazo.

 En cuanto se separaron del rudo y masculino abrazo, Jérémie abrazo.

 —A mí me pasa lo mismo, Aidan. Esta vez ha pasado demasiado tiempo sin que nos viéramos. Te extrañe.

—Yo también…te extrañe.

 Todavía sonriendo, ambos ordenaron una malta escocesa al mozo que esperaba su pedido y se instalaron en una pequeña mesa cerca de la ventana

—Una serie de guerras se han interpuesto entre nosotros —siguió diciendo Jérémie—, y últimamente no nos ha tocado cubrir las mismas.

 —Es una pena que no hayamos sido testigos de las mismas acciones.

 Durante un largo instante intercambiaron una mirada, recordando las difíciles situaciones que enfrentaron juntos y que compartieron. Auténticamente unidos desde sus épocas de estudiantes, los dos no sólo eran amigos sino colegas, se comprendían a un nivel fundamental. Y cada uno de ellos se preocupaba por el bienestar del otro. Tenían mucho en común, siempre lo tuvieron: el amor por la verdad y la necesidad de encontrarla, rasgos que los convertía en periodistas superlativos; diligencia, honestidad y ansias de aventura. Sin embargo, a pesar de esto último, ambos eran cautelosos y tenían conciencia de los peligros que involucraban sus respectivos trabajos. Estuvieran juntos o solos, siempre trataban de minimizar los riesgos que corrían con el fin de obtener una historia.

 Llegaron las bebidas y después de entrechocar los vasos, Aidan dijo:

 —El otro día oí un comentario muy desagradable acerca de nosotros.

 —¿En Nueva York?

 —Si.

 —¿Qué comentario?

 —Que tú y yo somos enamorados de la guerra. Nos encanta el peligro, que nos fascina estar en medio de situaciones peligrosas y que eso es lo que nos da alegría. Que nos caracterizamos por ser extremadamente temerarios. Un mal ejemplo.

 Jere echó atrás la cabeza y rugió de risa.

 —¡Qué importa lo que crea la gente! Apuesto a que lo dijo alguno de tus competidores de otra red de televisión.

 —En realidad no fue así. Lo dijo uno de los tipos de la CNS.

 —¿Ah, si? ¡Debe estar deseando quitarte tu trabajo, Aidan!

 Jérémie se detuvo al darse cuenta de que Aidan ya no le prestaba atención.

 —¿Qué pasa? —preguntó.

 —Nada.

 —Te ha sucedido algo. No me estabas escuchando. Y tienes una extraña expresión en la cara.

 Aidan se volvió hacia Jere.

 —No quiero que me mires en este momento, pero se trata de la mujer que está allá. Del otro lado del bar. ¿La viste?

 —¿Cómo no iba a verla? Aparte de nosotros, es la única persona que hay en este lugar. ¿Pero qué pasa con ella?

 —Hace un rato chocamos en la calle y casi la tiré al piso. La atropellé al doblar la esquina corriendo, en camino de regreso al hotel. Se le voló el sombrero y corrí a alcanzáselo.

 —¿Corriste a alcanzárselo?

 —Bueno, no tiene importancia y no me mires así.

 —¿Así cómo?

 —Como si estuviera loco.

 —Bueno, Aidan, estás un poco loco y yo también, gracias a Dios. La vida es demasiado dura para que de vez en cuando no nos pongamos un poco locos. ¿De qué otra manera podríamos enfrentar todo el estrés y las tensiones? Pero de todos modos, ¿qué pasa con esa mujer?

 —Esta tarde me impresionó mucho. Tuve ganas de conocerla mejor.

 —No creo que pueda culparte. Me parece muy interesante. ¿Es italiana?

 —No lo creo, aunque por su aspecto pienso que podría serlo. Pero estoy bastante seguro de que es norteamericana, por lo menos se expresa como sí lo fuera. De todos modos, cuando chocamos se le voló el sombrero, así que yo corrí tras él. También corrí tras ella cuando me lo agradeció y se alejó. Quería invitar a beber una copa. Es extraño Jérémie, pero no quería que se fuera.

 —¿Y por qué no le pediste que tomará una copa contigo?

 —Lo intenté, pero ella estaba apurada. Yo iba detrás de ella, de manera que, como es natural, la vi con el hombre con quien iba a encontrarse. Es típico de mi mala suerte que ella esté involucrada con otro. A lo mejor hasta el tipo es su marido. Los vi abrazarse. Sin embargo, debo confesar que desde hace horas, a cada rato pienso en ella.

 —En ese caso, sólo hay una cosa que hacer.

 —¿Qué?

 —Acércate a ella e invítala a beber una copa con nosotros —sugirió Jere—. Así, muy pronto conocerás bien la situación.

 —Supongo que tienes razón. —Mientras hablaba, Aidan se puso de pie. Luego cruzó y se acercó a la mujer.

 Ella levantó la mirada del anotador que tenía en la mano y, al verlo, sonrió.

 —¡Hola! —dijo en un tono amistoso.

 —Ya que no me permitió comprarle un sombrero nuevo, ¿por lo menos me permitiría invitarla con una copa? —empezó diciendo Aidan—. A mi amigo y a mí nos encantaría que nos acompañara a beber algo y que cenara con nosotros.

 —Les agradezco la invitación, pero no puedo. Estoy esperando a un amigo. Tengo un compromiso anterior —explicó.

 Aidan quedó alicaído.

 —Mi típica mala suerte… este… nuestra típica mala suerte. Bueno… -se interrumpió y empezó a volverse para alejarse, pero de repente giró sobre sus talones para volver a mirarla—. ¿Usted es norteamericana, verdad?

 —Si. De Nueva York.

 —Yo también.

 —Ya lo sé.

 —Me llamó Aidan…

 —Miller —interrumpió ella, divertida—. Ya sé quien es. En realidad siempre veo sus programas, señor Miller.

 —Llamame Aidan.

 —Bueno.

 —Y usted ¿cómo se llama?

 —Linda Sweeney —contestó ella, tendiéndole la mano.

 Aidan se inclinó para tomarla y la estrechó. En ese momento se dio cuenta de que no quería soltarla.

 —Se me ocurre una idea —dijo, dejando por fin en libertad la mano de la muchacha.




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