—¡No puede ser! —exclamé, sin dar crédito a mis ojos al entrar al taller aquella mañana.
Allí, sobre el foso, estaba el mismo BMW blanco que unos días antes casi me saca de la carretera. Podía haberme confundido, pero las placas —que se me habían grabado a fuego— no dejaban lugar a dudas.
—¡Buenos días, Pupsito! —me saludó Diego con su habitual palmada amistosa, antes de mirar el coche con las manos en la cintura—. ¿Te gusta, eh?
—Sí… bueno, no va por ahí la cosa —dije, rascándome la nuca.
De repente sentí una sensación rara, como si tuviera el poder absoluto en mis manos. El coche estaba ahí, reluciente, indefenso… y yo apenas podía contener las ganas de hacerle alguna pequeña maldad.
—¿Y por dónde va la cosa, entonces?
—Esa “behemé” me cerró el paso el otro día. Justo cuando me echaron de la joyería —confesé, frotándome las manos mientras mi cerebro buscaba ideas dignas de una venganza poética—. Pero parece que el karma existe.
Diego soltó una carcajada tan fuerte que casi se cae dentro del foso. Se reía como si acabara de escuchar el mejor chiste del siglo.
—No me sorprende —dijo entre risas—. Leila es clienta habitual de la casa.
—¿Leila? —repetí, parpadeando. Nunca había oído ese nombre. Él, en cambio, hablaba de ella como si fueran viejos conocidos.
—¿Y si le metemos una gamba cruda en el filtro del aire? ¿O un huevo debajo del asiento? —sugerí, muy serio.
—Eh, ni se te ocurra —replicó Diego, negando con su brillante calva—. ¡Alonzo me mata si le toco el coche a su hija! Y a ti, ni te cuento.
—¿Su hija? —pregunté, tragando saliva.
—Así es. Pero tranquilo —me dio una palmada en el hombro—. No te va a decir nada si se entera de que tuvisteis un… pequeño encontronazo en la carretera.
Me puse a ordenar las herramientas, intentando no mirar hacia el coche, pero era imposible. La imagen de aquellos ojos grises —fríos, desafiantes, casi tormentosos— seguía persiguiéndome.
—No estarás planeando nada sin decírmelo, ¿verdad? —Diego asomó la cabeza desde el foso con mirada inquisitiva.
—Tranquilo. No pienso tocar nada. Sobre todo ahora que sé… quién es —dije, tratando de sonar convincente.
—Por cierto —continuó él, cambiando de tema mientras ajustaba una válvula—, ¿cómo va la tía María? Gracias por el paquetito que mandó, me salvó la cena.
—Bien, bien. Aunque últimamente anda con ideas raras —resoplé—. Intentó emparejarme con Nina Carrasco.
—¡No fastidies! —dijo, asomando su cabeza del foso con cara de horror.
Editado: 21.10.2025