El río Torrente olía a muerte disfrazada de primavera.
Eber se arrodilló en la orilla, sus dedos rozando los pétalos de lirio negro que ahora brotaban entre las piedras, tan densos como maleza. No eran como los del bosque. Estos tenían venas rojas, como si las raíces bebieran directamente del agua teñida.
—No es natural —murmuró Ernesto, hundiendo el cuchillo en la tierra junto a una flor. La hoja salió cubierta de un líquido espeso y brillante—. Las semillas deben haber estado años aquí, esperando...
—O alguien las plantó —interrumpió Gema, tocando un pétalo con la punta de la bufanda de Marta.
El efecto fue instantáneo.
Sus ojos se volvieron vidriosos, la respiración entrecortada.
—Mamá... —susurró, alargando la mano hacia el aire vacío—. No, eso no es cierto. ¡Él me mintió!
Eber la agarró de los hombros, pero Gema lo apartó con fuerza sobrenatural.
—¡Hay otro! —gritó, clavándole las uñas en los brazos—. Un hermano. Damián lo escondió después de que tú te fueras. Mamá lo sabía.
El cuaderno de Luciano, que Eber llevaba en su mochila desde los túneles, pesó de repente como un ladrillo.
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De vuelta en la cabaña, Gema ardía en fiebre. Las visiones la sacudían cada vez que sudaba sobre las páginas abiertas del cuaderno de Marta, donde ahora aparecían nuevas frases escritas con tinta invisible, reveladas por el calor de su piel:
"El antídoto está en el primer pecado de Damián. Donde cortó las alas, debe crecer el perdón."
Ernesto, práctico como siempre, ya empapaba trapos en queroseno.
—Quemamos el río. Todo el maldito campo si es necesario.
Pero Eber miraba fijamente el dibujo que había aparecido en la última página: tres niños bajo un árbol, uno de ellos borroneado, como si Marta hubiera llorado al pintarlo.
—No —dijo, cerrando el cuaderno con un golpe seco—. Los lirios no son el problema. Son síntomas. Damián quiere que los destruyamos... para que el veneno se esparza por el agua.
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En el silencio que siguió, Eber tomó la bala de plata de Luciano y la hundió en el centro del cuaderno, donde el papel mostraba una mancha oscura.
—Hay otra manera —susurró—. Alguien más sabe la verdad.
Fuera, el viento movió los lirios negros como si fueran una multitud asintiendo.
Y en algún lugar entre el pueblo y el molino, un tercer hermano respiró hondo, oliendo el miedo en el aire.