Lío en el arcén

7.2.

—Te lo juro.

—Bueno… algo de razón tiene —comentó, pensativo—. Te hace falta una mujer. Pero no esa mujer.

Puse cara de limón agrio y le lancé una mirada asesina. En eso, al menos, coincidíamos plenamente. Nina no era mala persona, pero en el pueblo ya se había ganado su reputación… y las reputaciones en los pueblos corren más rápido que el Wi-Fi.

—No te he preguntado, calvorota —le espeté, amagando un golpe. Él fingió encogerse, riendo.

El día de trabajo avanzaba lento hacia el mediodía. Diego, que hoy hacía de todo, tuvo que salir al mercado de piezas a buscar un repuesto raro que no había podido encargar.

Yo me quedé solo en el taller, sentado en el viejo sofá de la trastienda, escuchando la radio mientras devoraba los rollitos de repollo que me había mandado mamá. Sabían a nostalgia y a domingo.

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí o se han quedado dormidos todos? —una voz femenina sonó desde la entrada.

Dejé el envase sobre la mesa, me estiré y salí al taller.

Allí estaba ella. Leila Gutiérrez, la reina del carril izquierdo. Vestía un vestido celeste, ligero y corto, y sus inseparables gafas de sol amenazaban con caerse al suelo en cualquier momento.

—¿Qué quieres? —pregunté, acercándome. Mi voz resonó grave en el eco del taller y ella dio un pequeño salto del susto.

—¿Usted me está tomando el pelo? —exclamó, mirando alrededor como si buscara testigos invisibles.

Me crucé de brazos, esperando.

—No me digas que tú vas a reparar mi coche —dijo con un tono que podía cortar el aire.

—¿Y si fuera así? —contesté con calma.

—Sería… cringe —dijo, alargando la palabra y torciendo la boca como si acabara de morder un limón.

Alcé una ceja. ¿Cringe? ¿En serio?

—Papá me pidió que te avisara de que ya llegó la pieza que encargaron. Volverá en cuanto la recoja —añadió, en plan “ya está, mensaje entregado”.

—Gracias por el comunicado —dije, dándome la vuelta. Pero su voz volvió a sonar detrás de mí.

—¡Y no tardes con mi coche!

—Depende de cómo se dé el día —respondí sin mirar atrás. Ni siquiera era mi tarea directa, pero el orgullo no me dejó callar.

Ella apretó los labios, hizo un pequeño puchero y se marchó hacia la oficina, dejando tras de sí un leve olor a perfume caro y a problemas.

Me quedé mirando el hueco donde había estado. No sé qué tenía —su mirada, su forma de hablar, o ese aire de “todo me sale bien”—, pero algo en ella me dejaba intranquilo.

Intenté concentrarme en mi comida, pero cada vez que cerraba los ojos veía su vestido azul, su melena oscura y esos ojos grises que parecían reírse de mí… o tal vez leerme.

—Bueno, Pupsito, ¿me extrañaste? —la voz de Diego me devolvió a la realidad. Entró sudando y sonriendo, como si acabara de ganar la lotería—. Termina ese manjar de dioses y prepárate, que tengo planes grandes para ti.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 21.10.2025

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