Ni hubo lágrimas. Solo sueños disolviéndose con cada segundo que pasaba desde la aceptación.
No siempre, ni tan a menudo, las cosas se dan como se proyectan, y eso forma parte del riesgo de jugar a vivir. A veces se gana, a veces no, y otras, simplemente el juego queda sin concluir.
Cuando no es el momento ni siquiera valen las excusas, son trenes que se rozan yendo por vías distintas, y que se van bifurcando tan de a poco que parece que se acompañaran.
Hasta que no se ven más.
Puede doler un poco, pero es más parecido a observar una cicatriz, todavía enrojecida, apenas molesta, pero indeleble y testigo de algo que fue apenas un rasguño que dejó marca.
No era el momento, y nadie tuvo que decirlo. Solo pasó lo que debía y el ambiente se pobló de ausencias. No hubo reproches ni pedidos de disculpas. Alguna sonrisa amarga, algún “hasta pronto” quizás implícito, tal vez sin pronunciar.
Otros momentos llegarán, con otros rostros y otras voces. O con los mismos pero con las diferencias marcadas por el paso del tiempo. Con más experiencia, con más sabiduría. Con menos dolor.
Y quizás con las mismas ganas de tener esa pasión perdida, aquella que no se dio cuando no era el momento.
Aunque tampoco será la misma pasión.
Ni el mismo amor.