Lío en el arcén

12.2.

—¿Viste mi bolso ayer o no? Si no, sigo buscando —la voz de Leila sonaba cada vez más impaciente.

—¿Cómo dicen ahora los jóvenes? “Cringe”? —le dije a Diego, imitando su tono de otro día.
Él soltó una carcajada tan fuerte que casi se cayó a la fosa.

Leila chasqueó la lengua y suspiró. Podía sentir, sin verla, cómo rodaba los ojos.

Me giré al fin, limpiándome las manos grasientas, y la observé sin disimulo. Estaba un poco pálida, ojerosa, pero ni la peor resaca del mundo podía quitarle el atractivo. La juventud lo perdona todo.
Y había algo en esa mirada suya, cansada pero desafiante, que me obligaba a sonreír.

Se cruzó de brazos, firme, observándome como si estuviera a punto de dictar sentencia.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —pregunté con media sonrisa, pasando junto a ella—. Aquí no damos medicinas para la resaca.
—Estoy castigada. Por tu culpa —replicó, con fuego en los ojos—. Papá me vio llegar anoche hecha polvo.

Fingí sorpresa, tapándome la boca con la mano sucia.
—Bueno, así te dejé más o menos.
—¿Y por qué viniste de noche? —preguntó, frunciendo el ceño.

Me quedé helado.
—¿Cómo que por qué? ¡Tú me llamaste!
—No me acuerdo —murmuró, confusa, mirando al suelo—. Y encima me llevaste a casa, ¿por qué?

Su tono rebosaba reproche, pero había algo… no sé, casi divertido en verla tan indignada. Ni falsa ni aburrida. Real.

—¿Me estás tomando el pelo? Me pediste que fuera, que te llevara. ¿Qué más podía hacer?
—Para tu información, mi padre pensaba que me quedaba en casa de una amiga —replicó, apoyándose con el muslo sobre el coche—. Así que evidentemente, no tenías que llevarme a casa.
—¿Me estás echando la culpa? —ya notaba el calor subirme al cuello—. ¿Qué soy para ti, un taxi?
—Pues si lo eres, eres un taxi malísimo. Espero al menos que no intentaras flirtear conmigo.
—En absoluto. Yo, a diferencia de ti, estaba sobrio. No puedo decir lo mismo de ti —dije, tendiéndole su bolso colgando de la fina correa.

Ella lo tomó con una mueca de asco.
—¡Puaj! —exclamó, como si acabara de tocar algo viscoso, y me lo arrancó de la mano.

Pero por un instante… juraría que sus dedos rozaron los míos.
Y aunque resopló como una gata ofendida, en sus ojos centelleó algo.
Quizá una chispa.
O tal vez solo fue mi imaginación.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 21.10.2025

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