NARRADOR: Carlos y María han pasado más de la mitad de su vida juntos. Casi no tienen memorias propias de eventos importantes por separado. Misma escuela primaria, misma secundaria, mismo barrio, mismas amistades. Quienes los conocían desde tan temprana edad, no dejaban de decir que terminarían juntos. Y así fue. Luego de un extenso noviazgo en el que Carlos se recibió de arquitecto hasta abrir su estudio, y María estudió filosofía y letras, se casaron. Lo hicieron, obviamente, con el visto bueno de ambas familias y los buenos deseos de sus amigos. Y hasta del celoso del hermano de María, que no tenía problemas en agarrar a trompadas al que se acercara a ella solo para invitarla a salir.
Quizás si su historia de amor hubiese comenzado mucho antes, en otra época, y hoy los sorprendiera la ancianidad, la historia seguiría siendo tan perfectamente lineal y redonda como cuando se inició. Pero hoy los tiempos son otros, más convulsionados, más revulsivos, más complicados tanto a la hora de relacionarse, como a la de intentar mantener los vínculos de la manera más sana posible. Si hasta la pareja de viejitos del meme, ese que reza “somos de la época en la que si algo se rompía, lo arreglábamos, sin pensar en que había que tirarlo”, ahora debe estar en crisis.
Por eso mismo, esto que les sucederá a Carlos y María, era inevitable. O tal vez sí, pero las excepciones, no son para todos, aunque se crean dueños de sentimientos excepcionales.
Carlos se terminó de vestir con mucho cuidado, tratando de no arrugar su traje. Eran cerca de las 20, pero lucía el ambo azul que solía llevar a alguna que otra junta del estudio por las mañanas. Su camisa, sin embargo, no era la blanca aburrida de siempre, sino una de seda gris que le sentaba particularmente bien. Al igual que la corbata, de un rojo pasión que hubiese llamado la atención más de lo debido en cualquier presentación de proyectos. Se acercó a la puerta con el maletín en su mano, y desde allí le habló a su esposa, que estaba sentada viendo por enésima vez un reportaje a Cortázar a pesar de que casi se lo sabía de memoria.
CARLOS: Salgo a una junta. Vamos a tratar lo del edificio nuevo de Palermo. No me esperes. Me voy a demorar.
NARRADOR: María apenas giró su cabeza para mirarlo, sonrió con cierta amargura en el rostro.
MARÍA: Hace mucho que no lo hago. Que te diviertas.
CARLOS: ¿Qué no hacés qué? Dudo que me divierta. Ya estoy cansado de explicarle lo mismo a los tipos que no terminan de decidirse. No me voy a divertir.
MARÍA: Hace mucho que te hago caso en “no esperarte”. ¿Llevás la cuenta de las veces que me lo dijiste en estos años? Lo que agregás después, sobra. De hecho, me da lo mismo.
CARLOS: Por favor, no vas a empezar otra vez con tus celos. Llevo el celular, me podés llamar cuando quieras.
MARÍA: ¿Celos? ¿En serio me decís? Si los tuviera de verdad, te pongo una barricada en la puerta. Pero ahí tenés, todo el camino libre para ir y venir cuando quieras. Lo del celular me lo decís porque sabés que no te voy a llamar, como nunca lo hice para no molestarte.
CARLOS: ¿Y entonces? ¿Qué te pasa? No me gusta que tengas esa actitud como de no creerme nada.
MARÍA: Es que no te creo, disculpame. Hasta me parece infantil el verso ese del edificio de Palermo. Llevas tantos edificios hechos en estas salidas, que a estas alturas no quedaría un solo árbol en la zona. Te crees que soy tonta, pero está bien. Es mi culpa dejar que lo píenses.
CARLOS: Lo único que me faltaba, que te pongas paranoica. ¿Querés que te pase con Goncada? Sabés que mi socio es un amargo y ni siquiera somos amigos, él no te va a mentir para cubrirme.
MARÍA: Por favor, seguís subestimándome. ¿No te das cuenta de que no te persigo porque ya no me importa?
CARLOS: Esa tampoco serías vos. Siempre te preocupaste por marcar la cancha, por cuidar lo tuyo, no me digas que no es así.
MARÍA. “Era” así, Carlos, tiempo pasado. Y “siempre” es una palabra que se gasta como todas las demás. Fuiste mío, pero en alquiler. Y la verdad, es que no somos de nadie, por eso al final las cosas salen mal. Nos creemos dueños cuando somos simples inquilinos en el corazón del otro. Y no siempre el alquiler se puede renovar. Se necesitan las dos partes para eso.
CARLOS: No empieces con las metáforas. Después me decís que soy malo para entenderlas. Si me querés decir algo, hacelo de una vez, pero no te aguanto más con esa cara.
MARÍA: Por supuesto que no me aguantás, por eso mismo vas a verte con… bueno, eso tampoco es de mi incumbencia.
CARLOS: Ahora tengo que tenerte lástima, y tratar de que no estés desconfiada. No te preocupes, ya mismo llamo al estudio y suspendo.
MARÍA: No hace falta. ¿No entendés lo que te estoy diciendo? No me interesa lo que hagas. Ni con quien te veas.
CARLOS: Listo, me quedo. Después si falta dinero, o se me siguen cayendo los proyectos por irresponsable, no te quejes.
MARÍA: Seguís jugando al pollito mojado. Ni siquiera estoy enojada, ni ofendida. ¿Cuánto llevas haciendo esto de salir diciendo “no me esperes”? ¿Tenés idea?