El encontrarme en aquel lugar de encierro había alterado mi espíritu, haciendo nacer en mí un carácter deplorable. Me deprimía de manera constante y pensaba mucho en suicidarme. Nunca había dañado a nadie, pero quienes me habían traído a ese lugar me dijeron que pronto mi naturaleza se vería inclinada a cometer los más nefastos crímenes. Las peores atrocidades. En esos momentos ya no lo dudaba, pues el que mi espíritu y no sólo mi cuerpo hubiesen sido privados de la libertad, había despertado en mí, sentimientos de odio.
Ahí, entre la oscuridad del lugar podía ver, mezclándose entre las sombras, a mis compañeros de encierro. Nos fueron trayendo de a poco, encerrándonos en ese húmedo y oscuro lugar.
Y mientras mis pensamientos divagaban en aquel encierro que no sólo a mí, sino a también a mis compañeros sofocaba, escuchamos un ruido. No había duda; se trataba de un chorro de agua llenado una especie de piscina. Los ahí presentes nos pusimos de pie, pues aquel sonido melodioso había hecho renacer, en cierta forma, la alegría perdida. ¿Acaso se habían apiadado de nosotros y nos darían agua?
Cuando el ruido cesó y como respuesta a nuestra curiosidad, los hombres que nos habían encerrado abrieron la puerta, a la vez que uno de ellos decía.
- No sólo el encierro puede desquiciar a alguien, sino también la falta de agua. Salgan y disfruten del líquido preparado para ustedes.
Y así, aquellos monjes vieron al grupo de vampiros gritando y disolviéndose al sumergirse en agua bendita.
Fin