Lío en el arcén

11.

Leila

—Vamos, fiestera, despierta —la voz de mi padre me partió la cabeza en dos, como un trueno en pleno mayo. Cerré los ojos con más fuerza, intentando que la luz de la mañana no me abrasara las retinas.

La cabeza no me dolía… me retumbaba, como una campana después de Semana Santa. Tenía la boca tan seca que la lengua parecía papel de lija.

—¿Papá? —conseguí articular, mirando a mi alrededor con pereza.

—¿Y a quién esperabas ver, a tu príncipe azul? —papá estaba al pie de la cama, con los brazos en jarras y ese tono de general enojado. Su barriga subía y bajaba al ritmo de su respiración enfadada.

Recordaba la noche anterior de forma borrosa, como si la hubiera visto por una cámara llena de vapor. Pero una cosa sí sabía: no tenía que haber vuelto a casa. Había montado toda una operación encubierta en la oficina con ayuda de mi mejor amiga, Sonia, que había jurado ante mi padre que yo me quedaba a dormir en su casa.
¿Habrá sido ella quien me delató? No… imposible.

¿Y si me trajo… Xermán?
Por favor, que papá no lo sepa. Si se entera de que su hija llegó medio inconsciente en brazos de uno de los mecánicos de su taller, nos mata a los dos. Bien recuerdo que le pedí que me llevara hasta la Plaza Mayor… qué tipo más insoportable.
Esos comentarios, esas miradas… como si tuviera rayos X en los ojos. Como si ya me hubiera fichado en una carpeta mental con el título “Elemento de riesgo”.

—¿Piensas darme alguna explicación, Leila Gutiérrez? —tronó otra vez su voz. Me metí bajo la almohada como si eso pudiera hacerme invisible. No me ves, no existo, soy una florecita.

—Muy bien —bufó—. Desde hoy, señorita, queda bajo arresto domiciliario. Y te quitaría el coche, si no estuviera todavía en reparación.

Murmuró algo más que apenas entendí entre las mantas y salió, cerrando la puerta con un portazo que me atravesó el cráneo. Mamá trató de calmarlo en voz baja, sin éxito.

Me quedé en la cama un rato más. Dormir ya era imposible, pero tampoco quería enfrentarme a su mirada otra vez. Siempre había sido estricto, pero últimamente parecía vivir en modo “dictador”.

Estudio medicina, saco buenas notas —al menos, suficientes para que él no se avergüence de mí. Salgo con un chico formal, de buena familia… bueno, salía. Hasta anoche. Y sí, me gusta divertirme a veces. ¿Eso es un crimen?
La juventud lo perdona todo. Y si no lo hace, el problema es suyo.

—Prepárate. Te vienes conmigo al trabajo. Te quiero en el coche en media hora —su voz retumbó al otro lado de la puerta como una sentencia judicial.

Pasar el día entero en su taller no sonaba precisamente tentador. Y peor aún: tener que ver a Xermán.
Por Dios, que alguien me deje volver a la cama. Un mes. O dos.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 21.10.2025

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