Líneas Huérfanas

23 - COMO VAMPIROS / micro ficción radio teatral

Como Vampiros

de Henry Drae

 

NARRADOR: Cuando MARCELA comenzó a ejercer como profesora de Historia en la facultad, se sentía en la plenitud de su vida. Su edad dorada iba desde los 40 a los 50 y pico que tenía en el presente, y que se negaba a revelar, con alguna excusa tonta cuando se le preguntaba de manera directa. El hecho es que seguía luciendo fantástica. No era demasiado alta, pero nunca evitaba los tacos que la hacían ver imponente. Lo mismo ese set de faldas cortas negras que combinaba, casi de forma excluyente, con varios anteojos de marco grande que dejaban ver sin obstrucciones sus ojazos turquesa. Su melena negra frondosa y enmarañada, a la que rara vez tocaba con tintura, -solo para dar un reflejo-, constituía la cereza del postre en la apariencia de esa mujer fatal. 

Pero la habilidad mayor que tenía MARCELA era la de ocultar su vida amorosa. El prejuicio la marcaba como una come-hombres. Por actitud, por su mirada, por su feminidad tan seductora, y por los rumores, jamás comprobados, de que había tenido no menos de tres o cuatro historias de amor apasionado con algunos de sus alumnos. Alumnos que ya eran mayores de edad, así que en todo caso, la condena pasaba por un planteo ético, pero nunca legal.

 

Y cada vez que este tema se instalaba por alguna razón en las charlas de los descansos entre el plantel docente, MARCELA tenía un defensor incondicional. ANDRÉS era quizás lo opuesto a lo que exhibía su compañera. Contaba apenas con unos años más que ella, estaba cerca de los sesenta, y tenía la misma altura, pero siempre quedaba por debajo gracias a los enormes tacos que solía portar su compañera. Estaba un poco excedido de peso y su cabello era una suerte de combinación entre calva y algunas canas rebeldes. No obstante, Andrés tenía una personalidad carismática, una conducta intachable y una voz que seducía y compensaba cualquier otra falta de atributos físicos. Él tenía una gran debilidad por MARCELA, que muchos también asociaban a un amor que llevaba de manera platónica. Ella era muy atenta con él (y con todos en general), pero si se hacía una encuesta en el ámbito laboral, todos hubiesen respondido con una risa burlona a la pregunta de si ANDRÉS podía ser pareja de esa encantadora mujer.  

Hasta que un día, el hombre quiso terminar con esa jocosidad que vislumbraba sin necesidad de encuestas, y decidió tirarse a la pileta. En varias oportunidades se había dicho a sí mismo: “El NO ya lo tenés”, pero, cuando se sinceraba realmente, ese “NO” lo aterraba más que pocas cosas en la vida. Así que aprovechó el momento en el que ambos coincidían en la sala de profesores, previo a la salida, para ir directo al grano.

 

MARCELA: ¡Hola Andrés! Apenas si nos cruzamos hoy.

ANDRÉS: Sí, es verdad, ¿cómo te va? Es que comencé a preparar los exámenes y no estoy saliendo ni en los descansos.

MARCELA: Ah, sí. Yo estoy procrastinando de lo lindo, en una semana me voy a querer matar. ¡Menos mal que siempre hay alguien que se ofrece para ayudar!

 

MARCELA buscó la vista de ANDRÉS, que estaba todavía acomodando carpetas, distraído. Pero finalmente la sintió, y cuando levantó la mirada, la morocha le estaba guiñando un ojo. Sonrió con ganas, trató de no pensar demasiado en la situación, no quería ponerse colorado. Por eso mismo, las palabras brotaron de su boca casi de manera natural.

 

ANDRÉS: El sábado cenamos. Te invito a casa. Te diría que lleves algo de material para organizar, pero si pretendés que te ayude, antes tenés que relajarte un poco. Igual que yo, así que primero nos tranquilizamos, sin papeles que molesten en el medio, y la semana que viene te doy un tutorial intenso sobre cómo preparar exámenes y no morir en el intento, ¿te parece?

MARCELA: Ah, pero ¡qué resolutivo estás! Ni siquiera me preguntaste si tengo planes el sábado.

ANDRÉS: Es porque sé cómo preparar la mejor bondiola braseada al vino que puedas imaginar. Por eso estoy tan seguro de que nada mejorará ese plan.

MARCELA: (riendo) Está bien, trato hecho, llevo un vinito.

 

Andrés no podía más de la euforia. Faltaban dos días para el sábado y se había animado a tirar una flecha que había dado en el blanco en el primer intento. Podía haberse reprochado por los años en los que no se había atrevido, pero nada podía quitarle la satisfacción de saber que tendría en su casa a la mujer de sus sueños. Porque MARCELA lo era, y hoy ya no le quedaban dudas.

 

A las 21:30 del sábado, ANDRÉS ya tenía la mesa puesta y la cena casi lista. Diez minutos después sonó el timbre y MARCELA: apareció en su puerta, vestida de manera muy discreta, con un mono negro, sin escotes ni transparencias. También había obviado llevar alguna de esas faldas reveladoras, que eran su marca personal. Traía una botella de un vino de cosecha tardía y una sonrisa luminosa en el rostro aniñado.

Mientras picaban una variedad de quesos de una tabla y probaban el vino, sonaba una música muy suave de fondo, a la que ella elogiaba en la selección, cada vez que cambiaba el track. Nada podía salir mal, aunque, a decir verdad, ANDRÉS no sabía exactamente hasta donde llegaría esa situación. Cenaron con despreocupación, hablaron de sus familias, de detalles personales que desconocían uno de otro, y finalmente, de los prejuicios de sus compañeros sobre la vida de MARCELA.



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En el texto hay: misterio, versos, historias

Editado: 24.08.2022

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