Lío en el arcén

9.

El suave aroma floral llenó el coche en cuestión de segundos. Sin querer, respiré un poco más hondo y me dio cierta vergüenza por el desorden dentro del vehículo. El Golf avanzaba despacio por la salida del taller, mientras la grava crujía bajo las ruedas levantando pequeñas nubes de polvo.

Maldita sea. Otra vez esa aparición suya perfumada, como si una nube de lavanda hubiera invadido mi territorio. Y encima me sentía culpable por no haber limpiado. ¿Por qué me detuve siquiera? Ah, claro… porque me lo pidió. Con ese tono de “me lo debes”. No era una chica: era un huracán con tacones.

—No te había visto por aquí antes —dijo con voz distraída, jugando con un mechón brillante de su pelo entre los dedos.

—¿Llevas tú el registro de empleados de tu padre? —respondí, cambiando de carril.

—No, pero tampoco somos tantos como para no conocerlos a todos.

—¿Y ya memorizaste mi cara? —pregunté sin mirarla.

Recordé perfectamente cómo me había observado antes de soltar lo de “pupsito”. Tiene puntería, la condenada. Pero… ¿por qué me molestó tanto?

—Preferiría no hacerlo —suspiró ella—, pero no me queda otra.

—Qué pena me das —dije con tono sarcástico, aunque mi cara no lo reflejó ni un poco.

Un gran actor, sí señor: fingiendo calma cuando en realidad solo quiero que se calle. Esa conversación se me metía bajo la piel. No soporto que me “noten”.

Subí el volumen de la música. No tenía la menor intención de seguir con charlas vacías. Si hablábamos del tiempo, me quedaba dormido al volante.

Solo quería llegar a casa. Sofá. Cecina. Silencio. Sin miradas astutas, sin perfume, sin tacones martilleando mis nervios.

Ya estábamos cruzando el puente del metro, acercándonos a la Plaza Mayor. Madrid brillaba bajo las luces de la noche, preparándose para entretener a medio mundo. El sofá parecía más atractivo con cada semáforo.

—¿Vives cerca de aquí? —tuvo que alzar la voz para hacerse oír sobre la música, estirando la mano hacia el volumen.

—En Tetuán, —contesté, echando un vistazo a sus dedos: uñas largas, cuidadas pero discretas, y una pulsera fina que brillaba como si valiera más que mi coche.

Claro. Una chica de manos suaves y palabras afiladas, de las que te dejan pensando una semana después. Pero, eso sí, con estilo. Y ese brazalete... caro. Muy caro. No, Xermán, ni lo pienses. No es tu liga.

—Y yo que creía que solo venías hasta aquí por mí —bromeó, cruzando las piernas con aire de triunfo.

—Recoge el labio, que se te va a caer por la ventanilla. ¿Dónde te dejo?

—Aquí mismo, en la esquina está bien.

Salió del coche con un movimiento elegante, poniéndose recta sobre sus tacones. Se acomodó el pelo liso como el cristal y me miró directamente.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 21.10.2025

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