La luna se alzaba de nuevo sobre el bosque, bañando con su luz plateada cada rincón silencioso. Lirión, ahora guardián de los secretos, sentía que su viaje no había terminado. Las voces de la cueva seguían murmurando en su mente, hablándole de un misterio aún sin resolver.
Una noche, mientras recorría la espesura, un viento helado trajo consigo un eco distante. No era el susurro habitual de los espíritus, sino un **llamado**. Algo—o alguien—necesitaba ayuda.
Siguiendo la brisa, llegó a un valle oculto entre montañas, donde las sombras parecían moverse por sí solas. Allí, encontró a un viejo lobo de pelaje negro como la noche. Su mirada era profunda, como si guardara siglos de historias.
—Lirión... —susurró el anciano—, has desvelado los secretos de la Luna, pero ¿has escuchado el lamento de las sombras?
Intrigado, Lirión prestó atención y lo sintió: un susurro diferente, roto y desesperado. Algo estaba atrapado más allá del valle, en un lugar donde la luz lunar nunca llegaba.
El anciano le habló de la **Grieta de los Perdidos**, una fisura en el mundo donde las almas extraviadas quedaban atrapadas, incapaces de regresar. Y lo peor... algunos de esos espíritus **eran lobos de su propia manada**.
Sin dudarlo, Lirión decidió adentrarse en la grieta, enfrentando lo desconocido. Pero las sombras no cederían tan fácilmente, y antes de que pudiera dar el primer paso... **algo lo llamó por su verdadero nombre**.
El aire se estremeció. La Luna pareció ocultarse. **Y Lirión entendió que lo que le esperaba allí dentro no era solo un rescate... sino una verdad que cambiaría su destino para siempre.**