Tu lengua y la mía no se conocen, pero han hablado demasiado de tener un encuentro. Al menos el primero, los que le siguen serían inevitables. Ellas, tímidas y algo distantes, se han expresado al principio con ayuda de sus amigos, los dedos, que han sabido traducir exactamente lo que querían decir. Incluso hasta han sido más valientes en muchas expresiones, con tanta sutileza que no les costó enemistad sino agradecimiento. Porque al fin y al cabo la tuya y la mía son buenas lenguas.
Tu lengua saboreó el primer beso que aún no nos dimos, con un hábil truco de su otra amiga inseparable: la imaginación. Y hasta pudo hacer que mi lengua deseara y vislumbrara exactamente lo mismo… ¿O fue al revés? El caso es que ambas se imaginaron a oscuras, tocándose las puntas amparadas por la complicidad de dos bocas que las protegen celosamente. Luego se imaginaron abrazadas, propinándose caricias y atrevidos empujones, aprovechándose de su humedad para invadir la intimidad de la otra con suaves deslizamientos.
Mi lengua quiso protestar, no podía conformarse con que eso fuera sólo un deseo, entonces la tuya lo hizo al unísono y casi sin darnos cuenta, las confabuladoras habían logrado propiciar un encuentro. Mi lengua se animó entonces a imaginar más, porque sabía que podría concretar sus anhelos. Y fue allí donde sin permiso pero sin protesto salió de tu boca y acarició tu cuello. Y fue después donde saboreó el distintivo gusto de tu piel según la zona de tu cuerpo, la dulzura de tus pechos, la sal de tu estómago, la suavidad y textura de tu pubis…
Pero tu lengua no iba a permanecer inmóvil; ella también pensó en que no se quedaría a esperar a que la mía se dignara a buscarla nuevamente. Y así bajo untando mi pecho, jugó a empapar mi vello, a rodear descaradamente mi cintura, a despertar mi sexo como si de un fruto al que deseaba saborear se tratara…
Tu lengua y la mía se encontraron muchas veces más, sin permiso, pero con total aceptación. Sin que fuesen las partes exclusivas de nuestros cuerpos que decidieron unirse, sino las primeras. Sin que no pretendiesen ser más que mensajeras de lo que sentimos, artífices de la materialización de uno, y muchos más actos de amor por venir.
Tu lengua y la mía pueden descansar ahora, pero solo para volver a comenzar…