Lío en el arcén

2.2.

En veinte minutos ya estaba en uno de los garajes del barrio, sorbiendo una cola de lata. Diego hurgaba en la puerta del coche con una linterna en la frente.
—Oye —empecé con cautela—. ¿No necesitan ayudantes?
«Ustedes» eran el Académico y un par de conocidos que curraban para el brasileño González. Él llevaba el taller y era especialista en alemanas. Incluso en dinosaurios como mi Golf.

Diego me miró, limpiándose el sudor con una mano manchada hasta el codo; el bigote parecía haber engordado con el aceite.
—¿Y tú qué sabes hacer? —preguntó.
—Puedo sostener la linterna… pasar la llave de diez… poner cara de tonto, como si fuera un gorro santo, y estorbar —respondí con una sonrisa triste.

El Académico no apreció mi humor.
—Hablaré con Alonzo —dijo—. Se quejaba de que no hay quien haga la faena sucia: limpiar charcos de aceite, recoger herramientas… cosillas.
Me encogí de hombros. Después de todo lo de los últimos tiempos, me daba igual. Tenía que pagar el piso hecho polvo. Y llenar el tanque, aunque fuera con lo mínimo. Volver al pueblo con mamá no me hacía ninguna ilusión.

—No tienes mucho de dónde escoger, —masculló Diego, mirando sus manos. —Pero hombre, eres bruto, tendrás que currar y curtirte. Se te puede enseñar. No eres tan tonto.
Resopló y yo, sin dejarle el último gesto, le lancé una bayeta sucia a la cara, en plan broma.

Él era un pro: la electrónica del coche le salía como un puzzle infantil. Incluso le entendía a los motores. No era mi caso… Mi madre siempre dijo: «mira al Diego y aprende».

Nos quedamos un rato charlando en su esquina hasta que su mujer, Alicia, asomó por el balcón y lo echó a casa. Con ese tono nuestro, con mala uva.
De camino a casa me llamó Diego otra vez: había hablado con su jefe por mí. Alonzo podía verme mañana por la mañana para cerrar detalles. Por fin algo positivo en el día. Un pequeño pero rayo de luz.

Llamé a mi madre. Como siempre, preguntó por el trabajo —le mentí, que todo estaba bien. Le diría la verdad cuando tuviera algo fijo. ¿Para qué preocuparla ahora?
Y otra vez lo mismo: las chicas, las relaciones, «¿cuándo encontrarás a alguien?». Como si eso fuera lo único urgente ahora. Como si yo fuera un premio en un escaparate y la gente hiciera fila por mí. Ja. ¿Un héroe de comedia romántica yo? Más bien chofer secundario de micro.

Me llamó para ir: que había problema con un pozo, que fuera a mirar. Y sí, la echaba de menos: su voz, el jardín, la calma. Cuando coja ritmo en el taller, prometí, volveré cuanto antes.



#1536 en Novela romántica
#479 en Otros
#209 en Humor

En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 02.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.