Mi nombre es Ana (El nombre más común del mundo. Bueno, no después de Guadalupe). Si llegan a saber de esta historia no es porque yo la cuente, más bien es porque alguien más se tomó la molestia de hacerla.
Mi vida... hasta ahora, es lo mejor que me pudo pasar en la vida.
Existen diferentes ideas y teorías sobre la vida. Algunas personas creen que es una y debe vivirse al máximo. Otras, que es difícil, demasiado cruel para seguir en ella. Incluso algunas piensan que pueden manipularla a su antojo, tanto la suya como la de alguien más. Pero yo... jaja, yo creo que la vida es prestada y lo prestado se debe valorar y respetar. Si Dios se quitó aquello fue para dártelo, porque le importas y, por lo tanto, no se debe manejar a la ligera porque se puede romper y cuando algo te importa lo cuidas.
Mi acta de nacimiento hasta ahora llega a los cuarenta y cinco años, pero comenzaré a contarles a partir de mis primeras memorias. Solo espero no aburrirles con mis dramas.
Quizás algunas personas se identifiquen conmigo, pero tendrían que haber sufrido mucho para ello.
Fui la primera de cuatro hermanos, en una familia de lo más normal. Agradezco a Dios por ello. Desde pequeña me vi metida en problemas, incluso para nacer porque mi madre tuvo que pasar por mucho para concebirme. Como perder un bebé antes de mí y tener que aguantar mi frágil cuerpo una vez que me tuvo.
Ella decía que perder a su primer bebé fue la peor experiencia de su vida, lo que ella no sabía en ese momento es que no sería la peor, más bien la más ligera porque lo peor vendría después. Mucho tiempo después.
Como les decía, fui la primera alegría y razón de vivir de mi madre. Cuando nací estuve muy delgada, tan delgada como la pequeña y ligera línea que separa la vida de la muerte.
Dios me ayudó a salir de aquel primer problema, permitiendo que mi madre dejara de sufrir por mí, por mi posible muerte, una que en ese momento no llego y espero no llegue pronto.
Nací muy diferente a los bebés bonitos y rosados de las revistas, era muy rara pues sólo tres cabellos formaban parte de mi cabellera. Mis padres, como cualquier padre orgulloso, decían que era el bebé más lindo de este mundo. Seamos sinceros, todos los bebés son completamente feos, hasta ahora no comprendo por qué tanta hipocresía al decir que los bebés son lo más bello.
Como típico bebé nací manchada en sangre. Aunque pensando mejor, no tan típico. Uno de mis pulmones no fue tan fuerte como el de cualquier bebé promedio, más bien fui una niña atípica.
Tuve que pasar más tiempo del normal en el hospital para que ellos maduraran, pero para mi fortuna, aunque suene egoísta, no sufrí nada o por lo menos no forma parte de mis memorias.
No recuerdo qué sentí cuando los vi por primera vez, no recuerdo qué pasó por mi mente en aquellos momentos, pero ellos me dicen que fui la luz en sus vidas, que salve a mi madre de la depresión, del sufrimiento de sentirse incompleta por no poder tener bebés, después de haber perdido a mi primer hermano.
Joaquín... Mi madre era tan sentimental que le puso nombre antes de nacer. Entre su pobreza le compro todo lo que pudo, antes de que él llegara a este mundo. Nunca se imaginó que solo llegaría para verlo unos segundos y después mirarlo por última vez porque él se marcharía para siempre sin tener tiempo de hacerla feliz. Por ese motivo no tuve nada de ropa, ni cobijas al nacer. Por culpa de él, pero bueno... Dios sabe por qué se lo llevó. Quizás necesitaba más gente buena a su lado, porque estoy segura que él está con Dios y espero poder verlo algún día, convertido en el hombre que debe ser ahora. Me pregunto ¿a quién se parecerá? ¿A mamá, papá o a mí...?
La vida de un niño promedio es simple. Escuela, amigos, tareas, televisión, y podría seguir con un sin fin de actividades, si al menos yo hubiera experimentado una vida normal.
Cualquiera que mire en estos momentos mi foto, una donde aparezco en mi primera casa sentada en un triciclo sonriéndole a la vida, porque eso fue lo que siempre hice, jamás se imaginaría que tuve una vida tan difícil.
Nací para vivir la mayor parte de mi vida en un hospital. Cuando mis pulmones fueron lo suficientemente fuertes, mi madre salió de aquel lugar sin imaginar que tiempo después volvería. Un tiempo más corto del esperado.
Un día, corriendo en la escuela como cualquier chica normal, sufrí un desmayo repentino. Los maestros y todo el personal se alarmaron, pero no más que mi madre. Ella me llevó al médico para una exhaustiva búsqueda de aquello que ocasionó mi desmayo. No sé si fue por lo vivido con Joaquín, pero en ese momento vi miedo en su mirada.
