Hilary Russo
Ya hoy es jueves, y habían pasado tres días desde que me había presentado en la oficina. Decidí no ir a la empresa el resto de la semana, ya que necesitaba acomodar todas las cosas de la mudanza junto con los muebles que me han estado llegando estos días. Quería tener todo listo cuanto antes. No soporto el desorden, y con Oli, me preocupa que se lastime con cosas regadas por el departamento. Prefiero dedicarme a organizar todo ahora y luego ponerme al día con la oficina.
Desde hace un par de meses, cuando estaba buscando un departamento y me apareció este de primero, quedé enamorada inmediatamente. Era un departamento muy grande para solo dos personas, pero lo primero que me encantó fue que tenía dos pisos. En la parte de abajo se encuentran una espaciosa sala de estar, la cocina con un diseño moderno y funcional, un medio baño y dos habitaciones. Una de ellas la usaré como oficina, y la otra será mi área de relajación, donde colocaré todas mis pinturas y caballetes. Necesito un lugar donde pueda estar lo suficientemente cómoda para inspirarme y crear nuevas obras.
En la segunda planta se encuentra la habitación principal y otras tres más. Una de ellas es la de Oli, decorada con colores alegres y llena de sus juguetes favoritos. Otra será el cuarto de juegos, ya que mi bebé tiene demasiados juguetes y así podrá tener su desorden en un solo lugar. La tercera la amueblaré como un cuarto para invitados, ya que sé con certeza que mi familia va a viajar aquí seguido para visitarnos. Además, por el momento me servirá para Enzo, que llega el sábado y se quedará conmigo mientras terminan su departamento. Él decidió mudarse a Brooklyn para ayudarme con la empresa aquí. Aunque, muy en el fondo, sé que lo hizo para no dejarnos a Oliver y a mí solos en una ciudad totalmente alejada de nuestra familia.
En ese momento, me encontraba sentada en lo que iba a ser mi estudio de arte, rodeada de un montón de cajas. La luz del sol entraba suavemente por la ventana, iluminando el polvo que flotaba en el aire y dándole al espacio un ambiente cálido y acogedor. Estaba revisando qué cosas servían y cuáles no, mientras Oli se encontraba en la sala viendo una de sus películas favoritas. Su risa ocasional llenaba la casa, haciéndome sonreír. De repente, una notificación en el celular me hizo mirar el reloj y darme cuenta de que ya casi era la hora de almorzar, así que tenía que decidir qué preparar.
Mientras me dirigía hacia la cocina, revisé el mensaje en mi celular y descubrí que era de mi mejor amigo. Él siempre sabe cuándo es el momento perfecto para escribir, y me alegró el día ver su nombre en la pantalla. Enzo y yo hemos sido amigos desde la universidad, y siempre ha estado ahí para mí, en las buenas y en las malas.
Enzo: Ya compré mi boleto de avión, ya no hay vuelta atrás. No te vas a poder alejar mucho de mí, la mia altra metà.
Yo: ¿Qué pecado estaré pagando…?
Enzo: Admite que ya me extrañas.
Yo: Para nada.
Enzo: Vamos, no lo niegues. Además, sé que el renacuajo también debe de extrañar a su tío favorito.
Yo: Deja de decirle a mi hijo así, Mancinelli.
Enzo: Pero si cuando nació parecía uno.
Yo: Claro que no. No sé qué diablos viste para llamarlo así.
Enzo: Era feo cuando nació, solo que tú no lo ves porque ante tus ojos es "perfecto" y todas esas cosas de mamá.
Yo: ¡Enzo! Mi hijo siempre ha sido hermoso. ¡Tienes que ver las fotos recientes!
Enzo: Está bien, está bien. Solo quería molestarte un poco. ¿Qué planeas hacer cuando llegue?
Yo: Primero, me aseguraré de que te comportes. Después, tal vez podríamos ir a cenar y ponernos al día.
Enzo: Suena bien. Y después, te ayudaré a desempacar.
Yo: Perfecto. Te estaremos esperando.
Unas pequeñas manitas tiran de mi blusa, llamando mi atención.
—Mamma, tengo hambre —dice Oliver con su vocecita dulce.
—Lo sé, cariño, ya voy a hacer algo de comer —le respondo, acariciándole suavemente la cabeza.
—Bene —contesta con una sonrisa, y sus ojos se iluminan de expectación.
Me dirijo a la alacena para ver si tengo algunos hongos. Pretendo hacer pollo en salsa blanca, y a Oliver le fascina cuando le echo algunos hongos. Rebusco entre las estanterías hasta encontrar un frasco con champiñones secos. Sonrío para mí misma, sabiendo lo feliz que se pondrá Oli. Abro el refrigerador y saco unas pechugas de pollo. Las coloco en una olla con agua hirviendo, añadiendo un poco de sal y hierbas aromáticas.
De fondo, escucho las risas de Oliver que está viendo "Lilo y Stitch". He perdido la cuenta de cuántas veces ha visto esa película, pero no puedo resistirme cuando me hace ojitos de cachorro, suplicando que se la ponga en la pantalla plana.
Me dirijo a la sala y, efectivamente, está totalmente absorto en la película. Se encuentra acostado en la alfombra que está en medio de los sillones, sus pequeños pies descalzos moviéndose con emoción. Al mirar en qué escena va, saco mi celular para grabarlo, sabiendo perfectamente lo que va a hacer.
—Lilo, ¿por qué estás tan mojada? —empieza.
—Es día de sándwich —toma aire por la boca igual que Lilo—. Cada jueves le doy a Pato el pez un sándwich de mermelada…
—¿Pato es un pez? —replica.
—¡Y hoy no hay mermelada! —grita, y yo muerdo mis labios para no reírme—. Entonces mi hermana me dijo que le diera un sándwich de atún —repite con un tono indignado—. No puedo darle a Pato atún, ¿tú sabes lo que es atún? —pregunta en un susurro.
—¿Pez? —le contesto, jugando el papel de la hermana.
—¡Es pez! —se levanta de la alfombra y coloca las manos en su cintura—. ¡Si Pato come pez sería una abominación! —toma una bocanada de aire antes de seguir—. Llegué tarde por ir a la tienda por mermelada, porque solo había ese, ¡ese tonto atún!