Lirios bajo la Luna

Capítulo 37

El agua se abrió como un vientre podrido cuando lo que habitaba bajo el pantano se movió.
Gema apenas logró agarrar a Ernesto y a su padre antes de que la corriente los arrastrara hacia las profundidades. Las paredes de la cámara subterránea crujieron, y los relojes marcando las 3:15 estallaron uno tras otro, liberando un humo negruzco que olía a azufre y a recuerdos quemados.
—¡Tenemos que salir! —gritó Eber, transformándose en un murciélago de agua y mordiendo las cadenas del padre de Ernesto—. ¡No es solo Luciano! ¡Hay algo más aquí!
Pero el padre de Ernesto no se movió. Sus ojos, vidriosos, miraban más allá de ellos, hacia Iván, que flotaba inmóvil.
—Ustedes no entienden —susurró—. El molino no era para moler grano. Era para moler tiempo.
El Secreto de las 3:15
Una sacudida violenta los hizo caer al suelo. Entre las grietas del piso de la cámara, se veían huesos. No humanos.
Eran de relojes gigantes.
Engranajes oxidados, esferas rotas, manecillas retorcidas como garras.
—Mi padre hablaba de esto —tartamudeó Ernesto, ayudando a su progenitor a incorporarse—. Decía que el pueblo estaba construido sobre un mecanismo antiguo. Algo que Luciano no inventó… solo encontró.
Gema recordó entonces las palabras de Iván en su sueño: "El molino era solo la trampilla."
Y entonces lo entendió.
El verdadero poder no era de Luciano.
Era del lugar.
El agua a su alrededor comenzó a hervir.
De las profundidades emergió una mano, pero no humana.
Era una estructura de metal y raíces, tan grande como un árbol, con dedos formados por eslabones de cadena oxidada.
—El Guardián —murmuró el padre de Ernesto, retrocediendo—. El que mantiene el engranaje del mundo girando… o detenido.
Gema sintió entonces el engranaje de plata en su bolsillo arder. Lo sacó, y este comenzó a girar por sí solo, proyectando una luz fantasmagórica que reveló la verdadera forma de la cámara.
No era una sala.
Era la carcasa de un reloj colosal.
Y ellos estaban dentro del mecanismo.
Iván se acercó flotando, su cuerpo semitransparente, como si el pantano ya lo hubiera reclamado a medias.
—Gema —dijo, su voz un eco lejano—. Tú puedes detenerlo. Porque tú eres la única que escapó.
—¿Escapé de qué? —gritó ella, mientras la mano monstruosa se acercaba.
—De convertirse en parte del mecanismo.
El padre de Ernesto se inclinó hacia adelante, susurrando una sola palabra:
"Cómplice."
Y entonces, Gema lo recordó todo.
No había sido un accidente.
El día que Luciano la llevó al pantano, no fue para salvarla.
Fue para ofrecerla.
Ella, con su sangre Valente, era el último ingrediente para alimentar el Guardián.
Pero algo salió mal.
Alguien interfirió.
En su mente, una imagen destelló: Damián, empujando a Luciano al agua antes de que el ritual se completara.
Y entonces, el Guardián, privado de su sacrificio, se llevó a Luciano en su lugar.
Pero ahora…
Ahora estaba despertando.
La mano gigante se cerró sobre ellos.
Gema, actuando por instinto, se clavó el engranaje de plata en la palma, dejando que su sangre lo empapara.
—¡No! —gritó Eber—. ¡Eso te atará para siempre!
Pero ya era tarde.
El engranaje cobró vida, y Gema sintió el poder del lugar correr por sus venas.
Ella no era la llave.
Era la nueva Guardiana.
Y con un solo pensamiento, detuvo el tiempo.



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Editado: 29.06.2025

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