Suspiré. Sospechaba que mi madre y esta mujer rizosa conspiraban juntas. ¿De verdad no había entre sus pretendientes uno solo con un destornillador?
— Vale. Pero me lavo y me cambio primero.
El problema del riel se resolvió con un tornillo y un viejo taladro. Revisé el otro anclaje y ya me iba cuando ella entró con un vaso de kvas frío, el cristal verde empañado.
Algo en Nina había cambiado… llevaba el pelo suelto y un vestido distinto, más corto.
— Pensé que querrías refrescarte, — dijo con una sonrisa misteriosa.
— Gracias. — Bebí de un trago la mitad, me limpié los labios y ya iba hacia la salida cuando me tocó la mano.
— Xermán… hay otra cosita, si puedes.
— Dilo ya.
— Un enchufe… no ajusta bien. ¿Lo miras?
No soy electricista, pero viendo la casa, estaba claro que allí no entraban muchas manos masculinas con herramientas.
El enchufe resultó más complicado: tuve que cortar la luz de toda la casa. Nos quedamos casi a oscuras, con apenas la linterna y la pantalla del móvil alumbrando.
Nina se movía inquieta en la silla, suspirando. Yo deseaba que se fuera un momento, porque incluso en penumbras sentía su mirada afilada sobre mí.
— Listo, señora de la casa. Revise usted, — dije sacudiéndome las rodillas, evitando mirarla directamente.
— Ay, gracias, Xermiño, — sonrió sin mirar el enchufe. Sus ojos estaban clavados en mí.
— ¿Algo más o ya puedo irme a casa?
Ella se acercó, lo suficiente para que yo viera el escote de su vestido. Seguro que quería que lo notara. Sus ojos oscuros vagaban por mi cara y su sonrisa tenía algo de amenaza.
Solo un imbécil absoluto no habría entendido lo que estaba pasando. Y yo me empeñaba en hacerme el tonto.
— No seas tan frío, — susurró, pegándose más. — ¿O es que ya tienes a alguien?
Sonó como un reto.
— Puede que sí. ¿Y qué?
— Eres un crío, Xermán… — suspiró de nuevo, pestañeando despacio. — ¿Y si recordamos los viejos tiempos?
— Nina, no seas ridícula. — Intenté apartarme, pero empujaba con demasiada insistencia. — Acostarme contigo ahora sería como pegarme un tiro.
— El que me mata eres tú — replicó, fingiendo ofenderse.
— Entonces estamos en paz.
La rodeé y me dirigí rápido a la salida. Aún la escuché dudar unos segundos y luego correr tras de mí. Solo me faltaba eso.
Ya salía por la verja cuando gritó, baja pero con claridad:
— ¡Te vas a arrepentir de esto, Álvarez!
Su voz sonaba herida.
Bufé sin mirar atrás. El cansancio me aplastaba los hombros como si llevara encima un tren de carbón.
Editado: 02.10.2025