Lirios bajo la Luna

Capítulo 14

El sótano olía a moho y sudor.

Ernesto ajustó las ataduras en las muñecas del hombre sentado frente a él—un cazador de nombre Elias , uno de los pocos que aún se atrevían a merodear cerca del territorio de Damián. Tenía el labio partido y un ojo hinchado, pero aún así escupió al suelo cuando Ernesto le preguntó por tercera vez:

—¿Dónde está Damián?

—Ya te dije que no sé nada— gruñó Elias, aunque el tembleque en su voz delataba su mentira.

Ernesto no respondió. En lugar de eso, tomó el cuchillo de Gema—el mismo que habían llevado al bosque esa noche—y lo apoyó lentamente contra la palma de Elias. La hoja brilló bajo la única bombilla que colgaba del techo.

—Vamos, amigo— susurró Ernesto, inclinándose hasta que su aliento rozó la oreja del cazador. Su voz era suave, casi dulce. —Dime qué sabes de ese libro. De la sangre en los lirios. O esto va a doler mucho más.

Elias jadeó cuando la punta del cuchillo se hundió apenas en su piel. Una gota roja resbaló por su mano.

—¡Está loco!— gritó—. ¡Damián no perdona a los que se meten con lo suyo! ¡Si hablo, me mata!

—Y si no hablas, yo lo hago — Ernesto sonrió, pero no había luz en sus ojos. Solo oscuridad.

Fue entonces cuando un crujido resonó en las escaleras.

Eber estaba allí, pálido, con los puños apretados y la respiración entrecortada. Había seguido a Ernesto en secreto, sospechando su obsesión, pero nada lo había preparado para esto.

—¿Qué estás haciendo?— La voz de Eber sonó quebrada, como si le costara reconocer al hombre que tenía frente a él.

Ernesto no se inmutó.

—Protegiéndote— respondió, como si fuera lo más obvio del mundo.

Eber miró a Elias, luego al cuchillo, y finalmente a Ernesto. Algo en su pecho se desgarró. Este era el precio de su amor: sangre, secretos, un alma que se resquebrajaba por él.

—¿Hasta dónde vas a llegar?— Eber avanzó un paso, desafiante. —¿Qué más estás dispuesto a perder por mí?

La pregunta flotó en el aire como un cuchillo suspendido. Ernesto lo miró, y por un segundo, Eber creyó ver dudas en esos ojos que antes solo reflejaban ternura.

Pero entonces Elias tosió, rompiendo el momento.

—Damián…— farfulló el cazador, derrotado—. Se esconde en el molino abandonado del río. Pero si van allí… los matará a los dos.

Ernesto soltó el cuchillo. No necesitaba más.

Eber no dijo nada. Solo extendió la mano hacia él, esperando. Era una elección: seguir adelante juntos, sin importar el costo, o retroceder antes de que fuera demasiado tarde.

Afuera, el viento aulló como un presagio.



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Editado: 24.06.2025

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