Bueno aquí inicio con algo vergonzoso porque no siempre fui súper fashion, también tuve momentos crudos y negros en lo que respecta ropa.
Como típica familia mexicana y ante tanto sufrimiento y porque muy en el fondo de mi corazón yo también quería, me festejaron mis quince años. Fue la fiesta más grande que tuve en mi vida, amigos de todas partes y familia de todos los lugares del país llegaron para celebrar conmigo.
¡Dios! Si pudiera cambiar algo de mi vida, sin duda sería ese momento.
La fiesta fue mágica en verdad, solo quitaría el baile de la muñeca (uno que prefiero no especificar más, más que nada por pena) y bueno también aquel vestido rojo, si rojo. Mi madre adora ese color y por todo lo que había hecho por mí se merecía tener algún capricho conmigo y fue ese, un vestido sin gracia y lo peor que fue utilizado afortunadamente para un baile. Si están asociando la muñeca con ese baile les debo decir que están en lo correcto.
La comida no faltó y los regalos tampoco, considero que muy en el fondo no cambiaría nada de aquel día, pero bueno, no debo sonar tan feliz por aquellas dos cosas de mal gusto que arruinaron mi fiesta.
Después de mis quince mi vida de niña bien se vino abajo. Aquellas salidas y comidas en sociedad se terminaron por un error de mi padre, esto cuando tenía dieciocho años. En su afán de ayudar a uno de sus hermanos pidió un préstamo tan grande que sus activos y liquidez no fueron suficientes para solventar.
Todo por lo que ellos habían luchado por tanto tiempo se terminó, las deudas ahorcaron y se llevaron todo. Aquellos cuartos llenos de mercancía se terminaron, las ventas y pedidos eran imposibles de mantener. Lo único que pudimos mantener fueron muchos clientes insatisfechos porque fue imposible satisfacerlos sin dinero.
Para mi tío fue todo lo contrario, él se hizo más rico y poderoso. De aquel hermano que tanto le ayudó nunca se acordó, solo nos dio un pequeño carro de regalo para que pudiéramos movernos de residencia.
En casa dejamos todo, los cuadros, las camas, todos aquellos bienes materiales que nos pudieran permitir tener una vida más cómoda en nuestro nuevo hogar simplemente fueron olvidados porque los recursos eran insuficientes como para pagar una mudanza. Apenas alcanzaba para comer.
No solo se quedaron los pocos vienes que teníamos en aquel lugar. También dejamos amigos valiosos, prometiéndoles que algún día regresaríamos para vivir de nuevo en esa burbuja que jamás pudimos generar. Lucia mi amiga también estaba incluida en esos amigos olvidados, la niña de los ahora compadres de mis padres también. Todas y cada una de las personas que me importaban se quedaron en el olvido.
Solo con Lucí mantuve contacto, pero unos años después, todo lo demás quedo allá por un largo y pesado tiempo.
Llegamos los seis a un territorio desconocido para mis hermanos y para mí, mi hermanita que solo tenía dos años de nacida nunca miro aquella vida de opulencia que mis hermanos y yo si vivimos, pero era tan pequeña que tuvo la dicha de no extrañar aquello que simplemente no había conocido.
Anduvimos por muchos lugares buscando aquel hogar que fuera el indicado para nosotros, nos tocó dormir en el carro muchas noches porque no teníamos ni un peso para buscar asilo.
La familia de mi madre nos brindó su apoyo, solo que a su manera. Ellos eran muy pobres, nos ofrecieron un techo donde dormir solo por unos días y eso porque el orgullo de mi madre no le permitía pasar más tiempo con ellos.
Cuando por fin se tuvo el dinero (porque la anterior casa donde vivíamos había sido rentada por unas personas), se buscó lo que sería el hogar de todos por unos tres años. Nada tenía que ver con la anterior vivienda, más bien era una vecindad de quinta, pero eso sí, con gente de primera que en más de una ocasión nos compartió un plato de comida.
Con una calidad de vida muy deprimente continuamos adelante. Mis hermanos en la secundaria y yo en la preparatoria, mi hermana era un bebé por lo que la escuela era un tema que ni siquiera pasaba por su cabeza.
El nuevo mundo donde nos desenvolvíamos nos limitaba mucho, estar rodeados de personas de dudosa moralidad nos limitaba a entablar platica, solo dos vecinas y sus hijos de toda esa gente fueron nuestros amigos, el resto según mi madre era mejor mirar de lejos y que razón tenía.
El casero era la peor persona que podía existir en el mundo, el típico hombre calvo con la típica vida de mierda que cree que es superior a los demás. Él nos hizo la vida miserable. Cuando la renta por la primera casa dejo de llegar los atrasos en los pagos de nuestra mensualidad también se vieron afectados (solo por una semana) y él ya quería sacarnos de allí, pero el poco dinero que mis padres ganaban nos permitió aguantar sus humillaciones y quedarnos un tiempo más.
Como dije antes, tres años después, cuando la bebé ya requería de una escuela y entre tanto sacrifico de mis padre pudimos hacernos de una casa propia, salimos de ese espantoso lugar, por fin pudimos olvidarnos de aquel mal hombre que mucho tiempo después Dios le demostró que todo tiene un precio. Pobre, en verdad no merecía morir de esa forma. Viejo, enfermo y solo.
Recuerdo que le ofreció a mi madre darle renta gratis a cambio de que lo cuidáramos, ella con una media sonrisa le dijo que era una linda oferta, pero ahora ya no era necesaria.
Los amigos nuevamente fueron dejados para mudarnos de casa. En algún momento en mi cabeza creí que la nueva casa sería como la primera, pero no fue así, las cosas de nuevo cambiaron, nuestro nuevo hogar era solo un cuadro con piso y eso que tenía piso por mi hermana que no podía vivir en lo sucio. Fue una pesada desde bebé.
Con un techo y un suelo fue lo único con lo que nos mudamos a nuestra nueva casa, las camas viejas también se trajeron, pero ni eso amortiguaba el frío y el dolor. Para mí era una tortura recordar aquellas cosas que añoraba tener y que simplemente no podía. Rememorar mi vida de antes y la nueva era lo peor que podía hacer porque solo me torturaba, pero era algo inevitable.
Cuando le tocó el turno a mi hermana de ir a la escuela yo fui su cuidadora y de alguna manera su madre. Mis padres trabajaban en el pequeño local que mi padre había conseguido. Juntos nos daban alimento y educación a todos nosotros.
La nueva casa poco a poco se convirtió en nuestro hogar, de manera lenta fueron llegando las comodidades, algunas regaladas por dos de las personas que más nos apoyaron, dos de los tíos que más quise, pero que en estos momentos ya no están con nosotros. Ellos no sólo se quitaron muchas de sus cosas para que nosotros fuéramos felices, también le quitaron esos objetos a sus hijos, pero ellos no vieron eso, ellos solo miraron el bien que le hacían a su hermana. Mis primos, ellos nunca fueron groseros, más bien todo lo contrario.
No toda la familia nos apoyó, también hubieron personas que se sentían tocadas por Dios y nunca nos brindaron apoyo de nada. Mi madre siempre dijo que no era su obligación y que Dios nos mandaba lo que era necesario, si queríamos más debíamos luchar por ello.
Desde que dejamos la vieja casa deje de visitar los hospitales, para mí era perfecto, porque me consideraba una persona normal a pesar de tener la espalda con mis cicatrices de guerra.