Lirios bajo la Luna

Capítulo 34

La lluvia golpeaba los cristales de la relojería recién inaugurada cuando el hombre de sonrisa perfecta recibió su primer cliente.
—Necesito que repare esto —dijo la mujer, extrayendo de su bolso un objeto envuelto en seda roja.
Al desenvolverlo, el coleccionista contuvo un estremecimiento de placer.
Era un reloj de plata.
Pero no uno cualquiera: en su esfera, donde deberían estar los números, había pequeños dientes humanos incrustados.
—Un modelo... peculiar —murmuró, pasando un dedo sobre el cristal agrietado. Por un instante, sintió que el mecanismo latía como un corazón bajo su tacto—. ¿Dónde lo consiguió?
La mujer sonrió, y en sus ojos el coleccionista reconoció el mismo brillo que había visto en el pantano años atrás, cuando era solo un niño observando cómo Damián enterraba algo entre los lirios.
—Es un regalo de familia —respondió—. De mi tío Luciano.
Gema despertó con un sabor a hierro en la boca.
En la mesilla de noche, el reloj de Iván vibraba dentro de su caja de madera, aunque Eber insistía en que estaba detenido. Al abrirlo, encontró una gota de sangre fresca en el engranaje central.
Su sangre.
Había soñado con el pantano otra vez. Con algo que se arrastraba bajo la superficie del agua, formado por raíces y relojes rotos.
Y en el sueño, Iván estaba allí, pero no como lo recordaba.
Su piel era corteza.
Sus ojos, esferas de cristal.
Y cuando habló, el tic-tac salió de su garganta:
"Nos equivocamos. El molino era solo la trampilla."
Ernesto apareció en su puerta al mediodía, con un sobre negro marcado con un sello de cera roja.
—Llegó esta mañana —dijo, mostrando la carta dentro.
Solo había una línea, escrita en una caligrafía que hacía que los ojos ardieran al leerla:
"El último banquete de tiempo comienza a la medianoche. Calle del Espejo Roto, 13."
Firmado: El Cronista.
—¿Lo conoces? —preguntó Gema, notando cómo las cicatrices de su brazo comenzaban a picar.
Ernesto negó, pero sus manos temblaban.
—No. Pero mi padre mencionó ese nombre antes de desaparecer. Dijo que era...
El sonido de un reloj dando la hora los interrumpió.
No provenía de ninguna habitación.
Venía de dentro de las paredes.



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Editado: 29.06.2025

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