Xermán
Durante todo el camino a casa pensé en cómo le contaría a Diego lo de anoche. Aunque al final no hizo falta: apenas abrí la puerta del piso, su ronquido ya retumbaba por todo el salón.
De verdad, no entiendo cómo Alicia puede dormir con ese hombre. Tan delgado como un palillo, pero ronca peor que un jabalí viejo.
Espero que se reconcilien pronto, porque otra noche con su sinfonía infernal y acabo mudándome.
Por la mañana, Diego caminaba por delante de mí en el aparcamiento, como si compitiéramos por el “mejor sitio”. No sé qué sitio puede ser “mejor” en un Golf de veinte años, pero él parecía convencido.
Abrí el cierre centralizado y el calvo se abalanzó sobre el asiento del copiloto, el mismo en el que anoche había dormido Leila.
—¿Y esto qué es? —murmuró, arqueando una ceja.
—¿Qué pasa ahora? —pregunté, girando la llave en el contacto.
Diego sostenía una diminuta bolsita de mujer, colgando del dedo por su fina correa, como si temiera que lo mordiera.
—Parece que la señorita Gutiérrez se olvidó de algo, ¿no? —dije con ironía, sacando el coche de la plaza.
—Así que no lo soñé… ¿y qué vas a hacer con eso?
—Nada. Ya vendrá por ella. Tiene pinta de ser cara, así que seguro aparece pronto.
Tomamos café de máquina, y Diego se fumó un cigarrillo. Llevaba toda la mañana quejándose de dolor de cabeza, aunque el que sufría era yo, de escucharlo. Y aún nos quedaba todo un día de trabajo, solo los dos.
—Entonces, ¿qué tal la noche con la princesa oriental? —preguntó desde el otro lado del motor, con esa sonrisa suya que pedía una llave inglesa volando.
—Nada, la llevé a casa y punto.
—¿Y no intentó nada? —insistió el muy pesado.
—Por favor, apenas se tenía en pie —me reí, casi soltando la llave sobre su calva brillante.
El coche estaba casi terminado y el buen humor reinaba en el taller. Nada podía arruinarlo… salvo otra sorpresa del “orgullo bávaro” bajo el capó.
—Xermán… —una voz femenina resonó detrás de mí. Supe de inmediato quién era.
Me quedé quieto, sin darme la vuelta, solo intercambié una mirada con Diego en la fosa. Ella suspiró, dudando si acercarse.
—¿Pupsito, te habla a ti? —susurró Diego, muerto de risa. Sus ojos brillaban en la penumbra.
Ni siquiera me molesté en enfadarme; la situación era demasiado cómica.
Editado: 21.10.2025