NARRADOR: Gastón y Marcela eran hermanos, Él era mayor por un año y medio. Crecieron en el seno de una familia clásica, pequeña. Solo eran ellos y sus padres, amén de dos abuelos a los que disfrutaban los fines de semana y un tío que los malcriaba muy de vez en cuando, cuando recordaba que existían y caía de visita, sin avisar.
Gastón era muy protector de su hermanita cuando ambos aún no pasaban los diez años. Y si bien en su casa nunca existieron problemas de gravedad, sus padres solían discutir mucho y a los gritos. Entonces él se metía con la niña bajo la mesa, o la llevaba a su cuarto, y le tapaba los oídos para que no se asustara con la situación.
Elmer, el padre de los chicos, era bastante malhumorado y demandante. Y Sofía no solía quedarse atrás. Discutían por una comida fría, porque la TV no estaba en el canal del noticiero cuando se sentaban a la mesa, o porque los cubiertos no estaban suficientemente limpios. Todo parecía ser una excusa para que empezaran a gritarse. Nunca hubo golpes, o maltrato físico, pero nadie podía asegurar, que algunas de las palabras que se decían, dolieran menos que una bofetada.
Cuando crecieron, Marcela emigró primero. Se casó con su primer novio, Tomás. Y al poco tiempo, con menos de veinte años, estaba embarazada de Lucas, y luego de Ana. Ella se encargó de que su casa fuera muy diferente a la de sus padres, entonces, había logrado que nadie la contradiga, ni discuta por algo que, dejaba bien en claro, no era materia de discusión. Gastón, por su parte, tardó más en despegar. Viajó al exterior gracias a una beca como investigador, y luego regresó para asentarse de nuevo en su ciudad natal, pero en su propia casa y lejos de las discusiones con las que había crecido. Veía de vez en cuando a su madre, ya que Elmer había fallecido cuando él vivía en España. Pero menos aún veía a Marcela, de quien simplemente se había distanciado.
Pero un día sucedió lo natural, aunque muchas veces inaceptable, y Sofía falleció. Sin dudarlo, tanto él como su hermana se encargaron de organizar un velorio y el entierro. Hablaron lo necesario, aunque Gastón aprovechó a ponerse al día con sus sobrinos, que ahora tenían la misma edad que él y su hermana cuando eran cómplices inseparables. Luego de la ceremonia en el cementerio, Gastón abrazó a su hermana al despedirse, que parecía imperturbable y apenas había derramado alguna lágrima. Y allí sintió la necesidad de invitarla a tomar un café, solos, al día siguiente. Ella accedió algo sorprendida, y por un momento perdió la frialdad con la que asimiló todo aquel asunto.
GASTÓN: ¿Te acordás de este lugar? Tenía una mesa de pool en aquel rincón. Los viejos nos tenían prohibido siquiera pasar por la puerta.
MARCELA: Sí, y vos me traías a escondidas, eras terrible.
GASTÓN: ¿Yo solo? Como si alguna vez te hubieses negado. Además, vos eras la que insistía en venir. O en amenazarme con decirle a papá si no te traía.
MARCELA: (risueña) Te estás confundiendo, no hubiera sido capaz.
GASTÓN: Hacete la viva.
MARCELA: Pero bueno, contame, ¿seguís solo?
GASTÓN: Sí, negra, a estas alturas no quiero complicarme.
MARCELA: Claro, no sea cosa que encuentres a una que te lleve la contraria.
GASTÓN: ¡Mirá quien habla! Si en tu casa están todos de acuerdo porque no los dejás opinar. Mamita, las veces que fui a visitarte, ¡por poco el reloj daba la hora que vos querías, para no contradecirte!
MARCELA: Bueno, cada uno vive como quiere, y si mi marido quisiera otra cosa no estaríamos juntos, ¿no te parece?
GASTÓN: Vos sabrás. Te felicito si lo conseguiste. A mí no me gusta discutir por pavadas, pero tampoco sirvo para imponerme.
MARCELA: Bueno, “pavadas”, convengamos que vos nunca te pronunciás por nada. ¿O ahora seguís a algún partido o votás a alguien que te represente?
GASTÓN: ¿Sos loca? Si está claro que aunque el partido sea el rojo o el azul, son todos lo mismo. Jamás discutiría de política sabiendo eso.
MARCELA: Claro, te crees superior a todos, estás más allá del bien y del mal.
GASTÓN: No, no se trata de eso. Es no entrar en un juego divisorio, nada más. Si después en el reparto, no te toca nada. Si apoyás a unos o a otros, sos funcional.
MARCELA: Está bien, pero date cuenta de que si metés a todos en la misma bolsa, te ponés en frente del que cree en ese sistema y te estás dividiendo igual.
GASTÓN: Dale, sos terrible, si no la ganás, la empatás. Eso lo heredaste de mami.
MARCELA: Puede ser. Y a vos no te sacan una sonrisa ni a palos, y eso es bien de papá.
GASTÓN: ¿Los extrañás?
MARCELA: ¿Sabés que no? Y no digo que no me duele el pecho pensando en que no están, en que no puedo ir a verlos cuando quiera, porque los quise, los quiero y los voy a querer siempre. Pero nunca los pude disfrutar. Nunca pude hablar con ellos si no era en medio de una discusión. Una vez pensé: “cuando yo no esté viviendo más acá, se van a dar cuenta de lo que se perdieron por estar todo el tiempo peleando”. Pero un día, cuando ya hacía rato que estaba casada, los fui a ver con los chicos chiquitos y con mi marido. Y en lugar de disfrutar de la visita de su familia, terminaron peleando porque el agua para el mate se había hervido. Ana, que apenas era bebé, se largó a llorar cuando elevaron el tono. Nos tuvimos que ir. Entonces me di cuenta de que no iban a cambiar más.