Los resultados de esa búsqueda arrojaron algo simple, aquella chica rubia tenía un soplo en el corazón que de nacimiento no había cerrado, pero que, 'según ellos" el tiempo se encargaría de curar, lo único era tener más cuidado para no sufrir algún desmayo de nuevo y monitorear que aquella variación cerrará por completo.
Y ahí iniciaron mis limitaciones y prohibiciones. Ana no podía correr, lavar ropa, llevar algún susto, tener emociones fuertes, etc. Mi vida debía ser muy simple y creo que por eso siempre fui una mimada, cosa que agradezco a mis madres y amigos por haberme cuidado tanto.
Amigos... palabra muy bella y que poca gente puede emplear correctamente. Tuve muchos, y estoy completamente segura de que tuve a la mejor.
Lucía, o como yo le decía de cariño, Lucí. Fue la chica que más me cuido en mis enfermedades, con ella viví muchas experiencias y fue mi mejor amiga en la vida.
Sabes que te estoy agradecida y si nunca te dije esto creo que es momento de hacerlo: GRACIAS, MUCHAS GRACIAS POR TODOS NUESTROS DESTRAMPES. Sin ti, mi vida habría sido muy aburrida y vacía, no sólo fuiste una amiga, fuiste la hermana que nunca tuve.
También existieron muchos otros amigos importantes, ellos saben quiénes son, también a ellos les debo muchas alegrías.
Mis padres.
Fueron las personas más sociables de este mundo, creo que de ellos aprendí cómo tratar a la gente. Fueron comerciantes desde que tengo memoria, pero en aquellos tiempos (durante mi niñez y adolescencia) se encargaban de vestir a gran parte de la sociedad. Vendían ropa de alta calidad. Por ello teníamos un nivel de vida diferente.
A casa, cada fin llegaba un amigo diferente. La comida abundaba, al igual que el alcohol, por ello tenía la facilidad de conocer gente nueva.
Recuerdo que me mataba la cabeza buscando como jugar con aquellos que llegaban. Ya que esos juegos (según el médico), no debían implicar un gran esfuerzo físico. Como buena rebelde que siempre fui sudaba y corría como si fuera normal.
Un día de aquellos donde me sentía una rebelde, cuando creía que mi suerte no podía cambiar, sucedió lo inesperado. Aquella niña le sumó una enfermedad más a su cuerpo. Para esto no había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve en el hospital y como buena chica no podía estar tanto tiempo lejos de ese olor tan característico.
Era un fin de semana normal. Mis padres habían invitado a unos señores que más adelante se convertirían en los padrinos de mis hermanos varones. Ellos habían llegado con sus hijas, dos chicas, una de aproximadamente mi edad y la otra más pequeña, como de cuatro años.
Llegaron desde la mañana, por lo que tuve el tiempo suficiente para entablar plática y amistad con ellas. Al mediodía ya éramos mejores amigas, y para la tarde éramos familia.
Habíamos jugado toda clase de juegos existentes e improvisados, pero nos faltaba uno, el fatal.
Tenía un ropero muy grande, siempre me preguntaba si algún día mi madre lo llenaría con toda mi ropa. Porque aquel objeto medía como mil metros. Ya sé que puede sonar exagerado, pero cuando eres una niña pequeña todo se te hace del tamaño del universo.
O por lo menos para mí sí y debo levantar la mano porque me merezco un reconocimiento a la chica más idiota de este mundo. Se me ocurrió la idea más estúpida: conquistarlo. Y, para terminar, hacer alarde de mis dotes de escaladora con las chicas, como si esa victoria me hubiese dado alguna ventaja de más.
Qué torpe fui.
Para ellas también era enorme la altura de aquel mueble, por lo que les pareció una buena idea conquistar esa montaña. Los pasos fueron marcados por mí y para mi suerte subí con éxito. Mis padres ni enterados, ellos estaban en su mundo de plática y nosotras en mi cuarto sobre nuestro Record Guinness, a unos minutos de convertirnos en las chicas más jóvenes en escalar el monte Everest.
Al ver mi éxito las chicas quisieron imitar mis pasos. La mayor logro con éxito lo que yo logre, pero la pequeña no corrió con la misma suerte.
Ella dio inicio a su escalada. Primero brazos y luego piernas, secundando lo que su hermana y yo habíamos hecho. Los primeros metros fueron un total éxito, pero a la mitad y a pesar de que ella pesaba mucho menos que nosotras, la montaña se cansó y comenzó a tambalear. Creo que ya estaba aburrida de tanta niña loca que la había lastimado.
Como ella estaba a mitad de camino, tuvimos miedo que al soltarse se lastimara, así que le pedimos que aguantara un poco más en lo que su hermana iba por ayuda. Entre su miedo no pudo emitir palabra alguna, solo movió su cabeza afirmando nuestra petición. Sé que puso todo su empeño para no caer, pero ese todo no fue suficiente.
Su fuerza no bastó y antes de que pudiera dame cuenta y reaccionar, ella cayó al vacío y, detrás de ella, la montaña.