LÍnea De Vida

CAPÍTULO VI

  

Los hospitales de nuevo formaron parte de mi vida, mi familia y amigos fueron quieres más me apoyaron. Pero nada como mi madre, ella cargo con todo el dolor y el peso de ver a su hija en una cama, con un pronóstico de tan solo tres meses de vida... 

 Los doctores especulaban que solo me quedaban tres meses, antes que mi corazón dejara de latir. Segun ellos debía aprovechar todo lo que pudiera, debia hacer lo que se me viniera en gana porque después de ese tiempo viviría solo en los recuerdos de aquellos para los que fui importante...nadie más. 
 
Para una chica de treinta años con una carrera productiva, un empleo bien pagado y un grupo de amigos importantes, era difícil decir adiós.

Decidí hacerle caso a los doctores y conviví con aquellos que me importaban todo lo que pude. Con el poco dinero que me quedaba le compre a mi hermana su primer celular. Verla feliz fue bueno para mí y lo haría de nuevo solo por mirarla así. 

A mí madre también le compre cosas, el dinero no me sería de mucha utilidad si moría, el resto fue regalado en productos a mi familia, solo una mínima parte fue destinado para mis gastos funerarios. Incluso mis órganos (que estaban en perfecto estado) los había obsequiado porque serían donados para que pudieran darle vida y esperanza a otras personas. 
 
Me sometí a estudios y a posibles trasplantes de corazón abierto, ¿tenía miedo? Claro que sí, me cagaba cada que viajaba para que me dijeran lo mismo una y otra vez, "si la operamos usted puede morir en la operación, la probabilidad es de un cinco por ciento de éxito".
 
Tenían tanto, tacto, que esas eran sus crueles palabras. 
 
Ahora les pregunto esto: ¿Qué hubiesen hecho de haber estado en mi lugar? 
 
Nada, simplemente nada. Hubiesen efectuado y dado cada paso que yo di. Acepté mi derrota en aquella batalla y estuve dispuesta a morir cuando fuera necesario.

Un mes antes de que llegara la fecha que los doctores habían pronosticado ya no salía, no quería comer, ni nada que permitiera dar señales de que aún quedaban ganas de vivir.  
 
Mi madre de nuevo me salvó. Me dijo que los doctores dicen muchas cosas, pero el único que sabe es Dios porque él nos presta la vida y cuando considera necesario la quita. En ese momento decidí vivir cada día como si fuera el último, porque era cierto, solo Dios sabía si moría mañana o dentro de cincuenta años. 
 
Milagrosamente llegue a Navidad, para esto ya habían pasado cuatro meses desde mi diagnóstico, había sobrevivido treinta días más de lo previsto por los doctores, aquel corazón con abertura de tres centímetros aún tenía vida y no sabía cuánto tiempo más pasaría para que parara por completo. 
 
Aquellas fechas de sembrina tenía planeado pasarlas al máximo y comer de todo sin remordimientos. Qué ironía, toda mi vida me había cuidado y ahora que moría no lo haría más, mi figura era lo último que importaba. 
 
Para el catorce de diciembre mi fin estuvo cerca. Una noche de lluvia, de la nada, deje de respirar, me puse completamente cianótica, mi familia me llevo de urgencia al hospital. Esa noche no la olvido porque mi madre lloraba con desesperación. Mi hermana pequeña también era un mar de llanto, igual que los demás. Menos mi papá, él siempre fue fuerte y me demostró su valentía cada crudo momento que yo vivía. 
 
Mi madre su puso tan mal que no le fue permitido quedarse conmigo, yo no sabía cuánto tiempo debía estar, solo sabía que era muy probable que no viera la luz del sol de nuevo y aunque eso me dolía más que nada, decidí regalarle una sonrisa a cada persona que me cuidaba. Esa cruda y solitaria noche hice prometer a mi hermana que no lloraría más por mí, le dije que con mamá era suficiente, ella que tanto cree en las promesas (porque es muy loca), me prometió que no lloraría más, que ella sería fuerte como papá. 
 
No sé si hice bien en privar a una chica de demostrar su dolor mediante el llanto, pero en esos momentos lo último que quería era verla llorar. Los doctores llegaban y me decían que me iría a casa sin esperanza de vida, decían que lo mejor era morir con mis seres queridos en esas fechas tan importantes.  
 
Decidimos hacerles caso e irnos a casa desahuciadas. Mi nuevo roble jamás lloro cuando escucho eso y menos cuando me vio romperme antes de que llegara a casa con mamá. Era como si hubiese cambiado a mi hermana por alguien frío. Tuvieron que pasar muchos años para que la mirara llorar de nuevo, quince para ser exacta. 
 
Regresé a casa de nuevo, triste, pero tome el ejemplo de aquellos que me rodeaban, fui fuerte e hice como que no pasaba nada, esas fiestas fueron las mejores de nuestras vidas y me prometí que así serían cada una que Dios me permitirá vivir. 
 
Llego febrero y al ver que seguía con vida y que el nuevo tratamiento que llevaba hacía efecto, decidí pelear mi pensión de invalidez que por ley me correspondía. Mi hermano fue quien se encargó de llevarme a todos lados porque a pesar de que era independiente prefería no manejar para no correr el riesgo de desmayarme y afectar a más personas, mi pobre gordo me acompañó y dio todas esas vueltas conmigo. 
 
Como aquellas personas que se encargan de hacer las leyes nunca pasaran por algo como lo mío siempre me negaban la pensión. Fue difícil, muy difícil, pero lo logré. Aquel hombre que había conocido años atrás, ese que en su momento llame ángel, de nuevo volvió a mi vida para no irse nunca más (cosa que agradezco doctor), él inventó aquellas semanas de cotización que me faltaban para que el sistema me pudiera pagar lo que por ley me correspondía y no solo eso, una mensualidad por el resto de mi vida. 
 
Él se encargó de garantizar una mejor economía para mí e igual se encargó de que aquel medicamento estúpidamente cara que yo compraba con mi dinero y el de toda mi familia, me fuera entregado por aquella institución de gobierno de forma gratuita. Por eso siempre le estaré agradecida por eso y muchas cosas más que hizo por mí tiempo después. 
 
Aunque de nuevo vivía en los hospitales eso era solo un pequeño pago por la vida que tenía, de nuevo y poco a poco recupere la confianza en mí y eso me ayudó a transmitir lo mismo para los demás que en verdad me querían. 
 
Busque un nuevo trabajo de manera informal para no perder mi pensión, viajaba constantemente gracias al éxito de mí local. Para poder comprar productos de venta tenía que viajar  a la capital del país, en una ciudad que me hacía más mal que bien porque la contaminación me afectaba más que a la gente normal, pero era inevitable no buscar mejorar mi economía de alguna forma. 
 
Mi mundo mejoraba, cada año era internada y valorada para mirar el avance de mi enfermedad, no negaré que era muy triste descubrir que esa enfermedad iba avanzando con cada segundo que pasaba, pero llego un momento en que todo aquello se me hizo cotidiano y decidí darle un dolor de cabeza a mi vida. 
 
Un día (el menos pensado) me tocó conocer a el hombre que según yo sería el amor de mi vida, un tipo que me ayudó a dejar de pensar en el tiempo que me quedaba en este mundo y me hizo mirar el lado positivo, me hizo creer que merecía ser feliz y arriesgar un poco más para lograrlo. El único detalle era que ese hombre solo era un celular. 
 



#23591 en Otros
#7192 en Relatos cortos
#36380 en Novela romántica

En el texto hay: amor, dolor, fuerza

Editado: 27.11.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.