LÍnea De Vida

CAPÌTULO IV

 

Cambie los hospitales por los chicos, tuve novios de toda clase, morenos, altos, blancos, ricos, otros menos privilegiados, pero ninguno fue el indicado.  
 
Creí encontrar al amor de mi vida a la edad de veinte años, cuando iniciaba mi licenciatura.  
 
Él era el tipo más...feo de este mundo, pero yo lo idolatraba. A él le entregue lo más preciado que tiene una mujer, pues creí que era el amor de mi vida.
 Efectuamos el acto en un motel, ya sé, nada romántico, todo en un ambiente frío ¿que podían saber dos chicos a esa edad? Solo acción y ya, después cada uno a su casa. Qué tonta fui.  
 
Lo presente en casa y aunque mi madre no lo toleraba del todo y mi hermano menos, pase por encima de sus ideas y nos volvimos formales en un corto tiempo. Cuando hablábamos del futuro, solo me veía a su lado y él solo se veía en el mío o eso me hacía creer.  
 
Visitaba a su familia constantemente porque él también me había presentado de manera formal, todos me estimaban y yo a ellos. Hasta que la vida me abrió los ojos y me di cuenta que nada era lo que parecía.  
 
Un día su tía me invitó a almorzar, él obviamente no sabía que yo estaría allí. Después de esa rica comida nos dispusimos a platicar un momento en el cobertizo de su casa. Fue cuando lo vi llegar con ella. Aquella desconocida hasta ese momento para mí. Verlos bajar del coche no me dio ninguna idea, el detalle vino cuando  ella fue levantada por los aires y besada por aquellos labios que me habían prometido amor eterno.  
 
Mi corazón se rompió en más de mil pedazos, a cómo pude los recogí todos y junto con ellos mi dignidad. Salí de aquella casa para nunca más volver. En el camino solo pensaba que tanto él como su familia (aquellos que juraban quererme) se habían burlado de mí, no podía creer que existiera gente así. Había perdido mi tiempo y algo más con él, pero a estas alturas de mi vida puedo decir con total sinceridad que ya no importa.  
 
Llegue a casa y llore todo lo que mi cuerpo me permitió. Mi madre al ver el estado en el que llegaba me pregunto qué había pasado para que yo reaccionara así, no pude evitarlo, le comente lo sucedido. Sus palabras en verdad me reconfortaron mucho, dijo que las cosas pasaban por algo, que de alguna forma aquello era lo mejor, aquel chico no era para mí, era una basura que merecía algo igual a él, también me dijo que dolería mucho, pero que igual más adelante daría gracias por haber visto la verdad a tiempo. Palabras sabias aquellas de mi madre.  
 
Al día siguiente él fue a casa buscando mi perdón, con palabras amorosas y regalos que simplemente no necesitaba. Para mí eso fue un insulto y si algo tengo muy arraigado es mi orgullo y él se había encargado de dañar lo más preciado, mi corazón.  
 
Ese día sin una lágrima en los ojos me despedí de él, le dije que esa era la última vez que lo quería mirar en casa burlándose de mis padres. Le dije que yo no era la segunda de nadie y él todavía tuvo el cinismo de jurar que yo era la primera, que la otra solo era una distracción, le contesté que no era verdad, que él no sabía lo que quería y que no me quedaría a descubrirlo porque él simplemente no valía la pena.  
 
Los días pasaron y su recuerdo seguía arraigado en mi, sus caricias y su olor quedaron impregnados sobre mi piel. Hasta ese momento era el único chico que conocía todo de mí, incluida mi cicatriz, su traicion dolió más de lo que me habría gustado admitir. Sabía que sería difícil volver a confiar en alguien ya que él habia recorrido sobre ella en más de una ocasión, de inicio a fin. Aún así volvi a confiar, mucho tiempo después.  
 
Supere mi ruptura como una valiente, la escuela ayudo mucho en ese proceso al igual que conocer nuevas e importantes personas que tiempo después serían una pieza clave en mi vida.  
 
Mis hermanos crecían, mi mundo cambiaba, las cosas poco a poco regresaban a su lugar.  
 
Llego un momento en el que, la economía familiar permitió regresar a mirar la casa que tiempo atrás dejamos. 
 
Ver la reacción de mis padres a través del cristal de aquel coche, demostrando un sin fin de emociones, al observar con horror por primera vez en diez años su casa fue lo peor que pude vivir a esa edad. Mi padre tenía cara de pena, sabía que todo se había terminado por él. Mi madre, en cambio, tenía cara de rabia e impotencia.  
 
La casa estaba en ruinas, sin pintar, las puertas abiertas, con pasto hasta el tope, basura por todos lados, entre muchas cosas más que no podría describir con palabras.  
 
Nos habían robado. Aquellos desconocidos que rentaron se llevaron TODO, sin nuestro consentimiento. Incluso las fotos en familia que no habíamos podido llevar con nosotros aquella vez. Imágenes que no tenían ni un valor para ellos fueron robadas. Todos esos recuerdos de nuestra infancia, de aquella vida pasada ahora ni siquiera nos pertenecían.
 
Mi madre lloró amargamente, sabía que jamás recuperaría aquello que le fue arrebatado. Los vecinos nos contaron que a los pocos meses (quizás cuando dejaron de pagar), llego un carro de mudanza y se llevó todo. Ellos creyeron que era por parte de mi familia, por ello no llamaron a mis padres o la policía pidiendo ayuda, simplemente fueron observadores.  
 
Ese día, aunque yo no estuve de acuerdo, decidieron que no se haría nada, ya había pasado mucho tiempo desde el robo y las autoridades solo nos harían perder tiempo y dinero.  
 
La melancolía y los recuerdos nos invadieron al dejar la casa nuevamente, aquel primer hogar se quedó solo, abandonado una vez más. Mi madre lloraba y mi padre solo venía mirando la carretera sin decir una sola palabra (algo completamente raro en él), mis hermanos y yo solo nos mirábamos y aunque éramos jóvenes no éramos tontos, sabíamos que teníamos que darles su espacio.  
 
De aquel viaje no pude regresar sin hablar con Lucí, sin ponerme al día, sin descubrir que ya era una bella chica con un novio mayor, pero que a simple vista se veía era el amor de su vida.  
 
 



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En el texto hay: amor, dolor, fuerza

Editado: 27.11.2019

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