Mientras amenaza una lágrima con nublar mi vista, me rindo al pensamiento de que en efecto, fueron pocos.
Hablo de los besos que nos dimos, que apenas llegaron al número suficiente para que nuestras bocas se acostumbren a su sabor y calidez.
O las caricias que, aún menos frecuentes, erizaron nuestras pieles y nos hicieron sentir que estábamos junto a esa persona que se nos escondió toda una vida.
Ni que hablar de los abrazos, que usamos en encuentros y despedidas, con fuerza y contundencia, sin temores, sin vergüenza y con las ganas de no soltarnos jamás.
Y desde ya, fueron pocos los momentos de intimidad. Esos en los que jugamos a buscar un placer doble y simultáneo mientras fundíamos nuestros cuerpos en uno solo. Fueron pocos los suspiros, los gemidos, los gritos contenidos y los incontenibles, y las palabras que solo nos diríamos en esa situación sin tener, al menos, un poco de pudor.
Pero todo era tan perfecto que esa fue solo una parte, porque de lo cotidiano también hicimos de cada segundo algo entrañable.
Fueron pocas las charlas, los intentos por ponernos de acuerdo en lo irreconciliable, que nunca llegó a terminar en contienda por lo mucho que nos respetamos.
Fueron pocas las comidas, hablando de recetas que nos pasamos, pero que jamás nos saldrían igual por mucho que las siguiéramos al pie de la letra. O las mateadas, que no dejaban de ser la excusa perfecta para tener una charla sobre el tema que se nos hubiese ocurrido, por disparatado que fuera.
Fueron pocas las lágrimas, porque intentamos que la emoción se canalizara de otra forma y los dramas personales fuesen privados para que no terminaran empañando el disfrute. Tampoco resultaba ideal, aunque comprensible, porque aún en esos instantes, sabíamos que el tiempo compartido, nos parecería insuficiente.
Pero pocos, me animaría a decir realmente escasos, fueron los días que estuvimos juntos. No importa cuantos, porque si dijera un número, la relatividad empañaría mi mensaje. Fueron apenas un lapso de tiempo, si los comparo con toda mi existencia sin haberte conocido.
Fueron tan pocos, que ya los multipliqué varias veces en lo vivido con posterioridad, sin dejar de añorar cada momento. Y a medida que avanza la aguja, la sensación se magnifica.
Porque puede que el tiempo lo cure todo como dicen, pero además, nos brinda la magia de transformar cada cicatriz, en el más poderoso recordatorio.
Y de lograr que, en lugar de lágrimas, aparezcan sonrisas que conviertan la nostalgia en algo maravilloso.
Como para dejar de decir que todo fue poco sin valorarlo, y pensar en lo hermoso que resulta, el saber que he conocido a alguien a quien pude haber amado de esa manera.
Y a agradecer que con tan poco, en mi alma haya dejado tanto.