Lineage Chronicle: First Hunt

Capítulo 5: Leyenda

El desierto se extendía como una plancha interminable. La línea recta de la ruta parecía no acabar nunca, y la noche se había disuelto en un amanecer blanco y despiadado. Jake llevaba horas al volante, con los nudillos tensos, pero los párpados le pesaban.

Chase, en el asiento de al lado, estaba igual: el libro que intentó leer se le había resbalado de las manos y la cabeza se le vencía contra la ventanilla.

Un parpadeo más largo de Jake bastó para que el auto se desviara unos centímetros hacia la banquina. El golpe de la gravilla lo hizo reaccionar de golpe.

—Mierda… —masculló, corrigiendo el volante.

Chase se enderezó, sobresaltado.

—Te estabas durmiendo.

—No soy el único. —Jake se pasó la mano por la cara, con las venas del cuello tensas—. O paramos ya o nos matamos.

Como si el desierto hubiera escuchado, un cartel oxidado apareció a un costado de la carretera: “Motel · Gas · Bar”. Una flecha señalaba hacia un pueblo polvoriento apenas visible en el horizonte.

Jake bufó.

—Listo. Paramos, comemos algo y dormimos un par de horas. Después, California.

El Charger rugió al tomar la salida. El pueblo no era más que un puñado de edificios bajos: dos estaciones de servicio, un motel desteñido y, frente a él, un bar con toldo raído que prometía sombra y cerveza barata.

El bar era oscuro y fresco, con un par de ventiladores girando perezosos en el techo. Olía a cerveza seca y fritura vieja. Un televisor en una repisa pasaba el noticiero local en silencio, con subtítulos: “Otro viajero hallado sin vida en la Ruta 95. Autoridades investigan”.

En una mesa del fondo, un anciano de barba blanca y sombrero torcido alzó su vaso.
—Bienvenidos al fin del mundo —soltó, con una risa áspera que se perdió entre el murmullo del bar.

Jake desvió la mirada hacia él, intrigado. Chase ya había seguido caminando

Chase se sentó en la barra mientras Jake pedía dos sándwiches y un café para llevar. Cuando los tuvo en una bolsa de papel, anunció sin ganas:

—Voy al motel. Descargo todo y me tiro a dormir.

Chase asintió, mirando de reojo la pantalla del televisor. Jake salió, arrastrando la puerta.

El bar estaba fresco comparado con la calle. Chase se sentó frente a la barra y apoyó los brazos en la madera, todavía con el calor pegado a la piel.

La camarera se acercó. Vestía un simple negro, el pelo recogido sin mucho esmero. Le puso un vaso de agua delante sin preguntar.
—¿Qué vas a tomar?

—Un café bien fuerte —respondió él, y al ver el agua agregó con media sonrisa—. Y mejor dejá un par de estos también.

Ella se rió por lo bajo.
—Eso no se escucha mucho acá. La gente suele pedir cerveza o whisky.

Chase encogió los hombros.
—Supongo que soy la excepción.

Sirvió el café y lo dejó sobre el mostrador.
—Soy Sydney —dijo al fin, como si no hiciera falta más ceremonia.

—Chase.

El momento se interrumpió cuando alguien apareció a su costado. Jake recogió un cargador que había olvidado en la barra y, al verlos, soltó jocosamente sin más:
—No te olvides de que vinimos por negocios, no por placer.

Sydney levantó apenas una ceja, todavía con una sonrisa. No contestó.

—Es café, Jake —aclaró Chase, incómodo.

—Claro. Café —repitió Jake, guardando el cable en el bolsillo antes de marcharse—. No te me duermas.

Cuando se fue, el silencio volvió a la barra. Chase tomó el café para ocupar las manos. Sydney lo miraba como si tratara de descifrarlo.
—Tu amigo parece cargar con cierto caracter.

—Es… complicado —dijo Chase, bajando la vista hacia la taza.

Ella apoyó un codo sobre la barra, todavía divertida.
—Entonces está bien que te hayas quedado vos.

Chase bebió un sorbo demasiado rápido. El café estaba hirviendo, pero lo último que quería era que notara lo nervioso que estaba.

El amanecer rebotaba contra las paredes descascaradas del motel. Chase entró al cuarto con una taza de cartón en la mano, el pelo revuelto y cara de no haber dormido.

—¿Dónde estabas? —preguntó Jake, aún medio enterrado en la almohada.

—En el bar. Solo charlé un rato. Nada raro. —Dejó la taza sobre la mesa y se tiró a la cama sin mirarlo.

Jake lo observó. Había algo distinto en su voz, como si contestara en automático.

—Tenemos que seguir camino. California, ¿te acuerdas?

—Podemos quedarnos un rato más —murmuró Chase, cerrando los ojos.

Jake frunció el ceño. No le gustaba. Se calzó las zapatillas y salió al pasillo, buscando aire.

El calor afuera era bastante. Caminó hasta la esquina del motel. De repente, atrás de él escuchó una voz.

—Hola.

Jake se dio vuelta con miedo.

—Ah, ¿es usted el viejo del bar?

—¿Vienen de paso, muchachos?

Jake, sintiéndose un poco extraño.

—Sí, solo un rato.

El viejo ladeó la cabeza.

—Bueno, espero que se cuiden. A los hombres que viajan solos… este desierto los traga.

Jake lo miró fijo.

—¿Qué quiere decir?

El viejo se encogió de hombros.

—El bar. Todos pasan por ahí antes de desaparecer.

Jake sintió la punzada.

—¿Antes?

El viejo sonrió, con una chispa rara en los ojos.

—Sí, las voces del desierto murmuran que a varios los vieron acompañados de una mujer.

Se alejó murmurando algo ininteligible.

Jake quedó quieto unos segundos, masticando la idea. El noticiero en la tele. Chase distraído. Una mujer en el bar. Todo empezó a sonar demasiado lógico.

Con la revelación en la mente, exclamó:

—Nooo, Chase.

Y se apresuró a ir al cuarto

—Chase, la chica del bar…

Unos golpes secos en la puerta lo interrumpieron.

—La chica del bar tiene algo raro; tenemos que irnos ya —dijo Jake.

—Está bien —respondió Chase, como si estuviera cansado.

—Preparemos la cosa.

En cuanto Jake se acercó a guardar las cosas que había en la cama, tocaron la puerta.




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