Lirios bajo la Luna

Capítulo 27

El lirio negro bajo la piel de Gema latía como un segundo corazón. Eber no podía apartar la mirada de aquel florecimiento oscuro, mientras las palabras de Iván resonaban en el aire enrarecido de la habitación:

"No es Damián el que debemos temear. Es lo que él encerró en el molino."

Ernesto fue el primero en moverse. Con un gesto brusco, arrebató el reloj de las manos de Iván y lo sacudió con violencia. Las cenizas se alborotaron dentro del cristal, formando remolinos que parecían gritar en silencio.

—Si esto es un diario, entonces debe haber más. — gruñó, buscando con los dedos algún otro mecanismo oculto.

Gema, sudando y con la respiración entrecortada, extendió la mano hacia el reloj.

—Dámelo.

Al contacto con su piel marcada, las cenizas cobraron vida. El aire se llenó de un murmullo lejano, como páginas siendo pasadas por dedos invisibles. Eber sintió un escalofrío al reconocer la voz que emergía entre el polvo:

"Querido Iván, si estás escuchando esto, es porque Damián ha ganado."

Era Luciano.

Las cenizas se arremolinaron, proyectando imágenes efímeras en el aire:

- Una mujer (Marta) corriendo hacia el molino, con un hacha en la mano.
- Damián, años más joven, enterrando algo bajo las tablas del suelo.
- Un niño pequeño (¿Iván?) siendo arrastrado lejos del lugar, llorando.

—No...— Iván retrocedió, llevándose las manos a la cabeza como si intentara aplastar un dolor repentino. —Eso no pasó. Yo nunca estuve ahí.

Pero Eber lo miró fijamente.

—Sí que estuviste.

Gema, con la voz quebrada por el dolor, señaló la llave diminuta que aún reposaba entre las cenizas.

—Esto no abre solo el molino.— dijo, con una certeza que la asustó. —Abre lo que está dentro.

Ernesto frunció el ceño.

—¿Y qué demonios hay dentro?

Las cenizas respondieron por sí solas. Con un último susurro, formaron una palabra antes de desplomarse inertes:

"Él."

El silencio que siguió fue tan denso que el tic-tac del reloj sonó como un martillazo.

—Tenemos que ir ahora.— Eber cerró el puño alrededor de la llave, sintiendo el metal frío clavarse en su palma. —Antes de que Damián se dé cuenta de que lo sabemos.

Iván, todavía pálido por la revelación, asintió lentamente.

—Pero no todos.— dijo, mirando a Gema. —Tú no puedes ir. No con eso en tu mano.

Ella abrió la boca para protestar, pero en ese momento, el lirio bajo su piel se movió.

Un dolor agudo la hizo doblarse, y cuando miró de nuevo, las venas alrededor de la flor negra ya empezaban a ennegrecerse.

La noche los envolvió como un manto pesado mientras Eber, Iván y Ernesto se dirigían al molino, dejando atrás a Gema con una pistola cargada y la orden de disparar si Damián aparecía.

Pero lo que no sabían era que alguien más los seguía.

Entre los árboles, una figura observaba en silencio, sus ojos brillando con un reflejo dorado en la oscuridad.

Y en su bolsillo, otro reloj de plata marcaba la misma hora que el de Iván.



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Editado: 29.06.2025

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