El sol de Arizona golpeaba el capó del auto, un calor seco que prometía agrietar la tierra. Chase conducía, con los ojos fijos en el dispositivo que vibraba en el tablero. La señal del teléfono de Abraham, muerta durante semanas, había cobrado vida aquí, en medio de la nada.
—Estamos cerca —dijo Jake, inclinándose sobre el rastreador amplificado que habían montado—. La señal se está triangulando. Viene de… allí.
Señaló hacia una colina baja, donde una estructura apenas visible se recortaba contra el cielo pálido. Era una casa antigua, aislada del mundo por kilómetros de polvo y saguaros. El camino de tierra que llevaba a ella parecía más un lecho de río seco que una entrada.
Estacionaron a una distancia prudencial. El silencio era total, roto solo por el crujido de sus botas sobre la grava. La casa era de madera desgastada, con un porche combado y ventanas que parecían ojos vacíos.
Chase tragó saliva y subió los escalones. Levantó el puño y golpeó la puerta tres veces.
El sonido pareció ser absorbido por la madera vieja. Esperaron. Cuando Chase estaba a punto de golpear de nuevo, la puerta se abrió con un chirrido lento.
Un hombre viejo los observaba desde el umbral. Era delgado, con la piel curtida por el sol y unos ojos grises que brillaban con una agudeza inesperada. Vestía una camisa de franela gastada y pantalones vaqueros.
—¿Sí? —preguntó con voz áspera.
—Buscamos a Abraham —dijo Chase, tratando de mantener la voz firme—. Soy su nieto, Chase. Desapareció hace semanas. Su teléfono emitió una señal desde esta ubicación.
El viejo, Dwight, entrecerró los ojos. Los estudió uno por uno: la determinación nerviosa de Chase, la cautela de Jake y la curiosidad analítica de Casey.
—Abraham… —repitió el nombre como si probara un vino añejo—. Sí, lo vi. Estuvo aquí hace unas horas.
El corazón de Chase dio un vuelco. —¿Dónde está? ¿Qué dijo?
—No lo sé. Parecía agitado. Buscaba algo y luego se fue. —Dwight hizo un gesto hacia el interior—. Pero el sol está cayendo. No encontrarán nada en el desierto esta noche. Entren.
El interior estaba lleno de libros, mapas antiguos y lo que parecían reliquias de caza colgadas en las paredes: dagas de plata, frascos con sales exóticas y artefactos de hierro forjado. Olía a polvo, té de hierbas y pólvora.
—¿Qué estaba buscando? —preguntó Casey, examinando un tomo encuadernado en cuero.
—Archivos —dijo Dwight, sirviéndoles agua de una jarra—. Archivos familiares. Su abuelo vino a escarbar en el pasado
—¿pasado ? —preguntó Jake.
Dwight asintió, Verán, yo vengo de una familia temida por el mundo sobrenatural y todos descendemos del hombre que profesionalizo este arte, el famoso Doctor abraham van helsing dijo dwight parandose en un pared llena de armas decorativas
—Pero tu abuelo no estaba aquí solo por la historia general. Estaba siguiendo un caso antiguo y los archivos de mi familia segun el lo ayudarian y cree que estaba conectado a otro caso que nosotros investigamos hace decadas
—¿Qué caso investigaron? —preguntó Chase.
Dwight suspiró, y su mirada se perdió en el pasado. —Uno que se creía cerrado. Una criatura mitológica que, según los registros, había sido neutralizada: el Yamata no Orochi. La serpiente de ocho cabezas.
Jake y Casey intercambiaron una mirada de incredulidad.
—Pero eso es un mito japonés —dijo casey—. Se supone que el dios Susanoo lo mató.
—No lo mató —corrigió Dwight—. Lo selló. Yamata perdió su poder al ser confinado dentro de la hoja de la espada de Susanoo. Durante siglos, la criatura estuvo latente. Tu abuelo, Abraham, sospechaba que ese caso antiguo, tenía una conexión directa con lo que sea que esté investigando ahora.
Un teléfono de disco, un objeto anacrónico en un rincón polvoriento, sonó con un estruendo que los hizo saltar.
Dwight se levantó con una agilidad sorprendente y descolgó el auricular. —¿Sí?
Escuchó. Su rostro, ya curtido, pareció endurecerse hasta convertirse en granito.
—¿Cuándo? —gruñó—. ¿Estás seguro?
Hubo un silencio tenso, interrumpido solo por estática y un sonido gutural al otro lado de la línea.
—¡Habla! —exigió Dwight.
Se escuchó una voz ahogada, distorsionada por el pánico y algo más. «...está libre, Dwight... nos encontró... Yamata ha regresado...» La voz se convirtió en un grito húmedo, y luego, el silencio absoluto de una línea cortada.
Dwight colgó el teléfono lentamente. La casa pareció oscurecerse.
—Era Masamune —dijo Dwight, con la voz desprovista de emoción—. un colaborador en ese caso. O lo que quedaba de él.
Se volvió hacia el trío, y sus ojos grises eran ahora acero puro.
—Tenía razón. Yamata ha regresado. Y ese colaborador dijo que tanto Abraham como yo éramos los próximos objetivos. Abraham no está aquí, pero yo sí. Y ahora, ustedes también.
Un miedo frío se instaló en la habitación. No era el miedo a un fantasma o a un vampiro; era el miedo a algo primordial.
—No pueden irse —declaró Dwight—. No en la oscuridad. Nos encontrará en campo abierto. Nos quedaremos aquí esta noche. Prepararemos la defensa y lo enfrentaremos.
Mientras Jake y Chase comenzaban a revisar las defensas de la casa —barricadas, círculos de sal—, Dwight se dirigió a un gran baúl de madera de alcanfor en la esquina. Lo abrió.
Dentro, envuelta en sedas antiguas, descansaba una katana. No era ornamentada, pero la hoja parecía vibrar con una luz pálida en la penumbra.
—Esa espada es...—susurró Casey.
—si La he guardado durante décadas —dijo Dwight, levantándola con una reverencia practicada—. Es la Kusanagi no Tsurugi.
—¿Por qué usted? —preguntó Chase—. ¿Por qué estaba en sus manos?
La mirada de Dwight se suavizó por un instante, revelando una fractura de dolor profundo bajo la superficie del viejo cazador.
—Hace años, cuando estuvimos en el caso, el dios Yamata no Orochi quiso recuperar su poder, el cual residía en esta espada, la cual era custodiada por una familia. —Dwight sonrió apenas, con melancolía—. Mi esposa era parte de esa familia, y cuando llegó la hora de proteger la espada, ella logró herir a Yamata... pero ella y mi hijo, en su vientre , pagaron el costo, sucumbiendo al veneno de Yamata.